domingo, 26 de junio de 2022

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA

Las fotografías de piso son escasas. Los cielos y el horizonte atraen las miradas. Los seres humanos, desde siempre, nos sentimos seducidos ante lo que nos presenta el espacio. Los enamorados siempre ofrecen la luna y las estrellas a sus amadas. ¿Quién es aquel que ofrece algo del suelo? ¿Una piedrita, un puño de tierra, un caracol, una hoja seca? Los enamorados son románticos, ofrecen y aceptan lo inalcanzable. Ellos ofrecen bajar la luna y ellas aceptan lo inverosímil. Con el tiempo ellas reconocen que la certeza está en la tierra, donde tienen sus pies, y aceptar algo del piso reafirma la sentencia de que más vale pájaro en mano que ciento volando. Más que la luna es preferible tener una piedra, puede ser un zafiro, rubí o diamante; hojas y caracolitos de oro; puñitos de tierra llamados haciendas con casa grande y mil cabezas de ganado. En esta fotografía no hay cielos, no hay horizontes. La fotógrafa (con zapatitos cucos, en genial contraste con el azul de su pantalón) hizo la toma del piso. Alguien puede decir que no es un piso cualquiera. ¡No! Es un piso especial, está en el parque de San Sebastián, en Comitán. Es especial porque está hecho a propósito. En el piso hay versos de poemas de Rosario Castellanos, para decir que la gran escritora caminó por ahí de niña o adolescente, en compañía de su mamá o de su nana. Esto es una siembra de palabras, que rescató sus huellas. “Yo ya no espero, vivo”. Los puristas del lenguaje han señalado que acá el yo está de más, sugieren que Rosario debió escribir: “Ya no espero, vivo”. Sostienen que el yo está implícito y no había necesidad de remarcar, porque, además, produce un sonido de burbuja constreñida: “Yo ya”, dicen que ese “yo” es una piedrita que interrumpe la fluidez del maravilloso río poético. Es una fotografía sensacional de un piso especial. Es una imagen que no tiene piedritas traviesas, nada interrumpe el caminar supremo de la mirada. Todo está en armonía. La chica decidió aparecer con parte de muslos, piernas y pies calzados. La mirada de quien observa la fotografía se convierte en un gusanito (tzucumo) y resbala del primer plano, como en tobogán y reposa en el maravilloso verso conceptual de Rosario. “Yo ya no espero, ¡vivo!” Quienes están enamorados de la vida, los espíritus sublimes, encuentran la magia del misterio en el suelo, en medio de las piedras, del moho, del polvo. A veces, como en esta ocasión, hallan palabras. El paso avanza y debe detenerse, como si hubiese una frontera entre el aire de acá con el de allá, donde está el territorio para el siguiente paso, porque todo mundo avanza, son pocos los que se atreven a caminar hacia atrás, a desandar el camino. Estas palabras en el piso no prohíben el paso. Si esta chica se detuvo es porque halló un motivo de reflexión, un cerillito apagado que aún sigue dando luz. Estos versos son como el encuentro con un trébol de cuatro hojas, como una flor de aire. La chica se detuvo y decidió regalarnos esta fotografía, este riachuelo de cerámica en medio de un valle de piedras. Nuestra mirada baja por sus piernas, aletea en los tenis blancos y nada en las palabras de Rosario Castellanos: “Yo ya no espero, vivo”. Un día, el ceramista se hincó y sembró estas tablillas. ¿Alguien más ha imitado su postración? Los peatones caminan, hay algunos que son como ciegos para lo que está en el piso, sólo se deslumbran con lo que está frente a su mirada, en el horizonte, o lo que está en el cielo. Acá sólo se hincaría un débil visual para colocar la mano en el piso y, como si leyera en braille, siguiera las líneas profundas de cada letra. ¿Y si removemos las dos primeras palabras? ¿Cambia el sentido del verso? Cambia, por supuesto, el ritmo. Se sabe que la poesía es la cuerda que marca el sentido del viento. No espero, vivo. La fotografía es de gran calidad, tiene los elementos suficientes para ser atractiva.