miércoles, 22 de junio de 2022

LLENA DE COLORIDO

A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que son como pinturas de Botero, y mujeres que son como pinturas de Picasso. La mujer Picasso, desde niña, fue objeto de burlas en la escuela, porque tenía un ojo extraviado o un labio que era como una repisa mal colocada. La mujer Picasso, ya de grande es una de las mujeres más atractivas del mundo. El lunar grande que tenía en la comisura de los labios y que los compañeritos del cuarto grado de primaria decían que era como una mosca tse-tse, era como un gusano que se volvió mariposa, porque ahora es motivo de seducción, todos los hombres caen rendidos ante ese hermosísimo pétalo oscuro. La de manos grandes, que eran como manoplas de béisbol, hoy son orquídeas que humedecen la piel de los amados a la hora de la caricia, a la hora que repasan cada una de las extremidades del varón deseado. ¿Cuántos niños no se burlaron de su nariz de garfio, de esa nariz que tenía un columpio o que tenía dos hoyuelos donde ella, la niña Picasso, se sacaba los mocos verdes y ligosos? Hoy, esa nariz es un atractivo más del rostro de la mujer Picasso, su forma le permite oler y disfrutar los más seductores aromas de su pareja. ¡Ah, es fascinante el juego donde ella se inclina en el pecho del amado y, como si su nariz fuera una sopladora, riega aire caliente, cascadas de aire que son como mil hormiguitas caminando por las tetillas y por el ombligo! La mujer Picasso es, como lo intuyó Pablo, mujer de tres dimensiones en un plano de dos dimensiones; es tres mujeres en una: mujer color, mujer mutable, mujer llena de madrugadas y atardeceres. Su cuerpo y su espíritu tienen todos los colores del universo y más. Su rostro tiene todos los tonos de la naturaleza, en su cuerpo está el rojo de la flama, el azul del vuelo, el verde agua del pozo eterno, el blanco del gis, del que toma el niño para dibujar sapitos en el pizarrón del aula. Fue motivo de burla cuando niña, pero en cuanto creció, sus pechos, sus piernas, sus manos, sus labios y, sobre todo, su mirada, fueron como colibríes volando alrededor de la flama donde se calienta el elixir del misterio. Ella es mágica, es hija de la grieta donde se cuela la luz, donde las golondrinas hacen verano. La delicia de sus juegos de cama consiste en descubrir el color de cada una de sus sensaciones, de cada uno de los dedos de sus pies y de sus manos, de los pétalos de sus pechos, de sus areolas, de sus labios, los cuatro. Sus compañeritos del quinto grado de primaria se pitorreaban de ese grano rojo que tenía a mitad de la nariz se quedaron callados al crecer y descubrir que ella, la niña del grano rojo, tenía un botoncito rojo que hacía las delicias a la hora del vuelo. Y digo vuelo, porque si alguna mujer vuela en el mundo es precisamente la mujer Picasso. El vuelo lo tiene signado en su trazo ágil, en la ventana que, como su rostro, a la vez, está cerrada y abierta, está de frente y de perfil, arriba y abajo, debajo del árbol del deseo y arriba de lo sensual, del sorbo de tequila, de la sábana y de la fogata. Es un prodigio de la naturaleza que en un plano de dos dimensiones una mujer vuele en tantos universos paralelos; la mujer Picasso es continuadora del genio, la mujer especial, única. La mayoría de mujeres se hace cirugías estéticas para parecerse más como a las otras, las modelos impuestas por el canon estético plástico. La mujer Picasso está satisfecha con sus rasgos que son dignos de museo. Ella es mujer cuyos colores exudan aromas, aromas amarillos huevo, amarillos sol, anillos amar, amar anillos. Es mujer única, excelsa, mujer de vuelo sublime. A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: mujeres que piden más a la hora del verbo, y mujeres que exigen menos a la hora del suelo.