sábado, 21 de noviembre de 2020

CARTA A MARIANA, CON UN GATO SOBRE EL TEJADO

Querida Mariana: mi primo José era gatero. Su mamá lo decía. Yo era niño cuando escuchaba eso. Pensaba que a José le gustaba tener gatitos en casa. ¡No! Su mamá lo decía porque a José le gustaba perseguir a las sirvientas del barrio. Yo no encontraba la relación. Pero, conforme crecí me enteré que a las sirvientas (hoy ya no se usa el término) les decían gatas y era como un trato despectivo. Nuestra sociedad, desde siempre, ha sido discriminatoria. Pero, asimismo, ha bamboleado en los extremos de la balanza: en algunas casas las sirvientas fueron maltratadas, y en otras casas fueron respetadas y queridas. En éstas últimas pasaron a formar parte de la familia. Yo tuve la experiencia de presenciar los dos extremos. Sí, a las sirvientas les decían gatas. Tan era así que, cuando en los altos del café Nevelandia organizaban bailes los domingos, el nombre se modificaba a Gatolandia, porque muchas sirvientas llegaban a bailar en esas tardeadas. Sí, mi primo José era gatero, no porque amara a los gatitos como mascotas, sino porque siempre andaba detrás de las gatitas para ver si ronroneaban en su catre. Muchas sirvientas (en los años que te cuento, los sesenta y setenta del siglo pasado) se quedaban a dormir en las casas donde trabajaban. Las amas les acondicionaban un cuarto, con un catre y ahí las sirvientas colgaban su ropa en un palo de escoba que estaba detenido en las paredes. Hubo muchas “gatitas” que se movían como pequeñas leonas y despertaban los deseos de los patrones (del esposo de la patrona o de los hijos ya barracos). Así que, además de la carga del trabajo intenso, las sirvientas debían soportar el asedio de los patrones calientes. Algunas gatitas eran como leonas y les soltaban zarpazos a los calenturientos, pero muchas otras no tenían garras y las agarraban. En ese tiempo, los patrones no se protegían y cuando, medio bolencones, se metían en los cuartos de las sirvientas a media noche, embarazaban a las gatitas que, cuando se les empezaba a inflar la panza, eran corridas de las casas. Pobre destino de esas gatitas de angora que, en lugar de nacer en El Pedregal de San Ángel, nacieron en un simple pedregal. Tengo muchos amigos que son gateros, en el buen sentido de la palabra. No son como José, ¡no!, son amantes de los gatitos como mascotas. Mi Paty es gatera, ama a los mininos. Por eso sé que hay un alimento que se llama así “Gatitos”. El buen Monsiváis, fantástico cronista de la Ciudad de México, fue gatero. Él siempre estuvo acompañado de gatitos, fueron sus fieles amigos. El mito cuenta que cuando Carlos Monsiváis falleció le sobrevivieron trece gatos, ¡trece!, pucha. Monsiváis fue gatero toda su vida. Su primer gatito apareció en su casa cuando Carlos tenía diez años; es decir, Monsi convivió con gatitos más de sesenta años. Los gatos de Monsi se hicieron tan famosos como su amo. Los nombres de los gatos de Monsi, por supuesto, no eran comunes, correspondían a la genialidad de Carlos. Uno de los nombres más geniales fue el que jugaba con el nombre de Fray Bartolomé de Las Casas, el gato de Monsi se llamaba Fray Gatolomé de Las Bardas. Otro nombre genial fue el de Miss Antropía. Genial, ¿verdad? Monsi era un gato juguetón con el lenguaje. ¿Y qué decís del nombre que tuvo un gato suyo que llamó Copelas o maúllas? Sí, los nombres de los gatos de Monsi estaban puestos más para atraer la atención de millones de lectores que para llamar a los mininos. Los nombres de las mascotas exigen nombres cortos, por supuesto que sí. No sé, pero imagino que el cabroncillo de Monsi no llamaba por su nombre completo a sus gatos. Ah, ya lo miro en la cocina poniendo un poco de leche y llamando a Fray Gatolomé de Las Bardas. Pucha, media hora para decir su nombre cinco veces. El llamado imponía decir sólo la primera palabra. Quienes bautizan con el nombre de Misho a su mascota no tienen problema a la hora de llamarlos: Mishito, mishito, mishito, mishito, y el gato se acerca con la cola parada. Pobre el Monsi si llamaba con su nombre completo a Fray Gatolomé de Las Bardas. No, pienso que si lo llamaba le decía Fray, Fray, Fray, Fray y el gato ya estaba acostumbrado a escuchar ese nombre. El gato que está en la fotografía, al borde de la azotea, se llama Malvavisco. Este nombre corresponde a la relación de nombres comunes que exige la buena razón. Muchas personas no reflexionan en ello, pero el nombre que imponen a sus mascotas tiene una relación directa con sus personalidades, con sus historias de vida. Cuando me casé con mi Paty tuvo un gatito que le llamó Kremlin, ¡uf!, nombre de Plaza Roja. En Puebla le regalaron un gato y lo bautizó con el nombre de Misha; es decir, mi Paty, no sé porqué, tiene un hilo de comunicación con la Rusia de todos los zares. Ahora, el gatito que nos acompaña en casa es un gatito que ya llegó con nombre y que hemos respetado: Félix. Mi Paty le canta la de la caricatura: Félix, el gato, el único, único gato. A veces, yo le hago coro y levantamos los pies al ritmo de Félix, el gato, el único, único gato. En una entrevista que concedió, Monsi dijo que tener un gato en casa es la posibilidad de acariciar a un tigre, un pequeño tigre. Sí, los gatos del mundo son parientes cercanos de los grandes felinos, de los tigres, de los leones, de las panteras, de los jaguares. El Misha era un gato muy tranquilo, mi Paty decía que el animalito no sabía que era gato; en cambio, el Félix es un huracán de categoría 3, él sí sabe que es gato, porque es cazador. Le encanta salir al pequeño patio delantero de la casa para jugar el eterno juego de la caza, se agacha y ve cómo una mosca se para en el suelo y luego se avienta. La mosca le pinta un violín, pero el gato cumple con su destino. Mi Paty, a veces, lo regaña, le dice que no, que no persiga a la pobre mariposa blanca que, inocente, va de una planta a otra. En la película “Los aristogatos”, de Walt Disney, hay uno que se llama Toulouse, que remite de inmediato al genial pintor francés, Toulouse-Lautrec. No dudo que alguna pintora de estos tiempos tenga un gato que se llame Picasso o Van-Gogh; no dudo que un escritor tenga un gato que se llame Cortázar (quien también amaba a los gatitos). En la biografía de Julio Cortázar aparece un gato que se llama Adorno, en honor, dicen, de un filósofo alemán que se llamó Theodor L. W. Adorno. A mí me encanta el simple nombre de Adorno, porque es una genialidad que un simple adorno (bibelot) ande de un lado para otro en la casa y abandone su destino de estar siempre colocado en un esquinero o en una mesa de centro. Además, a diferencia de los nombres de los gatos de Monsi, cumple con la regla práctica para llamarlos a cenar: Adorno, Adorno, Adorno… Bautizar a una mascota exige una selección precisa, que vaya acorde a la personalidad del animal y que refuerce el vínculo con los habitantes de la casa. Nunca supe por qué a las sirvientas les llamaban gatas. Tal vez, digo sólo que tal vez, se debía a la costumbre de recibirlas en casa. Los gatitos tienen vidas semejantes. Llegan de afuera y se quedan con la familia. En algunos casos los tratan muy bien, en otros los tratan muy mal. Que sean benditas todas las personas que dan buen trato a los gatitos; que sean benditas todas las personas que dan buen trato a la servidumbre. Mi primo José era gatero, por eso Anselmo lo bautizó con el título de Príncipe de los tejados, porque los gatos trepan a lo alto de las casas y ahí hacen sus travesuras. La mamá de José hacía berrinches por el mal comportamiento de su hijo, pero nada más podía hacer. Yo la vi prender veladoras a San Francisco de Asís, pero parece que el santo no entendía el español, porque nunca hizo el milagro. Todo mundo sabe que San Francisco es el abogado de los animales. Ahora pienso que el comportamiento de mi primo era muy cercano a lo animal; es decir, San Francisco velaba por él como velaba por los demás gatitos. Ahora iba a preguntarte con qué nombre bautizarías a un gatito, pero recordé que vos no sos muy afecta a gatos. A vos te gustan los perritos. El otro día miré que a un chuchito comiteco lo bautizaron con el nombre de Chimbo, ah, me gustó el nombre. También conocí un chucho que se llamaba Butifarra. Me gusta más el nombre de Chimbo para un chuchito, pero Butifarra también es nombre simpático para un chuncho rechoncho. Posdata: Hay mil nombres para bautizar a mascotas. Ya chole con los nombres comunes. Conozco más de diez loros que se llaman Paco. No supe qué pensar cuando Rosaura me mostró a un loro en su finca y cuando le pregunté cómo se llamaba, me dijo: Loro, se llama Loro. Pensé que me tomaba el pelo, pero cuando agregó que el pato que estaba en el estanque se llamaba Pato, pensé que mi amiga no se había quebrado la cabeza y no estaba mal. Sólo tenía un loro y un pato y el nombre del loro era Loro y el del pato era Pato. Cuando le conté esto a Iván me dijo que la genialidad hubiese sido que el loro se llamara Pato y que éste se llamara Loro.