martes, 16 de marzo de 2021

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA

Es una fotografía tomada en Comitán. Hay algunos elementos que así lo confirman: la casa pintada en amarillo y con techo de teja; la barda donde se desparrama una enredadera y una buganvilia, y la casa del fondo que, no se distingue bien, tiene un balcón en su fachada altísima. Otra característica es la cuesta por donde camina el escritor. Se nota cómo la pierna del caminante está flexionada y al dar el paso baja. Sí, la calle tiene grietas, es el paso del tiempo, son como las arrugas en la cara del caminante, quien ya tiene más de sesenta y tres años. ¿Cuántos años la calle? Muchos, muchos más. Tal vez con su cara untada de cemento tiene menos años, pero esa bajada, que conduce al mítico barrio de San Sebastián, es añeja. Es una anciana que tiene ya varios siglos y, sin embargo, sigue siendo joven, porque recibe la luz del sol y los gajos de la lluvia con la misma alegría de siempre. Esa bajada continúa siendo un emocionante tobogán cuando llueve. Todavía (el escritor lo vio una vez hace pocos años) los niños siguen aventando barquitos de papel en las corrientes. ¡Ah!, cómo se divierten los niños cuando ven que los barquitos van dando tumbos bamboleantes, se van hacia un costado y se pierden donde la bajada termina y comienza una superficie horizontal. La ciudad de Comitán tiene cierta semejanza con las terrazas chinas. Tiene muchas pendientes, subidas y bajadas, pero éstas terminan en terrazas planas. El parque central de Comitán es una planicie, un pequeño vestido planchado, cuyas orillas se disuelven en bajadas, discretas, con rumbo a San José; atrevidas, con rumbo a Guadalupe o a San Sebastián; y alucinantes, con rumbo a La Pila y a las Siete Esquinas y al Cedro. El parque central de Comitán es como un caparazón de tortuga que se disuelve en subidas, fabulosas, con rumbo a la Cruz Grande. Esta pendiente lleva a otra discreta meseta, la de San Sebastián. La tarde de la fotografía fue un momento sublime. Ningún auto interrumpió la caminata del hombre que (lo sabe el escritor) disfruta caminar por la mitad de las calles, sólo para reencontrarse con los tiempos de su infancia, de cuando caminaba sin problemas por las calles empedradas del pueblo, porque los autos eran pocos y los únicos que las transitaban eran los burritos y los burreros, las canasteras y los niños que corrían y jugaban con un aro tataratero. Los burritos llevaban su sagrada carga de barriles con agua o costales con carbón o leña o las tradicionales gaseositas de don Jorge Soto; las canasteras, mujeres hijas del tenocté, llevaban soles sobre sus cabezas, lámparas que iluminaban las calles, fachadas, portones y balcones del pueblo. Los niños, en los años cuarenta o cincuenta, bajaban por esta calle trepados en sus carretones; colocaban sus intrépidos vehículos en la parte más alta, los impulsaban y se deslizaban entre los senderos que el paso de los caballos había trazado. Y esto era así, porque en ese tiempo, Comitán era un extensísimo campo de diversión, un lugar donde los sueños eran frutos que se cortaban con la mano y se disfrutaban en la sombra de los enormísimos árboles de los sitios y de las calles, que eran extensión de las casas. El patio de juegos no terminaba en la puerta de calle, ¡no!, el patio de juegos era todo el pueblo. Los niños vecinos del barrio, en los años cincuenta, subían por esta calle, llegaban al parque central y ahí seguían el juego, se resbalaban por las pendientes de la pérgola o jugaban con las bolitas del árbol del chío. La tarde de la fotografía fue una tarde plácida. El escritor caminó a mitad de la calle sin prisa, concentrado, iluminado. Fue como si todo el pueblo fuera suyo. La telaraña de los postes y de las azoteas estaba sin arañas y sin moscas. Nada interrumpía el lento descenso del caminante. Esos momentos son únicos, difíciles de conseguir en tiempos de intenso ajetreo. Esa tarde fue un privilegio, un abracadabra divino que abrió el aire, como Moisés abrió el mar, y dejó que este hombre caminara sin prisas por una de las bajadas del pueblo. Cuesta la cuesta, sí. Cuesta subir, nada cuesta la bajada. ¿Quién dijo que el éxito consiste en estar en la cima del mundo? No todo en la vida debe ser ascenso, también hay disfrute en el descenso.