jueves, 16 de junio de 2022

CARTA A MARIANA, CON EL JUEGO DE LOTERÍA

Querida Mariana: por favor, serví el café, el té, el pan, las galletitas de avena, ¡juguemos lotería! Invitá a tu novio, a tus papás, a Lourdes. Los políticos dicen que ¡hay tiro! Nosotros tiremos la carta, gritemos la figura y coloquemos un granito de maíz en el tablero, hasta que alguien, afortunado, complete su cartoncito y grite ¡lotería, lotería! Una lotería modesta, nada que ver con la de la Lotería Nacional donde los ganadores obtienen millones de pesos. Acá sólo se trata de bendecir el instante con los afectos, volver a los maravillosos tiempos de juegos de mesa. Dejemos de lado los celulares, los apaguemos y encendamos la tea de la convivencia, la que permite gozar el instante en comunidad. Volvamos a sentirnos vivos. La poeta Clarita Guillén obsequió al Museo Rosario Castellanos una lotería con imágenes de vida y obra de la famosa escritora; en el Museo de la Ciudad, la artista plástica Grisell Herrera, creó una lotería comiteca. Sí, juguemos una lotería nuestra, una que recupere nuestra identidad. Las barajas sólo tienen una palabra. Cada uno de los jugadores imagina la ilustración. Si decimos ¡parque!, cada uno imagina el de su preferencia, el que le somata con alegría su corazón. ¡Parque!, el de la colonia Miguel Alemán, el de San Sebastián, el de La Pila, el central, el de Yalchivol, el que te guste. Va, ¡hay tiro! ¿Todos listos? Ahí va la primera palabra: templo. Pucha, cuántos recuerdos. ¿En dónde hiciste tu primera comunión? ¿En dónde se casó el tío Armando? ¿Cuál es el que más te gusta? ¿Tuviste templo en tu cartoncito? Poné el primer granito. Seguimos. Todos atentos. Ahí va otra palabra: antojito. Pucha. Sé que ahorita se te hizo agua la boca. ¡Cuántos antojitos riquísimos! Los que comiste en el recreo en la primaria, los que llevabas al día de campo en Montebello, los que invitaste a tus amigas cuando cumpliste quince años, porque ya me platicaste que no hiciste el clásico baile en salón con decenas de personas, ¡no!, vos, como es tu costumbre, bordada con hilos sencillos, invitaste a tus amigas más cercanas a cenar en el patio de la casa de tu abuela, con juncia, manteado, discos de marimba y una mesa pródiga en antojitos. ¡Personaje! Ah, qué maravilla, nada de nombres rimbombantes, nada de los grandes héroes comitecos que aparecen en los libros o el de escritoras famosísimas. No. Que cada uno coloque el personaje comiteco más cercano, el que más hilos de luz ha colocado en su espíritu: el abuelo, la mamá, el primo, el amigo, el carpintero que te regalaba trompos, el que hace las fornituras y te regala bolsos de piel, maravillosos bolsos. ¡Futbolista! ¡Basquetbolista! Puede ser el nombre de un gran deportista comiteco, pero también puede ser el nombre de tu tío, el que ganó el estatal de la selección de los 60 y más; o el del primo que todos los domingos prepara su maletín y va a jugar con su palomilla a la cancha del barrio. Sí, este juego permite traer a la memoria lo más cercano, lo más íntimo. ¡Pareja! Va, nada digás, pero vos pensá en la persona que más listones coloca en tu corazón. ¡Chunche! ¿El reloj que te regaló tu abuelo? ¿La flor que te dio tu novio en la primera cita y que aún conservás, toda seca, en medio de un libro de Sabines? (gracias a Dios tu relación está fresca, no como la flor que ya anda toda marchita). ¡Hay tiro! Ah, mirá las carcajadas de tu papá a la hora que Raulito dijo: ¡espritora! Ah, pucha. Qué gozo. Ya luego corrigió. Pero ese círculo de alegría siguió tocando los cuerpos y espíritus de todos. ¡Escritor! ¿A quién elegís! Nada de elegir a los grandes del mundo, no, se trata de elegir a los paisanos. Y cuando todos se acercan a llenar sus cartones, la emoción es un globo a punto de reventar, una explosión de vida. Y asoma la carta con la que uno de nosotros coloca el granito de maíz que completa el cartoncito y, haciendo su silla para atrás, se para, levanta los brazos y grita: ¡lotería, lotería!, y todos aplaudimos y lamentamos no haber sido los elegidos de la diosa de la buena fortuna, sin darnos cuenta que sí fuimos elegidos por la diosa de la vida, porque nos permitió la iluminación suprema, la de compartir el instante glorioso donde el tiempo es una burbuja afectuosa, lluvia bendita que riega nuestras parcelas. Posdata: serví un poco más de té, otra galletita de avena. La vida compartida es la esencia más sublime.