miércoles, 11 de marzo de 2020

CARTA A MARIANA, A MITAD DEL CINE




Querida Mariana: Los cines de provincia no sólo sirvieron para proyectar películas. Acá robo una fotografía de Gloria Ruiz Albores, donde está ella al lado de Jorge Rovelo. Jorge muy seriecito, con las manos en la espalda. Ellos avanzan en el pasillo central del Cine Comitán. Es el día de su graduación de la secundaria. En los años setenta, el Cine Comitán se usaba como recinto oficial para ceremonias de graduación, para funciones de box y lucha y para que se presentaran las famosas Caravanas Corona.
Si buscás en Internet hallarás carteles de lo que era anunciado como ¡imponente caravana! Así era. Un grupo de artistas reconocidos se presentaba en los cines de provincia. Por ejemplo, en el Cine Américas, de Nuevo Laredo, Tamaulipas, el miércoles 7 de julio de 1965 se presentaron: Lucha Villa, Malú Reyes, Manolín y Shilinsky, Lena y Lona y el show del mundialmente famoso Pérez Prado, el rey del mambo que inventó un nuevo ritmo: El dengue. ¡Dios mío! ¡Cómo han cambiado los tiempos! En esos años el dengue no era hemorrágico. “Ya todos bailan el dengue, ya mueven la cintura…”, y por ahí va la canción del dengue.
En Comitán, muchas personas recuerdan la llegada de la Caravana Corona que se presentaba en el Cine Comitán. Hay testimonios de comitecos que asistieron a ver a un jovencísimo Juan Gabriel, quien años después se convertiría en el gran artista de América. De igual manera recuerdan a la paisana Irma Serrano, vestida con una minifalda y cantando la famosa “La Martina”, la chica que tenía quince años cuando su amor entregó, y dieciséis cuando una traición al marido jugó. ¡Traviesa precoz la tal Martina!
El otro día me preguntaste cómo era el Cine Comitán. Esta fotografía (gracias, Gloria por compartir) da una idea cercana del interior de la sala. El otro día te conté que vi, en un programa de televisión, una fotografía de la antigua sala de la Cineteca Nacional, la que se incendió en 1982. En esa sala, en los años setenta, asistí a ver muchas cintas maravillosas en las Muestras Internacionales de Cine.
El día de la graduación de Gloria y Jorge (se ve) el cine está abarrotado. Las personas acudieron no para ver una película, sino para felicitar a los graduados. Jorge y Gloria caminan por el pasillo central (el cine tenía dos pasillos laterales). Caminan al ritmo de La Marcha de Aida. Al fondo se aprecian dos muchachos acodados sobre un murete. Ellos están en la gayola del cine, lugar donde no había butacas como sí había en la luneta. En la gayola había una serie de bancas de madera. El otro día me mostraron un programa de 1984. Los precios eran los siguientes: Luneta: $ 90.00 y Anfiteatro: $ 70.00. Esto da idea de la diferencia social. De acuerdo con el léxico actual, Gil Olvera comentó que en luneta asistían los fifís.
El cine tenía un escenario generoso donde estaba la pantalla, lo que permitía que ahí se celebraran las luchas, las actuaciones de grupos musicales y se colocara la mesa de honor donde las autoridades escolares entregaban documentos oficiales a los jóvenes o niños que concluían sus estudios (en caso del Colegio Mariano N. Ruiz, colegio donde estudiaron Jorge y Gloria, el padre Carlos también entregaba medallas a los estudiantes más sobresalientes. Había alumnos que salían del cine como generales triunfantes de una batalla.)
Los cines de hoy sólo sirven para lo que ordena su vocación: para exhibir películas. Las salas de Cinépolis ya no cuentan con proscenios al frente. Las salas son pequeñas. El Cine Comitán, si bien no fue como el Cine Estadio de la Ciudad de México, fue de dimensiones generosas.
Las ceremonias de graduación, actualmente se realizan en salones de fiestas o en el Auditorio Belisario Domínguez (con renta fifí) o en el Teatro Junchavín.
Posdata: El local donde estuvo el Cine Comitán está frente a la Casa Museo Dr. Belisario Domínguez. Ahora, en la luneta existe una tienda de ropa; y en el anfiteatro hay un billar. A veces entro a la tienda, camino por donde en esta fotografía caminan Gloria y Jorge y, como en la película “Cinema Paradiso”, vuelvo a escuchar el rebumbio que se daba cuando iba al cine a ver una película. A veces entro al estacionamiento del Hotel Internacional (que está al lado del edificio que albergó al cine) y miro las ventilas que los empleados abrían en cuanto oscurecía para que entrara un poco de aire a la sala llena, repleta de cinéfilos. Entro a la tienda y vuelvo a escuchar los gritos de todos los muchachitos a la hora que Santo, el enmascarado de plata, subía al ring: ¡Santo, Santo, Santo…!