viernes, 19 de marzo de 2021

CARTA A MARIANA, CON SABOR EXQUISITO

Querida Mariana: el verbo sabrosear no está incluido en el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española. Esto es así porque la RAE siempre va detrás de lo que el pueblo nombra. El verbo existe, tan existe que en los últimos quince días he hallado en las redes sociales dos menciones, una un tanto peyorativa (“Juan se la quiere sabrosear”), y la otra, estimulante: “Estuve sabroseándome diez minutos frente al espejo”. No hay necesidad de explicar el uso de tal verbo, se sobreentiende. Para mí, viejo irredento, el término me resulta novedoso, pero ustedes los jóvenes lo emplean con frecuencia. El término sabrosear está íntimamente relacionado con el término comer. Uno comprende la relación directa. Cuando uno come un guiso especial, desea que esté sabroso. Pero, ¡Dios mío!, ambos términos también se aplican en nuestro país como un elemento de la picaresca subida de tono, casi grotesco. Un chavo puede decir a sus amigos que está sabroseando a fulanita, porque se la quiere comer. A las chicas esto les desagrada, porque el juego verbal contiene una carga agresiva. Las chicas acá en Comitán bien podrían volverse molestas y decir al abusivo: “No soy tu Hueso de Tío Jul, animal”. Sí, el uso de ambos términos no son los más afortunados; sin embargo, han trascendido y ahora yo me sabroseo, vos te sabroseás, ella se sabrosea, nosotros nos sabroseamos y ellos se sabrosean. Y dicho así (digo yo) el término pierde su máscara grotesca y adquiere un tono sensual, juguetón, picaresco, porque, tal como lo expreso, acá no hay una falta de respeto, todo es como dicen ahora los juristas: consensuado. Digo que la chica se para frente al espejo y por diez minutos se sabrosea. Al término de ese ritual regresa plena, iluminada (porque siempre en esta práctica hay algo de yoga, de meditación, de internamiento, de agradecimiento a la divinidad, de purificación de ese templo maravilloso que es el cuerpo). Cuando ellos se sabrosean, el acto se convierte en una nota armoniosa, como cuando vemos un par de pájaros en la selva que hace sus rituales amorosos. El macho practica sus mejores bailes e interpreta sus mejores gorjeos para impresionar a la hembra. Sí, digo yo, empleando este término juvenil, el macho alfa se sabrosea en público para que, si lo acepta la hembra, se sabroseen en una rama del gran árbol. ¿Mirás cómo el término que, de principio, resulta ofensivo, puede resultar agradable? ¿Dónde está el problema? El problema radica cuando el término se vulgariza al exponerlo ante los otros, los extraños, porque el acto de sabrosearse es, como todo lo sensual, lo sexual, un acto íntimo. Yo me sabroseo y reconozco mi cuerpo y es como si le echara incienso a ese templo glorioso. Vos te sabroseás y tu cuerpo ilumina tu espíritu y viceversa. Ellos se sabrosean y todo es como un canto sublime, como una serranía acariciada por un atardecer, como una bandada de pájaros en migración. Todo es un canto a la vida. Cuando escuché por primera vez los términos de sabrosear y de comer, aplicados a prácticas eróticas pensé en doña María Sabrosa y en Diego Rivera. La primera era conocida así en Comitán porque era una excelente cocinera, su sazón era tan exquisita que le trabaron ese mote: Sabrosa. Bien aplicado el adjetivo. Su comida era muy sabrosa y como ella era la mano que daba esa sazón ella era sabrosa. En el caso de Diego Rivera, la historia cuenta que un día (se pasó de chistoso) comentó que él comía carne humana. Pienso que el tal Diego era un eterno sapo jovenazo y se adelantó a su tiempo, tal vez se refería (en forma grotesca) a que él, como muchos jóvenes de hoy, se “comía” a sus modelos. Sí, primero se las sabroseaba en los cuadros (en los de caballete o en los murales) y después “se las comía”. Ah, sapo libidinoso, grotesto, antropófago, caníbal bruto, travieso, genio. Posdata: un mediodía acompañaba a Lucía, bella, con sus jeans bien ajustados y, ¡clásico!, apareció el grito desde lo alto de un edificio en construcción. Me sentí mal. Le pregunté a Lucía si eso la molestaba. Dijo que no y presumió que con frecuencia los perros le ladraban, pero, como perro que ladra no muerde, ella ignoraba esos ladridos. Pues sí, el albañil quiso sabroseársela, pero ella pasó dignísima en la pasarela de la vida. Veo que en las redes sociales millones de chicas suben y comparten fotografías. No dudés que millones de amigos virtuales las sabrosean. Existe la posibilidad de copiar y tenerlas como fotografía de pantalla. Esos fans sabrosean a estas chicas. Cuando me topo con una foto de la famosísima Marilyn no puedo menos que paladearla, disfrutarla, venerarla, sabrosearla, pues. El verbo sabrosear no existe en el Diccionario de la Real Academia Española, eso al mundo hispano le tiene sin cuidado. Todo mundo usa el verbo sabrosear. Yo me sabroseo, vos te sabroseás, ella se sabrosea, ellos se sabrosean. El sabor es esencial en el sentido del gusto. A la hora de la comida deseamos cosas sabrosas. Si yo me sabroseo, quiere decir que mi sazón es especial.