viernes, 6 de noviembre de 2020

CARTA A MARIANA, CON LIBROS Y CAFÉ

Querida Mariana: Los libros y el café siempre han estado unidos. Como en el cuento del huevo y de la gallina, no sé qué fue primero, si el libro o el café; pero he visto muchas películas o leído muchas novelas y cuentos donde estos dos productos culturales aparecen unidos. A veces escucho que alguien dice, en una tarde lluviosa, que se les antoja una taza de café con un buen libro, o una buena taza de café con un libro. Sí, como que sus espíritus están hermanados. Asimismo, he visto, en varias ocasiones, anuncios de librerías donde ofrecen una taza de café gratis en la compra de libros, pero jamás, ¡jamás!, había visto una promoción como la que hallé en días pasados en las redes sociales. “Cosas y quesos Paulita” ofreció a sus clientes y amigos llevarse un libro gratis en la compra de dos tazas de café americano. Quienes no son lectores no les parecerá sorprendente este aviso, pero los lectores de hueso colorado saben que fue una promoción generosa. No sé de quién fue esta idea, pero la aplaudo, porque en estos tiempos (y siempre) los lectores agradecemos toparnos con libros. A ver, a ver, no te emocionés de más. No sé si ahora que vayás a comprar un americano te den un libro gratis. Ahí, en la etiqueta, dice que la promoción es válida hasta agotar existencias. No sé (la verdad) la fecha de la promoción. Hallé la promoción y me gustó. Es una promoción llena de tradición, que honra a doña Paulita Román, la iniciadora del negocio (en 1979). Te cuento la historia, sólo para que quede constancia de que nuestro pueblo reconoce y promueve la lectura y el consumo de una taza de café. Sí, sí, lo entiendo, hay más bebedores de café que lectores, pero hay lectores que acompañan su lectura con una buena taza de café. Mi amigo Hugo bebe más de cinco tazas de café al día. Siempre que entra al aula universitaria lleva entre las manos su carpeta de apoyo pedagógico y su taza de café (ahora que da clases en forma virtual por la pandemia, sin duda tiene la taza de café al lado de su computadora). He leído muchas biografías de escritores que acuden a locales para tomar una taza de café y dialogar con amigos o apartarse en una mesa y escribir lo que luego leeremos en todo el mundo. Hay cafés que se han hecho famosos porque ahí acudieron grandes escritores. Acá en Comitán, el investigador Amín Guillén acostumbra acudir a cafés; el fallecido Marco Tulio Guillén Barrios era asiduo visitante del Café La Techumbre (que ya no existe), en el portal poniente; Ornán Gómez acude al café de la librería Lalilu o al café pequeño que tienen, precisamente, en “Cosas y quesos Paulita”. Sí, los cafés son establecimientos que prefieren visitar los escritores de mundo; digo los escritores de mundo, porque hay otros (recordá que de todo hay en la Viña del Señor) que odian estar en locales donde hay mucha gente, estos escritores prefieren la total concentración que les permite su estudio o su recámara o la simple mesa en alguna esquina de la casa. La ventaja del café es la presencia de gente. ¿Necesitás un personaje estrambótico? Ah, pues agarrá al viejo que todas las tardes se sienta en la entrada y lleva una rosa roja que se seca igual que el tiempo de su reloj. ¿Espera a alguien en realidad o su mente se estacionó en un callejón del pasado? ¿Imaginás una promoción permanente donde en la compra de dos tazas de café americano te obsequiaran un libro? ¡Ah, sería genial!, pero no sería negocio. No puede ser buen negocio, porque un libro vale más que una taza de café. No hablo sólo del valor económico, sino también del valor espiritual. Los grandes bebedores de café hablan maravillas del elíxir divino; pero, de igual manera, los grandes lectores de novelas hablan maravillas del viaje universal. Posdata: Ver este tipo de promoción causó alegría a mi corazón. Miré al cliente comprando dos tazas de café americano y llevándose uno de los libros a su disposición; luego lo vi llegar a su casa, compartir un café con su pareja (quien subió los pies descalzos al sofá y se hizo como gatita) y, mientras bebían el americano, él le leyó las primeras líneas del libro elegido.