sábado, 28 de noviembre de 2020

CARTA A MARIANA, CON UN RECUERDO

Querida Mariana: en esta fotografía está mi mamá. Es la muchacha bonita que está al lado de su mamá y de uno de sus hermanos. ¡No! No seás grosera, la que está al frente es una garza. Es una de las dos garzas que había en su casa de infancia, en Huixtla. Te he contado que mi mamá nació en Huixtla, Chiapas, en 1930. Sí, ya cumplió noventa años y, gracias a Dios, está bien, física y mentalmente. En este tiempo de contingencia sanitaria, muy juiciosita, ha permanecido en casa. Esto, por fortuna, ha evitado que se contagie del virus. Padece hipertensión arterial, pero lo controla. Salvo esta dolencia, está muy bien. Siempre ha dicho que le “echa ganas a la vejez” y, todos los días, sale a cuidar a las flores que tiene en el pequeño patio del frente en la casa, cocina (sí, soy un consentido, me prepara todo lo que me gusta. El otro día preparó una deliciosa jalea de guayaba con pera, que comí con un pan integral que yo preparo.) La fotografía es muy bella, data de 1944, más o menos. En ese tiempo, Europa está metida en una incruenta experiencia, la experiencia de la Segunda Guerra Mundial. En Chiapas, en Huixtla, otro es el clima. Acá el sol se desparrama sin pestes de pólvora ni nubes oscuras. Acá, en el instante de esta fotografía, la garza camina con un paso soberbio, casi dueña de esa pasarela de tierra, delimitada por piedras. Mi mamá ama las flores. Acá se ve de dónde pepenó la herencia. Su casa de infancia en Huixtla tenía un generoso jardín al frente y un sitio lleno de árboles (se ve la arboleda por encima de las tejas de la habitación que servía como cocina. Acá aparece una de las dos garzas, que llevaron a la casa de Huixtla desde la finca bananera Esther, propiedad de don Raúl Castellanos. Mi abuelo Enrique (papá de mi mamá) era el encargado de atender la finca de don Raúl, quien estaba casado con doña Amelia Suárez Torres. Resulta que Amelia era prima hermana de mi mamá, porque era hija de Petra Torres, hermana de mi abuelo. Uf. ¿Mirás qué enredo tan genial? Así que mi abuelo trabajaba en la finca de su sobrino político, un sobrino político que tenía mucha paga. Mi mamá piensa que don Raúl debió tener nexos familiares en Comitán, porque en una ocasión (ya en los años sesenta) llegó a Comitán y don Jorge Castellanos (mero comiteco) fue a saludarlo, tal vez eran primos. Bueno, el asunto es que de la finca Esther, que estaba cerca de Acapetahua, mi abuelo llevó a las dos garzas pequeñas. Pronto, las garzas aceptaron el nuevo hogar y se volvieron protectoras, porque, dice mi mamá, eran grandes limpiadoras del jardín y no permitían que entraran ratones ni ratas. ¡Ah!, ya imagino a las dos garzas caminando con ese paso majestuoso por todo el jardín. Las garzas tenían completas sus alas, pero jamás levantaron el vuelo. ¡No! Ellas estaban felices en la casa y ahí permanecieron todos sus años de vida. ¿Ya miraste qué bonito jardín? Estaba al frente de la casa. Si la garza sigue caminando llega a donde estaba la puerta que daba a la calle. Los vecinos pasaban por el frente y saludaban a mi abuelita Esperanza, a la hora que regaba las plantas; los muchachitos llegaban para jugar con los hermanos de mi mamá, y las muchachas bonitas llegaban a platicar con mi mamá. Pienso que dos o tres muchachos ya más crecidos se paseaban por el frente para mirar a mi mamá, quien, a pesar de ser pequeña, ya estaba varejoncita y linda. Sus piernas eran flacas como la de las garzas. La casa era modesta, pero generosa en extensión, dejaba que el sol, la lluvia y el aire caliente se pasearan sin restricción. No dudo que en el barrio donde estaba la casa de mis abuelos maternos había más casas semejantes, con casas modestas y grandes extensiones de terreno con flores y árboles frutales. La casa estaba cerca de la antigua estación del ferrocarril, maravilloso edificio que actualmente, qué pena, está en el abandono. Cuando mi mamá tenía vacaciones acompañaba a mi abuelo a la finca. A veces, mi mamá me ve y dice que heredé la costumbre de mi abuelo Enrique porque él, así lo exigía su trabajo, se levantaba a las cuatro de la madrugada y se metía a dormir a las ocho de la noche. Sí, igual que yo. Salvo que él se trepaba al caballo para coordinar los trabajos de la cosecha del plátano que exportaban a saber qué países. Los finqueros de la región aprovechaban el tren para enviar la mercancía a los puertos. Sí, los tiempos han cambiado, los trenes servían para enviar café o plátano, no para llevar inmigrantes. La Bestia aún no había sacado sus garras. El otro día, en las redes sociales, alguien preguntó si yo era de Huixtla. No, le respondí, soy comiteco, pero aclaré que mi mamá nació en Huixtla, aunque ahora dice que es comiteca, porque en su pueblo natal vivió hasta 1947; es decir, cuando tenía tenía diecisiete años, y de ahí, al contrario de las garzas, ella sí voló a la Ciudad de México, donde vivió hasta 1955, año en que se casó con mi papá y llegó a vivir al pueblo donde yo nací: Comitán. Desde que ella salió de Huixtla ¡no volvió! Pucha, más de setenta años, setenta años y un cachito. El otro día hicimos un ejercicio mental, entré a Google Maps y dimos una vueltita por el parque donde está el palacio municipal. ¡No!, dijo mi mamá, y recordó que el parque de sus tiempos era una belleza, tenía arcos con flores que formaban pasadizos como de laberinto y los árboles estaban podados con forma de animales. El parque era un orgullo de los huixtlecos, con gran identidad, ahora es una plancha de cemento sin personalidad. Mi mamá dice que piensa que lo único que no ha cambiado es la Piedrona de Huixtla. Ella sigue oronda, soberbia, en la parte alta de un cerro. Ella es la eterna vigilante, la garza que mantiene al pueblo limpio de ratas grandes. El clima ha cambiado. Mi mamá dice que, por el calentamiento global, el calor debe ser más intenso, dice que ya no lo soportaría. Dice que los ríos también han cambiado. Recuerda que, de niña, iba al río. Los hombres se bañaban en la orilla del otro lado y las mujeres en la orilla del lado del pueblo (no me cuenta si se reunían a mitad del río, eso no me lo cuenta); dice que era bello ver a las mujeres cargando en canastos la ropa que lavarían. Cada mujer tenía una piedra para lavar, ahí aprovechaban para ponerse al día con los chismes del pueblo. Cuenta que en los años cuarenta había un tren que se llamaba El Mixto, no sabe por qué tenía ese nombre. Sólo recuerda que era un tren con “pocos carros” y que era, como han platicado muchas personas, un tren muy alegre. En las estaciones se acercaban los vendedores y los pasajeros se inclinaban en las ventanas y compraban tortillas, pescado frito y taberna. ¿Taberna? Sí, había una estación donde los vendedores ofrecían taberna a los pasajeros. La bola de bolos compraba esa bebida bendita. ¡Ah, genial! Una vez, mi abuela fue a Tapachula en El Mixto, recomendó la casa a mi mamá y a sus hermanos. Ya sabés cómo es la vida, esa mañana pasó volando una parvada de cotorros y “La Cotita”, cotorrita de la casa, se alebrestó y se unió al grupo. ¡Dios mío! Mi mamá y sus hermanos corrieron, miraban el piso al tiempo que veían el cielo. ¡Allá va, allá va! La Cotita volaba detrás de la parvada. Llegaron a la terminal, acezando. Mi mamá alzó la vista y vio que La Cotita, tal vez cansada, se había parado en el pretil de la azotea del edificio. Subieron por las gradas, caminaron llamádola: ¡Cotita, Cotita!, pero La Cotita parece que ya le había agarrado el gusto a la vida libertina y cuando vio que sus amitos extendían los brazos para agarrarla, voló y con las alas les dijo adiós para siempre. Cuando mi abuela regresó a casa halló a sus hijos en un mar de lágrimas, lloraban por la ausencia de La Cotita y por la clásica regañada que la mamá les daría: ¡No me puedo ir un ratito, porque miren lo que pasa! Sí, tengo parientes en Huixtla, tanto por el lado materno como por el lado paterno. Ahí vivió mi tío Manuel Molinari, papá de Quito, el ingeniero Cuauhtémoc Molinari, quien llegó a ser presidente municipal de Huixtla. Ambos ya fallecieron. Mi abuelo se llama Enrique Torres Chirino. En Huixtla hay apellidos que deben emparentar con su árbol genealógico. Bien dicen que sabemos el lugar de nuestro nacimiento, pero no el lugar de nuestra muerte. Mi abuelo Enrique dejó Huixtla y viajó a la Ciudad de México y luego vivió en muchos lugares al lado de su hijo Mario, quien era ingeniero civil y viajaba a diversas partes para construir carreteras. En una ocasión, mi tío fue enviado a construir una carretera en Baja California Sur, vivió en Villa Constitución, ahí falleció mi abuelo. Uf. Al otro lado del país. Vivió en el Sur y murió en el Norte. Posdata: El jardín de la casa de infancia de mi mamá era bello. Crecía sin la gracia y armonía de los jardines franceses, crecía con una armonía desigual, pero, si te fijás, el lugar que eligieron para posar en esta fotografía, tiene un arco majestuoso, formado por dos arbolitos graciosos, tan verticales como las patas de la orgullosa garza.