sábado, 14 de noviembre de 2020

CARTA A MARIANA, CON LA CUERDA DE LA TRADICIÓN

Querida Mariana: terminó el Día de Muertos. En nuestro país se celebra de manera especial. Tiene tantos elementos culturales que causa asombro en todo el mundo. Por fortuna, los mexicanos seguimos manteniendo la tradición. En este año, a pesar de la pandemia, los mexicanos conmemoraron el día donde, se cree, nuestros muertos regresan. Es una pena que este año, a los altares de siempre se agregó un número impresionante por el fallecimiento de paisanos contagiados de Covid-19. Por eso, para evitar más contagios, la autoridad municipal (en buena hora) cerró el panteón para que no acudieran los miles que acuden año tras año. Se privilegió la salud de todos. Los comitecos así lo entendieron y, desde casa, conmemoraron a sus muertos, pusieron flores frente a la foto del altar y, por supuesto, las ofrendas, que incluyen la bebida y la comida que le gustaba al fallecido. Luciano me mandó un mensaje por WhatsApp y dijo que estaba bebiendo cerveza y escuchando marimba en la sala de su casa, al lado del altar que dedicó a su papá, quien falleció hace como veinte años en un accidente aéreo (en una avioneta que se desplomó y se incendió); me dijo que a su papá siempre le gustó escuchar marimba y los fines de semana se sentaba en el corredor de la casa y tomaba una caguama que acompañaba con una botanita de chicharrón con pico de gallo que le preparaba su mamá, doña Leonor (quien, gracias a Dios, sigue vivita, con muy buena salud). Luciano, muchachito, era el encargado de poner los discos, los limpiaba con un aceite especial y una franela y los colocaba en la tornamesa. Marimba chiapaneca y, sobre todo, marimba de Guatemala. Al papá de Luciano le encantaba escuchar la marimba chapina, que tiene un sonido más melancólico, más de nube en penumbra. Me dio gusto saber que Luciano respetó la decisión y se quedó en casa y ahí esperó a su papá, haciendo lo mismo que hacía él en vida: escuchar marimba y tomarse una cervecita. En las redes sociales alguien, con gracia e ironía, comentó lo siguiente: “Ahora sí, en el altar bien que le ponen su botella de trago, pero cuando estaba vivo lo jodían todas las tardes y le quitaban la botella para que no siguiera bebiendo”. Así es, cuando alguien de la familia bebe de más no es agradable. El papá de Luciano tenía lo que se llama “buen beber”, escuchaba la marimba, movía los pies, entonaba la canción en voz baja, bebía la caguama y comía el chicharroncito, pero cuando la caguama quedaba vacía, se levantaba e iba a la mesa para comer lo que su esposa tenía listo. ¡Buen bebedor! Traguito para iluminar el espíritu, no para embrutecerlo, pero, bueno, en la mayoría de altares siempre hay una botella de licor, y en el día que los muertos vuelven a casa (se supone) hacen lo que el papá de Luciano: entonan su espíritu. No se ha sabido de algún caso en que una almita se haya pasado de cucharadas y perdido el camino de regreso. ¡No! Todos vuelven a su casa eterna. No sé si vos has pensado en el significado complejo de esta tradición. El otro día, cuando me contaste lo de la mecedora favorita de tu abuela fallecida hace años, pensé en este simbolismo. Según me contaste, el Día de Muertos, tu abuelita regresa a casa, se sienta en su mecedora (que nadie ha vuelto a usar, para honrar su memoria) e imagino que se sirve un poco de té (que vos procurás que siempre esté caliente) y se sirve una de las galletitas de avena que tanto le gustaban. Me platicaste que vos tenés la sana costumbre de arrimar una silla a la mecedora y le contás cómo te ha ido. Esto me encantó, es lo que hacen muchas personas al ir al panteón. Vos también te servís un poco de té y comés una galletita. Sí, tu abuelita debe ser feliz en el retorno a casa, debe sentirse orgullosa de mirarte tan bonita, tan crecidita, con tus cositas bien puestas, tan inteligente y simpática. Pero, cuando llega la hora del retorno, ella no lamenta despedirse. ¿Quiere esto decir que está tranquila y contenta en el lugar donde está? ¿Quiere esto decir que ningún muerto hace berrinche queriendo quedarse en la vida, espacio que ya no le corresponde? Y, según la tradición, mientras su fotografía aparezca en el altar, tu abuelita volverá una y otra vez cada año. Pucha, la muerte debe ser ¡la vida eterna! Es una bobera, pero entonces pienso que la Fuente de la Eterna Juventud es la muerte, porque los muertitos no pierden su lozanía. Todo mundo sabe que sus muertitos vuelven con la misma carita que tienen en sus fotografías, nadie imagina a su familiar caminando como zombi (muerto viviente). No, todo es como una bendición infinita. Este año, como los anteriores, tuve el privilegio de recibir el quinsanto. El contador José Antonio Aguilar Meza y la maestra María Elena Vázquez tuvieron la gentileza de compartir parte de la ofrenda. La familia Aguilar Carboney envió pan de muerto (riquísimo), y la maestra envió frutas, dulces y tamales (todo muy rico, también). No faltó la calabaza en dulce, que es postre tradicional en esta época. Doña Lolita Albores, nuestra amada cronista, en un texto de su libro “Así te recuerdo Comitán”, nos cuenta de la tradición del quinsanto, que es el mojol comiteco al bonche de actos culturales de Todos Santos. Vos sabés que esta palabra es una palabra compuesta que (¡genial!) une dos vocablos de idiomas diferentes: el tojolabal quin y el español santo. Así, la palabra quinsanto significa festejo de los santos. Ah, qué generoso nuestro pueblo. Regala esta palabra a todo el mundo. Cuando el contador Aguilar y la maestra María Elena pensaron en la familia Molinari no hicieron más que avivar esta maravillosa tradición comiteca, tal vez el elemento con mayor identidad. Alguien me contó que al recibir el plato con el quinsanto, uno, al otro día, agradecía el detalle regresando el plato con otro bocadillo. Me dispensarán el contador y la maestra porque conmigo se rompe el cordel, porque nada les regresé, el envase de plástico que contenía el pan (perdón) lo desechamos y la cajita de madera que envió la maestra (siempre lo hace así) la usamos para sembrar alguna plantita. El contenedor del quinsanto lo convertimos en maceta. ¡Pucha! En la fotografía mirás que hay una mantita verde bordada. También me la quedé. No sé si la maestra esperaba el regreso, pero como soy un poco ish, me la quedé, servirá para mantener calientitas las tortillas. La maestra es muy generosa conmigo y sabe que la servilletita quedó en buenas manos. Vos me conocés y sabés que prefiero que me ignoren. El día de mi cumpleaños me gusta celebrarlo en lo íntimo y no abro la puerta de casa para recibir algún pastelito que envía algún afecto (me encierro a piedra y lodo), pero este tipo de detalles sí lo celebro, porque (insisto) abona a favor de una tradición popular. Vos sabés que amo las palabras. Cada palabra nombra, cada palabra es una puerta al misterio universal. Por esto no me espantan las llamadas palabras altisonantes. Qué bueno que hay palabras que suenan con todas sus letras. Por esto, de igual manera, celebro esta tradición. Al recibir un plato de calabaza en dulce (riquísima, regada con miel de panela) mi mente repite la palabra única de esta región: ¡quinsanto! No me preocupa lo que dicen los puristas, que debe escribirse con la letra k, porque así es en el idioma tojolabal. No lo sé, no soy experto lingüista. A mí me gusta su sonido y celebro lo que significa: Fiesta de los santos. La fiesta se vuelve motivo para comer, para, como me dijo el contador Aguilar, comer un pan de muerto acompañado con una taza de café (bueno, yo no bebo café, pero sí bebo té). La tradición de enviar “un bocadito”, además, es un signo de amistad. El afecto extiende sus brazos y comparte algo del altar dedicado a sus difuntitos. Este compartir alimenta los espíritus, amarra los lazos de identidad. Celebramos el retorno de nuestros muertos con una muestra de amistad. Este año, por la pandemia, muchas tradiciones se modificaron. La dirección de cultura, del ayuntamiento comiteco, lanzó una convocatoria singular: Concurso de altares en forma virtual. Los comitecos le tomaron una foto al altar que hicieron en sus casas y lo compartieron con todo el mundo. Sé que el director de cultura, mi admirado amigo arquitecto Jesús Pedrero, hará lo mismo para navidad. Ah, qué belleza de muestra será, decenas de nacimientos serán admirados por todo el mundo. Sí, la pandemia nos ha jodido en muchos aspectos, pero el espíritu humano sigue elevándose. Los chunches electrónicos de estos tiempos permiten que el mundo continúe celebrando la vida. Posdata: El contador Aguilar y la maestra María Elena (bendito Dios) no compartieron en forma virtual el quinsanto, ¡no!, hicieron favor de hacerme llegar la riqueza gastronómica en vivo y a todo sabor. Yo, mero ish, comparto con vos el quinsanto que me comí, en una sencilla fotografía. Lo hago para que en tu corazón untés la palabra quinsanto, palabra que es un regalo de Comitán para el mundo, palabra que es un aporte de esta tierra al rosario de actos culturales que rezamos en Día de Muertos.