miércoles, 3 de marzo de 2021

CARTA A MARIANA, CON UNA HISTORIA DE LUZ

Querida Mariana: digo que cada pueblo tiene su Ara. En Comitán tuvimos nuestro Ara, que eran las iniciales de don Arturo Rivera Alfaro; y en Estambul tuvieron a su Ara. Nuestro Ara comiteco tenía una tienda, en el portal oriente, frente al parque central. Nuestro Ara comiteco ya falleció y su negocio no existe, porque estaba en la manzana que tiraron para ampliar el parque. En su negocio (un local pequeño) vendía dulces, cigarros, galletas. Todos eran productos seleccionados. Vendía lo que en Comitán llamaban dulces extranjeros, porque no eran dulces artesanales de la región. Mi memoria es endeble, pero recuerdo una tarde que fui con mi papá y pedí que me comprara un chocolate envinado, con una cereza en el interior. Mi papá pidió una cajetilla de cigarros Alas Azules y accedió a mi petición. Yo fui feliz. Mientras mi papá platicaba con nuestro Ara, yo salí del local y me recargué en una columna (que ya no era de madera, sino de cemento), quité el papel celofán y, mientras veía los árboles y a las personas sentadas en las bancas o caminando por el parque, sentí el viento fresco y le di la primera mordida al chocolate. El licor se escurrió por mis labios, con un hábil movimiento de lengua lo recuperé. Ah, fue un instante inolvidable. El Ara de Estambul fue hijo de un farmacéutico, pero él no aceptó continuar con el negocio. ¿Hacer lo que hacía nuestro Ara comiteco que estaba detrás del mostrador esperando la llegada de los clientes? ¡No! El Ara de Estambul se sintió atraído por el mundo del cine y de la fotografía y llegó a convertirse en uno de los grandes fotógrafos del mundo. Ara Güler también ya falleció. Digo que cada pueblo tiene su Ara. Nosotros lo tuvimos en el portal derruido, nos alegró la vida a todos. Los mayores compraban cigarros, puros; las mujeres adquirían galletas selectas en cajas de latón grabado; y los niños, ¡ah, los niños!, nos extasiábamos con la variedad de dulces. A mí me encantaban los chocolates envinados con una cereza en el interior. No sólo era el sabor, también era la mezcla de colores y de aromas. El negro del chocolate se abría y daba paso a un corazón húmedo. ¡Ah, qué delicia! Nuestro Ara no se casó, vivía solo. Los turcos tuvieron a su Ara que sí se casó, pero no tuvo hijos. Sus biógrafos refieren que su compañera fue un encuache perfecto para él. Cuando ella falleció, el corazón de Ara Güler se fracturó. Digo que cada pueblo tiene su Ara. El Ara turco fue nombrado como El ojo de Estambul. ¡Ah, qué título tan selecto, tan lleno de gloria! A mí me gustaría que me ayudaras a hacer un homenaje a los Ara del mundo. Que por ahí en La Plaza te compraran un chocolate envinado con cereza en el interior y que lo disfrutaras mientras, en tu computadora, mirás fotografías tomadas por El ojo de Estambul. Sus fotografías son impresionantes, bellísimas, porque, la mayoría, son retratos de personas en la burbuja de todos los días. Los turcos mencionan que el archivo de Ara (de más de dos millones de fotografías) es un tesoro nacional. Cuanto terminés de comer el chocolate, por favor, guardame el papel celofán. Es para iluminar el recuerdo de mi papá. ¿Sabés qué le encantaba hacer a mi papá? Tomaba la envoltura y, con mucho cuidado, lo alisaba, le hacía pliegues y luego hacía un nudo para formar algo como una mosca de esas que usaban los dandis en lugar de corbatas. Era también un momento sensacional cuando mi papá extendía su brazo y me regalaba la corbatita. ¡Ah, me encantaba ese nudo central! Era como un pájaro en vuelo, un pájaro que no tenía más que las alas pegadas al pico. Era como si jugáramos al juego: ¿en dónde quedó el cuerpo? ¡Ah, el cuerpo ya me lo había comido! Sólo quedaba la envoltura y mi papá convertía ese simple papel en una figura alucinante. Posdata: todo pueblo tiene su Ara. Nosotros tuvimos un Ara que nos iluminó todos los sentidos a través del gusto. La trascendencia de nuestro Ara fue local. El Ara de Estambul tuvo trascendencia mundial. Su obra sigue iluminando todos nuestros sentidos, a través de la visión.