miércoles, 10 de marzo de 2021

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA

Todo es según el color del pájaro que se mira. Los elementos de esta fotografía son mínimos, pero, a la vez, grandiosos. La mano de una muchacha bonita, un pajarito y, de fondo, una pared con textura rugosa, pero atractiva al tacto. El color de fondo, blanco perla, resalta los colores de la mano de la chica y los colores del cuerpo del pajarito. ¿De verdad vale más pájaro en mano que ciento volando? Tal vez este dicho no se aplica en todos los casos. Los conservacionistas están a favor de que la bandada pase volando los cielos, que las aves no estén en cautiverio, pero qué se hace cuando uno de estos chiquillos traviesos se cae del árbol, porque se asomó de más en la ventana del nido. La mamá no estaba. Ella andaba en busca de gusanitos para alimentar a sus polluelos. ¡Ah, niño travieso! Te asomaste en el balcón y caíste y como no tenés aún la capacidad del vuelo llegaste al suelo, ahí donde, vos no lo imaginás, porque vos pensás que todo es cálido y seguro como las alas de mamá, está otro animal que no tiene alas porque es primo, lejano, pero primo a final de cuentas, del tigre y del león: ¡el gato! Ah, tan lindos los gatitos, tan igual de traviesos que los pajaritos. Los gatos no vuelan, pero tienen una capacidad soberbia de hacer equilibrio en bardas y treparse sobre todos los tejados y árboles del mundo. Acá, en esta fotografía se advierte que el pajarito está en una burbuja de armonía. La mano de la chica bonita está ahuecada, tomó la forma del nido, del corazón de la mamá, y el pajarito está en espera de que ella, casi madre sustituta, le enseñe una lombriz para que él abra el pico y diga que esa comida está deliciosa, que quiere más. Y digo que todo es según el color del plumaje con que se mira, porque el espectador inocente que vea esta fotografía dirá que es una imagen tierna, que puede servir para que los niños de todo el mundo tomen conciencia del cuidado y protección de los pajaritos de todo el universo; pero si la fotografía cae en manos de algún espectador alburero puede decir de inmediato: “Más vale pájaro en mano”, como diciendo: “Mamita, ¿pongo mi pajarito en tu mano?”, porque, lo sabemos, no todos los pajaritos vuelan por los cielos, hay pajaritos que trepan en los tejados en busca de lugares húmedos para hacer sus nidos. No todos los pajaritos picotean en la tierra en busca de lombricitas, hay pajaritos que picotean otras paredes. La fotografía es sencilla y bella. No sé qué edad tiene el pajarito extraviado y hallado en la mano de la chica. ¿Pía? ¿La chica le habló? ¿Le cantó algo como una canción de cuna, como una canción de nido? ¿Le cantó esa cancioncita tan bonita que dice: “Dormite pichito, / cabeza de ayote, / si no te dormís / te come el coyote”? Bueno, tal vez no, porque el pichito se habría asustado. La palabra coyote suena como gatote. Y los gatos no duermen, porque se comen a los pajaritos que, traviesos, se caen de sus terrazas. Tal vez la chica le preguntó a este pichito cuándo aprenderá a volar, cuándo hará circunvoluciones en el cielo, como si fuese una gran avioneta, y pasará por encima de los tejados y se pitorreará de los gatos bonitos pero perversos. Los autores musicales, los grandes creadores de canciones de cuna deberían, también, escribir canciones para los animalitos, para los patitos que tienen alitas torcidas, para los pajaritos que no saben volar. Pichito bonito, volá, volá sin cesar, que ahí viene el gato y te puede cazar. ¡Sí! Canciones de cuna que alerten a los pajaritos, que les digan que el mundo no siempre es tan cálido como el abrazo emplumado de la mamá o como el huequito que esta chica hizo en su mano.