martes, 24 de marzo de 2020

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA




Sí, soy de este pueblo. Un pueblo que se llama Comitán; un pueblo que ama la vida y preserva sus tradiciones. Soy del pueblo donde vive Jorge Quevedo, artista de la lente, con muy buen ojo. Esta fotografía la tomó Jorge una noche de febrero de 2020, corresponde a una entrada de velas y flores en honor a San Caralampio, imagen que aparece en esta imagen, con un vestido color lila, que hace juego con la luz que sale de la lámpara fluorescente de la pared.
La imagen es bella, es bella porque trasmite con precisión lo que esa noche sucedía. Los participantes de la entrada de velas y flores rasgaron la noche y dejaron que fluyera este río de vida, donde se ven monteras, máscaras y cintas de parachicos; donde se ven decenas de farolitos, que son como jaulitas transparentes que resguardan a los pájaros con alas de fuego y cuerpo de cera; donde se escucha el tam tam del tambor y el tac tss tss de la tarola; donde se oye el rumor de los pasos, de las oraciones, del roce de los brazos, del roce de los vestidos. Acorde a los tiempos de este siglo XXI, muchos fieles registran el momento con las cámaras de sus celulares. Los tradicionales llevan las banderas o los farolitos entre sus manos, los modernos llevan celulares.
La avenida que recorren los fieles es parte de la ruta que el día 10 de febrero siguen los participantes de la gran entrada de flores, durante la mañana. Este grupo nocturno salió del templo de Santo Domingo (acá se logra ver parte de la torre iluminada) y da vuelta en la esquina que baja por la parte posterior del mercado Primero de Mayo. Los parachicos ya dieron la vuelta, llegaron a la esquina y torcieron para comenzar a bajar dos cuadras hasta llegar al parque de La Pila. Ahí subirán por la escalinata del templo, entrarán a la nave mayor, se hincarán, se persignarán y agradecerán los favores recibidos por el santo o, como liga infinita, extenderán las peticiones de su gracia. San Caralampio es el santo más amado del pueblo. En esta fotografía se ve la grandeza del santo. Su aura lila parece extenderse por todos lados esta noche y, de manera permanente, en las buganvilias de todos los días, las que se descuelgan de las bardas todas las mañanas.
Este es un instante. Digo esto, porque no siempre el santo tiene la capa lila, violeta. ¡No! El santo cambia de vestimenta con frecuencia. Los fieles le hacen su vestido y se lo cambian, el vestido a veces es azul, dorado, naranja, color durazno, blanco con bordados indígenas. Pero esta noche todo es lila.
Jorge no se dio cuenta hasta el momento que tuvo la fotografía en la pantalla de su computadora. Mientras toma la fotografía, frente a él, al lado del poste de nomenclatura, el que indica que los parachicos comienzan a bajar por la primera norte oriente, un fotógrafo apunta su objetivo directamente a él. Ahora, los espectadores de la fotografía de Jorge Quevedo, nos sentimos intimidados, porque esa lente nos retrata directamente. ¿Esto es posible? La presencia de esa cámara es intimidante, es poderosa. Sabemos que ahí hay un ojo que capta lo que Jorge hace; es un juego de tiempos, un juego de espejos. ¿Qué color tenía el rostro de Jorge? ¿También estaba pleno de lilas?
Quienes llevan los faroles lo llevan frente a su pecho o sobre sus cabezas, pero si el lector observa con atención, hay una persona que lleva el farol por encima de su cabeza, pero atrapa el rostro de otra mujer que camina detrás. El farol que está por encima de la montera del parachico que camina al lado del tamborero tiene el rostro atrapado de esa mujer que adquiere una tonalidad como de campo sembrado de espigas de trigo.
Hay ocasiones en que la calle retoma su vocación más humanista. Los autos dejan de transitar y ríos de personas se vuelven el agua más pura. El claxon y el olor a llanta quemada se esfuman y aparecen aromas y sonidos más puros, más cercanos al hombre de todos los tiempos. El sonido irritante del claxon y de los aparatos de sonido a todo volumen pierde su presencia bulliciosa y deja que los cantos y los rezos sean como palomas afectuosas.
Soy de este pueblo, un pueblo que vive. Soy de este pueblo, pueblo donde vive el fotógrafo Jorge Quevedo; pueblo del otro fotógrafo, el que, al lado del poste metálico, nos toma una fotografía ahora y que es una fotografía que jamás será revelada, porque hay misterios que no deben revelarse en público.