miércoles, 1 de junio de 2022

CARTA A MARIANA, CON UNA CASA

Querida Mariana: ¡ah, el mundo! Un desconocido aventó un pastelazo al cuadro la Mona Lisa, en el Louvre. Joaquín, rápido, se hizo el chistoso y subió un meme: “el tipo estaba molesto, porque pensó que la Mona Lisa era la causante de la Viruela del Mono”. ¡Ah, el mundo! En Ucrania, un fotógrafo toma fotografías de los edificios que están siendo bombardeados. Será una manera de preservar, aunque sea en forma virtual, el patrimonio de aquella nación, el patrimonio arquitectónico mundial. Aventar un pastelazo a la Mona Lisa es una bobera; una brutalidad el bombardeo a las ciudades y pueblos de Ucrania. El mundo es absurdo. Un empleado del museo limpió el cristal que protege la pintura de Da Vinci; el fotógrafo realiza también una especie de limpieza, con el trapo de su cámara fotográfica. Mientras unos ensucian el mundo, otros tratan de limpiarlo. Son más los limpiadores de estrellas, diría Julio Cortázar; pero los manchamanteles, dirían los poblanos, son perjuiciosos. ¿Vos ya tenés fotografías de la fachada de tu casa, de los interiores, del patio, incluso del baño? Por favor, corré a tomarlas. Gracias a Dios acá no hay bombardeos, pero las casas se transforman y si no hacés registro de tu casa, luego andarás coja del espíritu, porque, en parte, los seres humanos somos las casas que habitamos. Lamento no tener una fotografía de la fachada de la casa que construyeron mis papás. Ahora, en esa casa existe un hotel. Perdió su esencia familiar; por fortuna no perdió su vocación. Digo esto, porque muchas casas modifican su traza original. ¿Conocés la casa de algún amigo que luego se convirtió en cantina? Tengo la experiencia, una casa donde jugamos de niños fue vendida y quien la compró hizo una remodelación y la destinó para una cantina. Una vez, ya grande, fui a tomar unas cervezas con amigos, al entrar recordé los hilos luminosos de mi infancia, me despedí antes de sentarme ante la mesa, no soporté el peso de mi nostalgia, pensé que no podía manchar un recuerdo tan puro con el aroma del alcohol. Antier me ganó la añoranza, como pude hice un ligero boceto de la fachada de la casa paterna. Gladys Bonifaz dijo en una ocasión que la Casa de la Cultura está bañada en piedra. Me encantó la descripción, porque mi casa también tuvo una fachada empedrada, no tuvo la sutileza de las piedras de la Casa de la Cultura, que están casi casi planchaditas, ¡no!, quedaron expuestas con sus salientes naturales. La fachada de mi casa también estuvo bañada en piedra. Mi papá deseó que así fuera su casa, una vez que quedó lista la fachada mandó a barnizar todas las piedras. El impacto visual era agradable. Tal vez por esto sigo amando los muretes de piedra que aún sobreviven en algunos lugares de la ciudad, los muretes que hay en muchos terrenos de comunidades rurales. Soy de memoria muy endeble. Debí pensar que necesitaba hacer un registro fotográfico de los espacios donde viví. ¿Cómo fueron las casas donde vivimos muchos comitecos en la Ciudad de México, las casas que rentaba doña Rome? ¿Siguen ahí, como cuando vivimos siendo estudiantes? Uno de mis soportes es Google Maps. La casa de la calle Tlacotalpan tiene pocas modificaciones en su fachada, por eso puedo pepenar hilos para bordar mi memoria actual. ¡No! La casa de Eugenia, en la colonia Narvarte, ya no existe, bueno, con decir que la misma avenida Eugenia, parece, está convertida en un eje vial. Recuerdo algunos lugares interiores de la casa, por supuesto, el primer cuarto donde dormí, que era un cuarto con piso de madera, paredes de madera y una ventanita. Era una construcción pequeña, hechiza, alzada, construida en el sitio de la casa. No había más espacio. Al poco tiempo, doña Rome me envió a una recámara formal y ahí viví hasta que con amigos rentamos un departamento en Avenida Cuauhtémoc. Sí, este edificio sí se conserva, con ligeras modificaciones, lo que sí ha cambiado bastante es el entorno. Todo se transforma. Parecería que existe un intento de borrar parte de nuestras historias. La guadaña del tiempo es implacable. Las casas se transforman, en muchas ocasiones son vendidas y quienes las adquieren las convierten en plazas con locales comerciales. El sentido familiar pierde su cimiento. Posdata: dibujé un ligero boceto. Rasqué en mi memoria y reconstruí, hasta donde pude, la fachada que mi papá soñó. Al vender la casa, la fachada y el interior fueron modificados en su totalidad. Ahora traté de rescatarla, de colocarla sobre la 3ª avenida norte poniente, de sobreponer la fachada a la fachada que ahora tiene el hotel. Te pido, por favor, que ahora salgás (con cubrebocas) y tomés dos, tres, cuatro, cinco, muchas fotografías de la fachada de tu casa. Tomá varias selfies, para que tengás registro de que ahí, junto a tu rostro, está el rostro de la casa que te cobija. Algún día, es inevitable, esos rostros cambiarán, el tuyo se llenará de arrugas y, en el mejor de los casos, tu casa también tomará el color pergamino de la vejez. Y digo, en el mejor de los casos, porque puede ser que alguien de la familia, como lo hizo Lucía Méndez, quiera colocarle Botox para mejorarla, para quitarle las arrugas y con eso perderá su cara normal. El mundo es extraño, hay que consentir nuestra pequeña parcela, consentirla, amarla.