sábado, 11 de junio de 2022
CARTA A MARIANA, EN NOMBRE DEL VUELO
Querida Mariana: el nombre de Katya Echazarreta ya está inscrito en el muro de honor. Ella es originaria de Guadalajara y en días pasados se convirtió en la primera mujer mexicana en volar al espacio. ¿Sabés qué dijo en redes sociales, antes del lanzamiento? Dijo: “Este vuelo te lo dedico a ti, México”.
Esta frase es genial. De inmediato recordé lo dicho por el astronauta que llegó a la luna: “Un paso pequeño para el hombre, un gran salto para la humanidad”.
Katya sólo anduvo diez minutos en el espacio, fue un viaje rápido, pero ya anduvo en alturas reservadas a elegidos. El espacio, ¡ah, qué maravilla!
Más de siete mil millones de seres humanos en el mundo, y únicamente algunos llegan a esas alturas. La mayoría anda con los pies sobre la tierra, toda la vida.
Pero, coincidirás conmigo, muchas personas, muchísimas, también vuelan en el alcance de sus sueños. Los padres, en forma metafórica, dicen que su cometido en la vida es colocar alas a los hijos para que vuelen, que vuelen tan alto como lo imaginan.
Sí, millones de mujeres mexicanas vuelan rasito, apenas levitan. Todas ellas no alcanzan a colocar sus nombres en los muros de la fama, no aparecen en los noticiarios de televisión, en las portadas de los periódicos, ¡no!, ellas vuelan en forma anónima, pero algo sí me queda claro: ese vuelo también lo dedican a México, porque acá nacieron, porque acá viven, porque acá tienen a sus amigos, a sus familiares, a sus parejas; acá dan brillo a sus alas.
Te conozco, vos sos mujer de vuelo; conozco a muchas amigas que vuelan en este pueblo, que aletean para refrescar el entorno, para treparse a las ramas de algún árbol de durazno o de jocote, para ver el mundo con mayor perspectiva.
¿A quién dedicás tu vuelo? A México, porque acá están nuestros cielos. Sí, muchas comitecas vuelan a diario. No lo hacen en el espacio inmenso, no, sus vuelos son más modestos, pero pregunto: ¿acaso hay vuelo sencillo? ¡No! Los seres humanos nacimos incapacitados para el vuelo. No poseemos la propiedad maravillosa de las aves, de las mariposas, de esa maravilla que se llama luciérnaga. No. No obstante, ahí está el ejemplo patente de Katya. Ella ya llegó a alturas donde las águilas no llegan. Ella ya fue más que una chinita, más que un cóndor. Fue apenas un lapso breve, pero ¡intenso! Voló, gracias al ingenio del ser humano. Sin alas ¡voló! Así veo a muchas chicas comitecas, haciendo lo mismo, volando gracias a su ingenio, a su vocación, a su entrega. Vuelan porque tienen sueños.
Tenemos los ejemplos clásicos en nuestra comunidad. Ejemplos históricos, mujeres comitecas que, a pesar de vivir en un cachito del mundo, lograron volar muy alto.
Hace unos días, pocos, en la maravillosa comunidad de Juncaná, del municipio de La Trinitaria, que, ¡bendito Dios!, vive épocas fértiles, inauguraron un mural pintado en el salón de usos múltiples. En ese mural aparecen personajes relevantes del lugar. Entre ellos, por supuesto, una mujer “cosmonauta”: María Ignacia Gandulfo. Basta recordar que esta mujer es recordada también en Comitán, el Hospital General lleva su nombre. ¿Por qué? Porque, en acto generosísimo, donó mucha paga para que se usara en la construcción de un hospital. En su testamento expresó: “que se traigan los más pobres y faltos de amparo y humana protección para que se les asista con los alimentos posibles y aquella curación y medicina que ofrece el país”. Ah, palabras que están en el mismo baúl de Katya. Doña María Ignacia Gandulfo dedicó su vuelo a los pobres de nuestro pueblo, pueblo de México.
Sé que ahora estás haciendo un recuento en tu mente, de mujeres comitecas que conocés y que están despegando, que van en consecución de sus sueños. ¿Qué hace la mujer que hoy en la mañana abrió su tienda? Abrió sus brazos para empujar las dos hojas de la puerta. Abrió sus brazos. ¿Qué hizo la mujer que cargó a su pichito en el chal y fue a vender verduras en el mercado? Abrió sus brazos. ¿Qué hace el águila a la hora que emprende el vuelo? Abre sus alas. Los seres humanos abrimos los brazos para imitar el vuelo, pero, sobre todo, abrimos el espíritu para invocar la luz.
Las comitecas dicen: “Este vuelo te lo dedico a vos”. Se lo dedican a sus parejas, a sus hijos, a sus padres, a la familia, al barrio, al pueblo todo. Lo dedican a México. Hay unas tan arrechas que van más allá, lo dedican al mundo. ¡Sí! Ah, mujeres valiosas que, con su trabajo, con su pasión creativa, ayudan al mundo, porque, ya lo dijimos, todo acto mínimo que se hace en una parcela repercute en el globo terráqueo. Las acciones buenas ayudan al mundo, las acciones malas joden al mundo.
Acá hablamos de las mujeres que siembran, las voladoras, las mujeres tiuca, mariposa. Las actrices que nos deleitan en las obras que presentan en el auditorio de Casa de la Cultura o en el Teatro de la Ciudad o en parques, plazas, patios de casas de arte. Hablamos de las mujeres que vuelan en pos de la palabra y son poetas y narradoras; de las que pintan muros y telas, de las que hacen mezclas prodigiosas para pintar cielos.
Diez minutos voló Katya, apenas un guiño en el aro del tiempo. Quienes vuelan, en dulcísimos instantes poseen el universo. Los que vuelan saben que lo hacen en instantes, en momentos donde aparece la esperanza. Hay vuelo en el nacimiento de una criaturita; hay vuelo a la hora que entramos a una sala cinematográfica y disfrutamos el estreno; hay vuelo a la hora que la mamá empuja la carreola en el parque de San Sebastián; hay vuelo a la hora que el hermano tojolabal mete las manos en los chorros de La Pila; a la hora que nos tumbamos en el césped y miramos el vuelo de una mariposa; a la hora que la niña abre los brazos y corre a abrazar al papá; a la hora que llegamos a casa y el perro hace fiesta, mueve la cola y empuja sus patas contra nosotros.
Todos los seres humanos tenemos instantes donde el vuelo está presente, donde la energía de todo el espacio se concentra en nuestra pequeña burbuja de aire. Volamos cuando caminamos al lado de un riachuelo; a la hora que nos paramos frente a Montebello; a la hora que nos llevamos a la boca un caramelito de La Trinitaria; a la hora que comemos una tableta de manía.
Los nombres selectos de algunas voladoras quedarán grabados en los muros de honor; la mayoría de nombres será ignorado por el mundo, sólo serán visibles para quienes saben leer en el muro del aire. ¡Qué importa la fama! Lo importante en el ser humano es la experiencia del vuelo. Nadie le quitará esos diez minutos de vuelo a Katya. Cuando su nombre se empolve en el libro de la historia, ella recordará que pegó su rostro a la ventanilla y vio la tierra desde arriba. Las voladoras comitecas saben que lo esencial es el hábito de tomar aire, de respirar luz.
¿Por qué hay gente que se trepa a parapentes o se avientan en un paracaídas desde una gran altura? Por el vuelo, por sentir lo que el pájaro siente en cada desplazamiento. Somos hijos del aire, vivimos en su burbuja. El aire permite el vuelo.
Vuelan quienes dejan de ver hacia abajo y ven hacia el cielo. La tierra es limitada, igual que la vida; por el contrario, el cielo es una bóveda infinita, igual que el vuelo.
Vuelan quienes piensan que no sólo detrás de las montañas hay más esencias, sino quienes advierten que más allá de las nubes, está la suprema gracia.
Vuelan los ángeles, los seres alados, vuelan los seres iluminados. Vos y yo, y medio mundo, conocemos a mujeres comitecas que han hecho un ejercicio diario su vocación de vuelo. Ahí están sus logros. Si ahora te forzara a decir nombres de ellas, seguro que, como si señalaras estrellas en el cielo, las irías nombrando. Todo mundo tiene una tía que vuela cada mañana en la cocina, en el baile, en la compasión a sus semejantes, en el diario trajín de la casa o del comercio o del trabajo. Son seres iluminados, levitan.
Posdata: este vuelo te lo dedico a vos. Eso se escucha todas las mañanas. La frase es como un concierto de mil chinchibules, de mil cenzontles. Hay miles de mujeres voladoras. Algunas tienen alas de fieltro, otras de éter. Todas son iluminadas. Hay, incluso, ¡qué bárbaro!, mujeres que tienen alas de hierro. A pesar de ese esfuerzo supremo, las vemos cargar ese peso a la hora que corren por la pista como si fueran una grácil avioneta, una suave flor de tenocté. Apenas se despegan del piso, pero levitan, vuelan. Katya voló en el espacio diez minutos. Algún día, esas mujeres con alas de plomo se liberarán de ese peso bestial y tendrán alas de aire que se confundirán con la flor que crece en el cielo.
¿A quién le dedicás tu vuelo diario? ¿Tu esfuerzo permanente? ¿Tus ganas de vivir que impulsan al viento?