miércoles, 17 de marzo de 2021

CARTA A MARIANA, CON REUNIONES DESDE CASA

Querida Mariana: estas pantallas compartidas se han vuelto comunes. A veces son dos imágenes, tres o cuatro, como en esta ocasión, pero hay imágenes con decenas de ventanas. Las clases en línea reúnen a veinte, treinta o más participantes. Se han vuelto comunes, pero no podemos ignorar la genialidad del ser humano. Ahora, los chunches tecnológicos actuales permiten reuniones como en la que participé la noche del 10 de marzo de 2021. El escritor y maestro Ornán Gómez me invitó a participar en el ciclo de pláticas “Cuentos para dormir contentos”, una propuesta de Acción Magisterial Artística. La primera vez que vi una pantalla dividida fue en una película del gran director Brian De Palma, en los años setenta. Era una innovación cinematográfica. De Palma dividió la pantalla en dos y los espectadores vimos en una ventana al grupo de delincuentes que escapaba, en la otra ventana el grupo de policías corriendo detrás de ellos. Fue sensacional. Ahora las pantallas de la computadora se dividen para reuniones y muchas de éstas se hacen públicas y se comparten en redes sociales. La FIL de Guadalajara, de 2020, se realizó de forma virtual. Los espectadores, en todo el mundo, vimos presentaciones de libros en esta modalidad. En una ventanita el autor, en otra la presentadora y en dos más los comentaristas. Genial. Y la genialidad consiste en que cada uno de los participantes está en su oficina o en su hogar, y en los hogares en diversos lugares: cocina, sala, cochera, patio o jardín. No he visto, pero tal vez ya algún muchacho travieso estuvo en el baño de su casa. Se cumplió un año de la pandemia del Covid-19. La aparición de este terrible bicho obligó a que muchas personas, en todo el mundo, realizaran su trabajo en casa, a través del Internet. La Secretaría del Trabajo nombra a esta modalidad como Teletrabajo (trabajo a distancia). Claro, hay actividades que no pueden realizarse en forma virtual. El arquitecto puede presentar el proyecto de una residencia a través de una presentación en pantalla, pero, la ejecución de la obra sí tiene que ser en situ, en forma material. Los compas albañiles no pueden hacer su actividad desde casa. Pero la educación sí puede realizarse en plataformas tecnológicas. La maestra, desde su casa, imparte sus clases a los alumnos que, en sus casas, reciben la luz del conocimiento. No hemos dimensionado a profundidad el papel que los chunches tecnológicos han jugado en esta pandemia que nos pasó a joder la vida cotidiana, la vida donde volábamos como inquietos colibríes sin restricciones. Hemos permanecido en casa, ya un año; desde casa hemos trabajado. Vos y yo hemos hecho nuestras actividades desde casa. Vos, ¡dichosa!, en tu estudio cuya ventana da al jardín siempre iluminado, siempre luminoso; yo, ¡dichoso!, tengo mi computadora sobre la mesa del comedor, porque no tengo estudio. Me auxilio con una lámpara, porque la luz que entra en el ventanal de la sala no permite que tenga yo la claridad suficiente (después de un año de confinamiento pienso comprar una mesita para pasar la computadora a la sala y evitar el maltrato a mi vista. A veces me siento con la vista cansada. Vista cansada, qué término tan extraño. Casi casi miro a las niñas de mis ojos, quienes siempre son alegres y juegan a saltar la cuerda todo el día, como ancianas que se ayudan con un bordón (bastón) para caminar). Yo bendigo todos los días estos chunches tecnológicos que me han permitido seguir contribuyendo al desarrollo de la sociedad. Además, ¡ah, qué bendición!, veo películas. Ayer entré a ver Turandot, ópera de Puccini. ¡Qué genialidad! Desde mi casa, con una tacita de té, asistí a una fastuosa representación y descubrí que el primer enigma de Turandot se refería a la esperanza. Nosotros, los habitantes de este mundo, también pensamos todos los días en ese concepto: tenemos esperanza que la vida anterior regrese, si no al ciento por ciento en el corto plazo, cuando menos que ya lo miremos emprender la retirada. Por eso, comparto con vos esta pantalla segmentada. Los maestros Ornán, Ana María y Ovidio me invitaron a platicar con ellos, a leer un cuentito para dormir contentos. No sé ellos, ni la audiencia que nos acompañó, pero yo me la pasé genial y, de veras, dormí con una sonrisa en mi rostro, dormí ¡contento! Posdata: es genial la labor que realizan los maestros con esta propuesta cultural. La lectura es la invitada de honor, siempre. En muchos lugares del mundo, muchas personas siguen la emisión de AMART y participan en esta velada que cuenta cuentos para dormir contentos. La pantalla fue segmentada en cuatro ventanas, pero el hilo de comunicación fue un todo continuo. Agradecí en su momento la invitación y vuelvo a hacerlo ahora: agradezco a todos los maestros de AMART su afecto. Platicamos con la sencillez con que se desarrollan las charlas en casa. AMART se complementa con AMARTE o, si lo volvés palíndromo, se lee trama, y la trama puede ser el tejido que hacen los grandes artesanos de este enormísimo territorio de Chiapas; pero también es el argumento de una historia de vida, de ¡un cuento!