viernes, 5 de marzo de 2021
CARTA A MARIANA, CON APLAUSOS
Querida Mariana: ayer me sentí muy chento. Estaba frente a la pantalla de la computadora y, en los comentarios de una Arenilla que escribí, hallé un GIF donde Leonardo Di Caprio estaba aplaudiendo. Mi amigo Marco Antonio Marroquín subió la imagen para decir que no le había disgustado mi texto y Leonardo aplaudía con emoción, con los labios apretados, bien vestido (como debe ser en los momentos sublimes), con una corbata moteada y con un reloj que, cuando menos, debe ser un Rolex.
Jamás en mi vida imaginé, soñé, que el gran actor, reconocido con el Óscar, estaría aplaudiendo uno de mis textos. Pucha, me esponjé como guajolote y casi casi me vi en la misma alfombra roja donde él caminó la noche que, con El Renacido, obtuvo el premio más grande de la industria cinematográfica del mundo.
Y pensé que por ahí había un hilo de luz. Di Caprio tiene, igual que yo, ascendientes italianos; es decir, sus raíces provienen del mismo país donde están las mías. Cuando pensé esto me sentí más en confianza, como si un lazo de identidad nos uniera. Él ya fue reconocido como uno de los más grandes actores de Hollywood y yo, perdón por la inmodestia, mi niña bonita, soy lo que mi nietecita Alejandrita me dijo la tarde del domingo.
Sé que no soy el único que tiene el privilegio de recibir ovaciones de Di Caprio en el Facebook. No, he visto en muros amigos que él también aplaude a otros; es decir, somos miles o millones, sí, millones, los que recibimos las ovaciones de Di Caprio.
A vos ya te aplaudió Di Caprio (lo digo con todo respeto, sin tizne de albur).
Pero no sólo Di Caprio aplaude a algunos en las redes sociales. He visto a Anne Hathaway. Debo ser sincero, nunca he recibido ovaciones de Anne. Anne (sin albur) aplaude mejor que Leonardo, ella lo hace con las manos frente a su rostro que está emocionado. Sus labios están apretados, como clausurando el llanto que está por desparramarse.
Ah, dichosos los que han recibido la ovación de Anne o quienes, ¡nadita!, han recibido los aplausos de Jennifer López. Ah, su ovación debe emocionar hasta las lágrimas a quienes la reciben, porque ella se pone de pie y sigue aplaudiendo. Y vos sabés, mi niña, que no es lo mismo que vos estés en un escenario y que la audiencia te aplauda, mientras están sentados, a que, por un resorte mágico, la audiencia se ponga de pie. ¿Has visto ese GIF donde la famosísima JL, también con sus apretados labios carnosos, se pone de pie y sigue aplaudiendo; las pulseras finísimas que rodean sus muñecas tintinean como campanas de oro? ¡Ah!, qué privilegio.
No, nunca he recibido aplausos de Anne o de Jennifer, pero, la mera verdad es que no me hacen falta, porque en mi corazón y en mis oídos sólo escucho lo que mi nietecita Alejandrita me dijo la tarde del domingo.
Tengo dos nietas. No son hijas de mis hijos, no. Ellas, por cariño, me eligieron y me dicen abuelo. Tengo mi nieta Fanny, una profesional exitosa que ya tiene un poco más de veintitantos años (ella, al lado de su esposo, ya es mamá de un príncipe); y mi otra nietecita es Alejandrita, ella tiene seis años y su color de cabello tiene el tinte original de un atardecer prodigioso. Alejandrita es la hijita menor de mi amigo Javiercito, persona a la que le tengo un cariño especial, no sólo a él sino a toda su familia. Digo que Dios me envió la bendición de tener dos nietas espirituales. Y el domingo en la tarde, Alejandrita puso su mano sobre mi cabeza y me envió el mayor reconocimiento que, al lado del que mi mamá me dijo el otro día, llenan mi espíritu de agua limpia.
El otro día compartí con mi mamá una Arenilla y ella, sentada al otro lado de la mesa del comedor, me dijo: “Qué bonito escribes, hijo”. Pucha. ¡Ya! Eso fue el culmen. Y ahora, la cereza del pastel fue lo que me dijo Alejandrita.
Te cuento, el domingo pasado, como todos los días, me levanté temprano y me puse a trabajar, pinté, dibujé, grabé unos audios y escribí. Como a las seis y media di por terminada la jornada laboral y revisé los mensajes en el celular y ahí hallé un mensaje en audio, enviado por mi amigo Javier, pensé que era algo que él me decía, apreté la flechita y escuché lo siguiente, niña, algo que fue como una ventana donde entró una catarata de luz, tan generosa, como una catarata de Iguazú: “Mi abuelito Molinari es el escritor más chingón”.
Posdata: Ah, si pudieras escuchar el audio, la vocecita de colibrí tierno diciéndome eso. Perdón, mi niña, pero desde el domingo, al iniciar mis diarias actividades prendo el celular y vuelvo a oprimir la flechita y escucho lo que Alejandrita bonita, linda, me envió. Es como un mantra que me llena de aire, que llena mi espíritu. Agradezco a la divinidad este privilegio, los aplausos del gran Di Caprio y las palabras de mi madre, y las palabras de Alejandrita enormísima. Dios los bendiga a todos. ¿Quién quiere aplausos de la Jennifer o de la Anne? Por el momento, yo no. Tengo más, recibo más.