viernes, 30 de septiembre de 2022

CARTA A MARIANA, DANDO LA VUELTA A LA ESQUINA

Querida Mariana: en Comitán todo mundo conoce Las siete esquinas. Armando dice que hubiese sido maravilloso que no fueran siete sino ¡nueve! ¿Lo imaginan? Nueve esquinas de la ciudad de las nueve estrellas. Rocío comenta que en cualquier rato se cumple el deseo de Armando, porque ella insiste en decir que no son siete sino ocho las esquinas y si alguien modifica tantito el portal de su casa, como ya lo hizo una persona, pues las siete se volverían nueve. ¿A vos te gustan las esquinas? Margarita dice que a ella no le gustan las esquinas, es un complejo que arrastra desde niña, siempre que doblará una esquina primero asoma la cara y mira que todo tenga una cara amable. Ella cuenta que vivió en una ciudad de Guanajuato y, como en una novela de Jorge Ibargüengoitia, al regreso del cine, con su mamá, doblaron en una esquina y un hombre se abrió un impermeable y se mostró desnudo. Ellas y él salieron corriendo, ellas por un lado y el hombre por otro. Ella se espantó no por lo que vio sino por lo inesperado del suceso. Sí, no se sabe bien a bien lo que nos espera a la vuelta de la esquina. En las calles rectas tenemos una visión más amplia, salvo en los arremetidos vemos los grupos de personas que platican, que juegan fútbol, que se besan y abrazan, todo está como más expuesto, en cambio, al llegar a una esquina y doblar no sabemos bien a bien qué hallaremos. José Del Llano, en una antología del cuento Salvadoreño, narra un suceso totalmente fantástico, un personaje camina tranquilo por la calle desierta, no recuerdo bien, pero parece que el tipo regresa de una fiesta, ya es de madrugada, su casa está a la vuelta de la esquina, en cuanto dobla, el piso comienza a resquebrajarse, su pie pierde apoyo y se tuerce, se apoya en la pared, pero la pared también presenta grietas, algunas tejas caen, el hombre piensa que es un temblor, de gran intensidad, pero, en forma instintiva se hace para atrás y ve que en la calle donde caminaba todo está tranquilo. Como si fuera un gato, asoma la cabeza por la esquina y ve que, de igual forma, todo está en calma. Se pregunta si lo imaginó, parecía tan real, tan tenebroso, su pie sigue adolorido del doblón. No está seguro de lo sucedido, decide dar la vuelta de nuevo, porque en esa calle, a la mitad, está su casa, dobla la esquina y las casas y piso vuelven a tronar, a agrietarse. Un balcón se precipita hacia abajo y no encuentra el suelo, porque se ha formado un socavón inmenso y profundo. El hombre regresa por sus pasos y todo vuelve a la normalidad. ¿Qué sucede? ¿Quién puede saberlo? Vuelve a sacar la cabeza y constata que todo está tranquilo, el caos aparece en cuanto él dobla la esquina y pone un pie en la banqueta que lleva a su casa. ¿Qué debe hacer? Piensa esperar que amanezca; piensa que en cuanto haya actividad más gente doblará por esa esquina. Se pregunta si el temblor aparecerá con otros y si persistirá con él. Tal vez, piensa, este embrujo (así lo nombra) sólo ocurre cuando él dobla la esquina; tal vez ocurre a esa hora; tal vez nunca había dado la vuelta a esa hora de la madrugada. Hay encantamientos que suceden a una determinada hora. Bueno, esto que te cuento es para ejemplificar que al dar la vuelta a la esquina puede suceder algo desagradable: un tipo que muestra su cuerpo, como un mero divertimento que lo excita, o un temblor que abre grietas en el piso. Posdata: a Margarita no le gustan las esquinas, prefiere caminar por los senderos derechos, los que permiten tener una perspectiva amplia, casi total. Otras personas adoran llegar a las esquinas y doblarlas, porque les aburre lo derecho, lo que no admite asombro o misterio. Sí, por lo regular, la literatura retoma esquinas para dar más intensidad a algún suceso. La vida, dicen los que saben, a cada rato nos presenta esquinas, para doblar o para seguir derecho. ¿Qué pasó con el cuento de Del Llano? Cuando la ciudad se activó y hubo autos, camiones, estudiantes, motociclistas y mujeres con bolsas del mandado, él sacó la cabeza por la esquina y vio que su calle estaba llena de actividad, igual que en las demás calles y avenidas, todo era un caos normal, así que, con cierta cautela, puso el pie en la banqueta y probó que todo estaba bien, hinchó sus pulmones con un buen trago de aire y dio el otro paso, con horror comprobó que su cuerpo desaparecía y era tragado por un hueco. Tan tan. ¡Tzatz Comitán!