martes, 24 de noviembre de 2020

CARTA A MARIANA, CON HILOS DE ESTOS TIEMPOS

Querida Mariana: Abel me llamó por teléfono el otro día y me dijo que no le gustan estos tiempos, dije que a mí tampoco me gustan. Abel aclaró, no sólo le disgusta el tiempo de pandemia, sino el anterior, no le gusta lo que sucede en este siglo, añora el siglo pasado, añora los años setenta que vivió en su juventud. Abel es más o menos mi contemporáneo, debe ser uno o dos años mayor que yo. Yo tengo sesenta y tres. A mí, como a medio mundo, me enerva este tiempo donde el virus hace estragos, pero no me disgusta vivir un siglo de grandes avances tecnológicos. Esto le dije a Abel, me fascina, por ejemplo, leer dos periódicos en la mañana: El País, de España, y La Jornada, de México. En los años de nuestras juventudes esto era imposible, ni siquiera lo imaginábamos, como dice Rosario Castellanos, a Comitán no llegaban noticias actuales llegaban noticias históricas. Pero ahora ya sé la causa del disgusto de Abel: vive este tiempo sin vivirlo. Me habló al teléfono de casa desde el teléfono fijo de su casa, ¡no tiene celular!, ni tiene computadora, ni televisión. Yo, por fortuna no soy dependiente de esos chunches tecnológicos, pero sí los disfruto con moderación y los aprovecho. Ya te conté que en los años ochenta, Enrique Loubet Jr, director de Revista de Revistas, de Excélsior, fue muy generoso conmigo y publicó varios de mis cartones en la página de caricaturas. Yo enviaba mis cartones por correo registrado. Por fortuna, mis cartones eran atemporales y permitían su publicación en cualquier momento. Si yo hubiese querido publicar cartones de temas vigentes habrían caducado al ir viajando en el costal del avión. En cambio, en este bendito siglo, gracias al bendito Internet, un cartonista que está en cualquier lugar del mundo puede enviar su cartón a cualquier lugar del mundo y, en cosas de segundos, el envío será recibido. ¡Qué prodigio, qué bendición! Una vez, en los años setenta, vencí mi proverbial timidez y, en los corredores de la escuela preparatoria (donde ahora es el Centro Cultural Rosario Castellanos) me acerqué a la niña que me gustaba y le pedí que me regalara una foto. Me vio, sonrió, quedó viendo a las dos amigas que la acompañaban, y preguntó: ¿Qué me vas a dar? Yo, que llevaba preparado mi discurso, pero no había previsto una pregunta de trueque, no se me ocurrió más que decir: mi foto. Ella y sus amigas rieron. Yo entendí. Entendí, ¡estúpido!, que la petición se la debí hacer cuando estuviera sola y que mi foto no tenía el mismo valor que la de ella; es decir, le propuse que me diera un costal lleno de café a cambio de un costal lleno de cascajo. ¡Ah, cómo le batallé para tener una foto de ella! Lo más que logré fue una foto desenfocada que le tomé una mañana en el patio de la escuela, se la tomé con una camarita Kodak que tenía y salió toda borrosa, porque no puse la cámara frente a mi cara, sino que la puse al lado de la bolsa de mi pantalón para que nadie se diera cuenta de que tomaba la fotografía. Bueno, diré que esa foto borrosa me servía de consuelo y todas las noches, a la hora de acostarme, la sacaba del buró para verla, para hacerme a la idea de que esa sombra era la niña llena de luz. Pienso que mi historia no fue única, un ejército de apocados y tímidos debieron padecer lo mismo que yo. Digo esto porque en estos tiempos, ¡ah, qué genialidad de tiempos!, ningún muchacho sufre lo que yo sufrí. Si alguien es muy tímido tiene el recurso maravilloso de entrar a las redes sociales, buscar el muro de la chica que le gusta y descargar (sin que sean amigos) una, dos, tres fotos y más. No sólo la fotografía donde está en la graduación vestida con toga, sino también la de la playa donde luce sus cositas cubiertas por minúsculos trajes de baño. Puede, si quiere, poner la fotografía de “su” chica como fondo de escritorio y cada vez que la pantalla de su computadora se ilumina ¡se ilumina con el sol de su alma! Ah, genial. Los tímidos de estos tiempos ya no tienen necesidad de mendigar una pinche foto tamaño infantil, que eran las que regalaban las chicas de mi tiempo. Posdata: Lo que sí aceptó mi amigo, ¡en buena hora!, fue un radio digital que su hija Carmelita le obsequió el día de su cumpleaños. Ahí, cuando menos, escucha los noticiarios y se entera de cómo camina el mundo; ahí escucha la música que le gusta, la música de los años setenta. Sí, igual que a él, a mí también me disgusta la mayoría de canciones de estos tiempos de pandemia.