viernes, 3 de junio de 2022

CARTA A MARIANA, CON UN RAMO DE FLORES

Querida Mariana: me topé con esta imagen. Es una imagen sencilla, pero plena. Me detuve y la imprimí en mi memoria y en mi espíritu. Le tomé una fotografía para compartir con vos. A mi edad disfruto lo que veo, pero sé que compartir el instante con el prójimo ayuda a hacer más plena la vida. Estos tiempos, de impresionantes avances tecnológicos, me permiten tender los llamados puentes virtuales. En redes sociales compartimos muchas imágenes con los amigos, muchos de estos amigos son personas con quienes jamás nos hemos topado frente a frente, en forma presencial. Algunos de los amigos en redes sociales viven en el mismo pueblo que nosotros, pero otros viven en ciudades lejanas de la república, incluso en otros pueblos del mundo. Ya platicamos que el antecedente de este modo cibernético fue el amigo por correspondencia. Conozco personas que, en los años setenta, tuvieron amigos por correspondencia. Yo leía la revista “Mecánica Popular”, porque traía una sección de filatelia; el agregado era una sección de amigos por correspondencia, donde algunos lectores compartían su nombre, domicilio, con la intención de recibir cartas de “amigos” de otros lugares. Hay un cuento de Edmundo Córdova que narra una historia donde dos personas desconocidas (él y ella) se hacen amigos por correspondencia, ellos viven en ciudades distintas de un determinado país (no recuerdo, pero es en Sudamérica) y, al final terminan atando hilos de historias personales. El final es sorprendente, un poco predecible: resultan ser hijos de un mismo padre. El cuento es sensacional porque plantea la reflexión de cómo una simple carta urdía un tejido donde dos elementos distantes hallaban un punto de unión. No dudo que ahora se dan historias semejantes en la virtualidad. Me conocés, soy escaso para hacer amigos en la vida real. Conozco amigos que tienen una gran capacidad para relacionarse, llegan a un espacio desconocido y dos minutos después ya se integraron, platican con una gran seguridad con personas que dos minutos antes eran completamente desconocidas. En redes no tengo problema para comunicarme, porque en el Facebook, por ejemplo, tengo muchos amigos que han solicitado mi amistad. Varios son amigos personales, gente con la que he convivido desde hace tiempo, en forma presencial; otros son paisanos conocidos, los he visto caminando en el parque central o en otros espacios comunes; pero hay muchos que, insisto, nunca los he visto cara a cara. Los veo como “amigos por correspondencia”. Cuando comparto un texto o una fotografía sé que lo hago para toda esta comunidad de amigos de la que formo parte. Ahora vivo sin los agobios de la adolescencia, cuando me sentía incapacitado para comunicarme con mis semejantes: ¿Cómo acercarme? ¡Qué decir? ¿Cómo responder? Vivo tranquilo. Bendigo estos tiempos de adelantos tecnológicos, que me permiten tender puentes, estar en constante comunicación con la comunidad de amigos que tengo, muchos, gracias a Dios. Posdata: bendigo los tiempos actuales, que me permiten pensarte y compartir con vos, en forma instantánea, lo que veo, lo que pienso, lo que siento. Acá mando esta imagen maravillosa, de un murete de piedra abrazado con unas plantas y un hermosísimo elefante vestido con flores de buganvilia. De todos los colores de buganvilia, éste es mi favorito. Todos los colores son bellos, desde el blanco hasta el naranja, pero mi preferido es este color que es una violenta caricia para mi espíritu. Dije elefante porque así vi su forma. En el lado izquierdo de la fotografía, al lado de los troncos del árbol vi la trompa y la cabeza del elefante. ¿Ya viste el ojo coqueto que tiene? ¿No lo ves? ¡Cómo! Él sí te ve, ahí está el ojo, maravilloso, con la pupila negra. Él te manda un guiño y hago lo mismo. Caminé por este sendero genial, me acordé de vos, por eso tomé mi celular e hice la fotografía que ahora te mando.