miércoles, 29 de junio de 2022

CARTA A MARIANA, CON HISTORIAS REPETIDAS

Querida Mariana: las personas mayores no la tenemos fácil. Hay capacidades que menguan. Está el chiste que dice: “cuando el cuerpo mengua, ahí está la lengua”. ¡No es así! Los sustitutos no logran evitar la disminución de neuronas ni aportar nutrientes a los músculos y huesos que ya no tienen la vitalidad de antaño. La mente comienza a fallar. Los temores se acrecientan, uno se vuelve como niño. Los jóvenes están tranquilos en su casa cuando hay tormenta afuera, pero las personas mayores se vuelven como gatitos ante el ruido de los cuetes. Los rayos y truenos nos atemorizan. Los niños, ante un temor, buscan la protección de mamá o de papá. ¿Qué hacen los adultos mayores que ya no tienen papás ni mamás? ¿Con quiénes se refugian? Con nadie. Están solos. Los hijos están trabajando y los nietos, tranquilos, revisan su celular. En muchas ocasiones se ha hecho la comparación de un adulto mayor como si fuera un mueble arrumbado en una esquina de la casa, un suéter deshilachado. Las personas mayores no la tenemos fácil. Por ahí está la historia de don Conrado, oriundo de Huixtla, quien viajó a la gran ciudad de México, en los años cincuenta. Don Conrado ya era una persona mayor, llegó al departamento de su hija que vivía en la colonia de los doctores. Desde el tercer piso se asomaba a la ventana y veía el movimiento de la calle, que era vertiginoso en comparación con la tranquilidad de su pueblo. Después de varios días, don Conrado le dijo a su hija que quería salir a dar una vuelta, como era sábado, y la hija no trabajaba en la tarde, acompañó al papá, caminaron por la misma calle para que el señor no se confundiera, después de caminar cinco o seis cuadras, ya que la hija le había enseñado los principales comercios y las señales de los semáforos, regresaron. Como ya comenzaba a anochecer se iluminó un espectacular que anunciaba una famosa bebida embotellada. Don Conrado preguntó si todos los días ocurría eso, la hija dijo que sí, en cuanto llegaba la noche encendían el anuncio. El siguiente sábado, don Conrado dijo que deseaba dar una vuelta, la hija le dijo que ya sabía por dónde, le echó la bendición, y le abrió la puerta. Don Conrado caminó por las mismas calles, se detuvo ante las vidrieras de los negocios, tuvo cuidado al cruzar la calle, permitió que una muchacha lo ayudara en una esquina. Al llegar al final de la quinta cuadra, dio media vuelta y regresó, se detuvo en el número 1234, que correspondía al edificio donde vivía su hija y a la hora que se prendió el anuncio tocó el timbre, la hija bajó a recibirlo y, mientras subían ella le preguntó cómo le había ido. Al otro sábado, don Conrado dijo que daría una vuelta, la hija le dio la bendición y lo acompañó a la puerta. Se despidieron, ella lo vio caminar por la ruta conocida. Don Conrado hizo el mismo recorrido y al regreso se detuvo ante el número 1234 y esperó que el anuncio se iluminara. A las ocho de la noche, la hija se puso el suéter y bajó apresurada, nerviosa, inquieta, preocupada, por la tardanza del papá: ¡Dios mío, que nada malo le haya pasado! Nada malo le había ocurrido, estaba parado frente a la puerta. Cuando la hija le preguntó por qué no había tocado el timbre, don Conrado dijo que esperaba el anuncio iluminado. Esa noche no prendieron el anuncio del refresco. Así como lo cuento, querida mía, parecería un comportamiento casi bobo. Don Conrado debió advertir que la papelería ya cerraba sus puertas y que la noche había entrado desde hace tiempo. ¡No! Él esperaba que el anuncio se prendiera, era su señal. No me preguntés por qué este tipo de comportamiento. Los especialistas deben saber la causa. Las personas mayores perdemos algunas capacidades. Es cierto, no en todos los casos. Hay muchos adultos mayores que, gracias a Dios, tienen sobresalientes capacidades físicas y mentales, con frecuencia escuchamos comentarios de “que se mantienen muy bien, con mentes lúcidas”, pero una mayoría tiene deficiencias por edad. Parece chiste, pero muchos aseguran haber llegado a la edad de “los nunca”, nunca habían tenido esos dolores de rodilla. Muchas personas toman pastillas para controlar la presión arterial. Posdata: en ocasiones pienso en don Conrado. Nunca lo conocí y él ya falleció, pero pienso en él. Por fortuna, en esa ocasión él estuvo tranquilo, esperaba que el anuncio se iluminara para tocar el timbre. Estaba frente al número preciso, en el edificio correcto. Ahí, en el tercer piso estaba el departamento donde le habían acondicionado una cama para dormir. La anécdota ahí terminó, ya no me contaron si después de esa experiencia la hija dejó que el viejo saliera solo o ya lo acompañó. Si ocurrió lo segundo, qué pensaría don Conrado. Porque otro comportamiento es ese, algunos ancianos se resisten a ser acompañados, quieren demostrar que pueden valerse por sí mismos.