lunes, 6 de junio de 2022

CARTA A MARIANA, CON UNA CASA Y UNA ALBERCA (primera parte de dos)

Querida Mariana: hay cuentos que comienzan así: “Había una vez…”; hay historias que comienzan así: “Había una casa…” Esta es la historia de una casa, de una casa con historia. Es la casa de Eva, la casa de Esperanza, la casa de Lula, la casa de Alfonso, la casa de Manolo, la casa de doña Esperancita, la casa de don Alfonso. Sí, es la casa de los Morante Fernández. Fue su residencia en los años setenta. Todos los comitecos de esa generación saben que esa casa fue de ellos, sin serlo. Y digo que fue casa de ellos porque ellos le imprimieron un sello especial; y no es casa de ellos, porque, en realidad, la casa fue propiedad de don Enrique Trujillo. ¿Por qué me atrevo a hablar de esa casa en esta carta? ¿Con qué derecho robé la fotografía del muro de Manolo? Tal vez lo hago, porque sólo estuve en una ocasión en esta casa, no pasé del zaguán que era la cochera donde guardaba su Opel don Alfonso, y, sin embargo, siempre supe que ahí, en el patio, los Morante tenían una alberca, alberca que se aprecia en esta fotografía. Mi atrevimiento, entonces, se debe a que hablaré de una casa que sólo conocí de oídas y aprecié desde afuera. ¿Se puede hablar de oídas? Tal vez la historia de las personas y de los objetos se escribe de oídas. Muchos investigadores sostienen que papelito habla, pero muchos documentos están escritos por testimonios orales. La historia de Comitán, en parte, se ha construido de oídas. La casa de los Morante está a una cuadra del parque central de Comitán. Aún existe. Con ligeras modificaciones permanece incólume. Es un testimonio maravilloso del Comitán de los años setenta. Es una casa que siempre ha llamado mi atención. Don Enrique mandó a hacer dos casas semejantes, dos casas espejos. Ahí están. Si llegás al parque central, caminá por la calle del templo de Santo Domingo, con rumbo a la Cruz Grande (primera avenida oriente norte) y en la mera esquina, en la banqueta derecha, hallarás las casas gemelas. En la casa de la esquina sigue viviendo doña Olguita Trujillo, hija de don Enrique, en la adjunta ya no viven los Morante Fernández. Ahora viven otras personas. Ahí hay un local comercial donde, en aparadores maravillosos, veo vestidos. Cómo no, el local se llama “El paraíso de las novias”. Lula, Esperanza y Eva nunca imaginaron, en los lejanos años setenta, que en su casa estaría el paraíso de las novias, aunque los enamorados de ellas sí reconocían que ahí estaba el Paraíso. No sé cuántas casas de Comitán tenían alberca en ese tiempo. Había varias que tenían albercas (tanques) que eran públicas, pero que estaban alejadas del centro. Yo sólo supe de dos albercas en casas cercanas al parque central, la de los Morante Fernández y la de los Mandujano Ortiz. Conocí esta última alberca. Durante un tiempo recibí clases particulares de inglés, con el hijo del maestro Javier Mandujano Solórzano, el famoso maestro Güero. En la parte posterior de la casa del maestro (que estaba enfrente de donde ahora está Elektra, del centro) había una alberca que se acercaba más a la definición, porque, en lugar de estar sobre el piso, como en la casa de los Morante, estaba a ras de piso. Los Morante y los Mandujano fueron de los privilegiados del centro, en los años setenta, porque la alberca es un elemento arquitectónico que otorga salud, bienestar y mucha alegría. En ese tiempo ya existía el Club Campestre con su magnífica alberca, pero era para uso exclusivo de los socios y de amigos especiales. Las casas gemelas fueron de las construcciones modernas de Comitán, mientras las demás casas de la calle tenían una planta (con excepción de la maravillosa residencia de Raque Albores que está en la esquina frente al parque central), las casas gemelas tienen dos plantas y, mojol de lujo, arriba del portón unas terrazas que dan a la calle. Estas casas son de las pocas del pueblo que tienen terrazas tan generosas, tan de cielos abiertos. ¿Quién fue el arquitecto que diseñó estas casas gemelas? Loor siempre a su genio, porque logró brindar espacios maravillosos, que, sin duda, hasta la fecha siguen disfrutando sus moradores y que fue un lugar donde los Morante con su palomilla vivieron momentos fascinantes. En los años setenta aún se escuchaba el maravilloso sonido de la marimba, pero en pocos lugares del pueblo asomó con tanta claridad, con tanta precisión y gloria como en la casa de los Morante; primero, porque las serenatas eran cosa frecuente, cuando no era la serenata para Eva, era para Esperanza o para Lula. Pero, además, ¡mirá qué bendición!, enfrente de la casa estaba el local-estudio de la marimba de don Límbano Vidal. Sí, leíste bien, don Límbano, el director de la gloriosa marimba Águilas de Chiapas, una de las mejores marimbas del mundo. Así que los Morante tuvieron el privilegio que recibieron pocos espíritus comitecos, porque en otras casas había el ruido de los molinos de nixtamal, a las seis de la mañana, o el del torno en el taller mecánico, o el de la matanza de cuches para hacer el chicharrón. En la casa de los Morante, en las tardes, ensayaba la marimba de los Vidal, geniales artistas musicales. Posdata: pucha, ya se acabó mi espacio de la cartita. ¿Te parece que sigamos mañana con la casa de los Morante? Gracias.