miércoles, 24 de marzo de 2021

CARTA A MARIANA, CON UN INSTANTE

Querida Mariana: Juan me sorprendió un día, me topé con él a mitad del parque central, no me dio tiempo de más, me extendió la mano, me jaló y me abrazó. Cuando estábamos unidos en ese abrazo me dijo: “No te abrazo, te regalo este instante”. ¡Pucha! Me dejó sin aliento, porque su abrazo fue muy emotivo y porque no esperaba esa definición de un instante. Mi amigo, el licenciado Héctor Flores, la tarde del 20 de marzo de 2021, también me regaló un instante, éste, del cual te paso copia. Me mandó la fotografía que él tomó. Es una fotografía de tiempos a. de p. (antes de la pandemia). Me envió la fotografía por WhatsApp y escribió: “Ya le toca una Arenilla a esta foto”. ¿Mirás lo que dijo? Cumplo su dicho. No escribo una Lectura de Fotografía, como en ocasiones hago. ¡No! Esta fotografía merece que la comente en esta carta que te mando a vos. Lo hago para honrar la amistad, la de don Héctor y la de Paty, editora ejecutiva de ARENILLA-Revista. Como si me hubiese topado con Juan, don Héctor, con esta fotografía, me mandó un abrazo que contiene un instante. Cuando vi la fotografía recordé que segundos después de este instante, Paty y yo dejamos de hacer lo que hacíamos y vimos al licenciado Héctor que se acercó. Nos saludamos y le ofrecimos un vaso con esquites. Dijo que no, porque debía atender algo urgente en su negocio, San Marcos, pero quedamos que en cualquier momento nos reuníamos en esas gradas del Centro Cultural Rosario Castellanos y compartíamos un vaso con elotitos. Por supuesto, luego llegó la pandemia, y la degustación de los esquites sigue en suspenso. Pido a Dios que pronto cumplamos la cita y nos sentemos en las gradas superiores, en un extremo, donde no se interrumpe el paso de las personas que suben o bajan por esas gradas, y veamos cómo la tarde se consume en medio de la burbuja armoniosa que es Comitán. ¿Sí alcanzás a mirar que al fondo está instalada una gigantesca carpa? Esa estructura la colocan cuando hay un acto especial ¿Iba a servir para el Festival Rosario Castellanos? No lo sé, no puedo precisar la fecha. Lo único que puedo decir es que esa tarde tenía la armonía que la fotografía transmite. Esas gradas permiten una de las vistas más bellas del centro del pueblo. Es como ese proverbial ventanillo que aún hay en muchas casas comitecas y desde donde sus propietarios husmean la calle. La diferencia es que, acá, el juego es de cartas abiertas. Paty y yo veíamos a los que caminaban por la banqueta, a los que se sentaban en las bancas del parque, a los que pasaban en sus autos y a los que subían o bajaban por las escalinatas, en la misma forma que ellos nos miraban. Desde acá, a esta hora, el sol comienza a inclinarse en el poniente, justo al frente de nosotros. Esto permite que la luz comience a tomar el tono de ámbar que impide que la gente con mirada caliente te “eche ojo”. Más tarde, los colores del cielo se transforman, abandonan su mirada de sembradío de trigo y asumen los más variados rojos y naranjas, como si Tamayo derramara el jugo de sus sandías proverbiales. Desde este lugar, reclinadas las espaldas sobre los muros de piedra, la vida es una suma de instantes prodigiosos. He revisado catálogos turísticos y ninguno dice que los visitantes deben destinar un tiempo generoso a este acto contemplativo. Todo mundo debería sentarse en este lugar, a las cinco y media de la tarde, para ver cómo el cielo comiteco firma su esplendor en su cara infinita. Incluso, si llueve, el visitante puede resguardarse en el amplio corredor y desde ahí ver cómo el agua se desparrama en cataratas sobre las gradas de laja. Ese momento es como si la rotundez de la piedra riera y, niña traviesa, fluyera sobre sí misma, en cascadas húmedas, saltarinas. Posdata: sí, el licenciado Héctor tiene razón. Me envió esta fotografía y dijo que ya le tocaba su Arenilla. Acá está, envuelta en papel de china. Parece que yo viera el busto de Mariano N. Ruiz, que honra a ese prodigioso maestro y cuyo nombre está grabado en la institución donde laboro desde hace más de treinta y ocho años, pero mi boca está llena de granos de maíz; Paty hace una selección de granos de maíz. Somos herederos del Popol-Vuh. Con fe le entramos con todo a ese delicioso manjar. Lo pedimos sin queso, sin mayonesa, sin salsa roja. Lo pedimos al estilo comiteco. Sólo los granos, con un poco de sal, unas gotas de limón y un puñito de polvojuan. Elsa dice que ella los prepara de igual manera, así los come, pero los hace más comitecos, parte dos o tres rodajas de butifarra, las corta de manera fina y las agrega a los esquites, dice que el sabor se potencia. Mi amigo Héctor me envió esta fotografía que tomó una tarde llena de luz. Fue un hermoso obsequio, porque fue un abrazo, porque fue el legado de un instante. Cuando un ser humano separa instantes de la cuerda infinita del tiempo y los privilegia, lo que hace es como entrar al río y tomar las pequeñas piedras que, como pepitas de oro, iluminan la vida. Gracias, licenciado Héctor. Qué instante tan más lleno de granitos de luz, tan lleno de granitos de maíz.