martes, 6 de diciembre de 2022

CARTA A MARIANA, CON HILOS QUE UNEN

Querida Mariana: Jaime Sabines regaló un bellísimo poema a Comitán. Recordemos el inicio: “¿Cómo puede decirse un amanecer en Comitán?”. Ah, este verso abre una ventana, como se abre una flor en el campo. Ayer me enteré que Jaime vivió de estudiante en el número 43 de la calle Belisario Domínguez, en la Ciudad de México. Pucha, ¿mirás qué coincidencia? Acá hay un hilo que lo unió con Comitán en forma indeleble. Pero digamos que fue el nudo, porque antes hubo una cinta que acercó a Jaime a Comitán. Esto sí lo sabemos: el papá de Jaime (el maravilloso Mayor Sabines del conocidísimo poema) y su familia anduvieron un tiempo en nuestra ciudad. Sus biógrafos comentan que en 1933, el papá de Jaime fue nombrado comandante de la policía en Comitán. Jaime nació en 1926, así que llegó a nuestro pueblo cuando tenía siete años. Algún año de la primaria la estudió acá. ¿En qué escuela, ‘apá? Por ahí hay un dato para investigar. Alguien ha platicado que en la Quema de Santos, el mayor Sabines se hizo tacuatz y permitió que su esposa avisara a sus amigas para que sacaran la mayor cantidad de imágenes religiosas para que no fueran quemadas. Pucha, mirá cuántos hilos de unión hay entre Sabines y Comitán. El propio Jaime le platicó a Pilar Jiménez, autora del libro “Jaime Sabines. Apuntes para una biografía” que tenía siete años cuando su papá le quiso meter una cueriza porque lo encontró en un billar de Comitán, un lugar que no era conveniente para niños (de acuerdo con las normas de aquel tiempo). Jaime se salvó de los cuerazos, gracias a que la mamá lo defendió, diciendo que el niño no volvería a entrar al billar. Mirá qué le dijo Jaime a Pilar: “…lo bueno fue que el viejo no se enteró de que a esa edad yo ya comenzaba a fumar. Creo que fue a los ocho años, todavía viviendo en Comitán, cuando me dio por agarrar el cigarro…” Después de un año, la familia Sabines regresó a Tuxtla. Jaime fue gran amigo de nuestra Rosario Castellanos. Es maravilloso pensar que dos de los más grandes poetas de habla hispana estuvieron en nuestro pueblo cuando fueron niños. La pregunta que brinca de inmediato es: ¿se conocieron? Tal vez no. Sin duda hubo un instante en que coincidieron, pero la niña Rosario siempre iba acompañada de su nana, era una ¡Castellanos! En algún momento, la niña Rosario caminó por una acera, mientras el niño Jaime caminaba por la banqueta de enfrente. Rosario era un año mayor que Jaime. En la Ciudad de México se hicieron grandes amigos. Ya comentamos cómo, cuando falleció Rosario, Jaime le escribió un recado, donde expresa su tristeza, su dolor y su enojo por esa muerte tan absurda. Cuántos hilos se trenzaron en la vida de Jaime con Comitán. Él fue amigo íntimo de otro gran comiteco: Gustavo Armendáriz Guerra, quien llegó a ser gobernador de Chiapas durante ocho días. También tuvo amistad con Óscar Bonifaz. Óscar tiene un ranchito (Mónaco) a la orilla de la carretera que va a Los Lagos y Jaime tuvo un ranchito por el mismo rumbo (el famosísimo Yuria). Cuando estaba en su rancho, Jaime viajaba a Comitán y paseaba por sus calles. Te conté que en los años ochenta me lo topé en el Pasaje Morales, le entregué un ejemplar de “Ensayos”, un semanario que publicábamos varios compas (Juan Manuel González Tovar, Miguel González Alonso, Roberto Álvarez Solís, Roberto Gordillo Avendaño, Luis Felipe Gómez Mandujano, Marco Tulio Guillén Barrios…), lo vio y dijo que era muy importante ese tipo de publicaciones, para el desarrollo de la sociedad. Posdata: ah, pillín, así que entraba a los billares comitecos a la edad de siete años y en nuestro pueblo, a la edad de ocho, le agarró gusto al vicio de la fumada, vicio que le costó mucho trabajo dejar. Recuerdo que, ya siendo el gran poeta reconocido por todos, andaba con un cigarro sin prender, para no seguir dañando sus pulmones. ¡Tzatz Comitán!