martes, 13 de diciembre de 2022

CARTA A MARIANA, CON UN BALDE DE AGUA CÁLIDA

Querida Mariana: ¿has sentido que te cae un balde de agua fría? Así decimos cuando nos llega una noticia inesperada. Una mañana de éstas me sucedió lo contrario: me cayó un balde de agua cálida, como si estuviera en el baño y la regadera provocara una lluvia de confeti, de pétalos luminosos. Soy escritor, reconozco el valor de la palabra oral y de la palabra escrita. Soy un adorador de la palabra, pero, asimismo, sé que el verbo es incapaz de transmitir una experiencia vivencial. Todos los grandes escritores del mundo se concentran en hallar las palabras adecuadas que den constancia de un fenómeno. Es tarea imposible, por eso muchos escritores se frustran, es la maldición ¡no poder expresar lo que uno desea! ¿Cómo decir el misterio de la primera relación sexual? ¿Cómo acercarse al terror de caminar por un frágil puente colgante, con madera podrida, húmeda, con lazos deshilachados, y al fondo el río, con una altura que punza el estómago? No puedo decir mi emoción al ver la banca de la foto que anexo. Esta banca, querida mía, es sobreviviente de la remodelación del parque central del pueblo, esta banca estuvo en el parquecito anterior, el íntimo, el que vivimos los comitecos en los años sesenta y setenta. Esta banca, mi niña amada, sirvió para que descansáramos después de un desfile del 20 de noviembre, para esperar a la novia (los que tenían), para que los viejos platicaran las anécdotas y los chismes, para que las sirvientas descansaran un poco y colocaran las bolsas del mandado. Esta banca soportó los pies de quienes se pararon sobre ella para ver un desfile. Los muchachos de los años setenta (los malcriados) nos sentábamos sobre el travesaño superior y poníamos los pies en el asiento. Esta banca permitió esta incongruencia. Iba en mi tsurito y la vi, me bajé para tocarla, para palparla, para comprobar que era la banca del parque central; sentí como si me topara con una vieja amiga, quise abrazarla (lo habría hecho si no tuviera temor por el bicho de la pandemia). Ahí estaba, un poco chimuela, con la carita ajada, pero ¡de pie! Las bancas de nuestro parquecito eran como ésta: de granito, pesadas, rotundas. Lo que era más endeble eran los tres travesaños, porque eran de madera (pintados de color rojo, tal vez más alegre que este rojo óxido que ahora tienen). Esta banca ya no tiene los travesaños de madera, la autoridad mandó a hacerles travesaños metálicos, material menos afectuoso, pero más duradero. Nunca imaginé que me daría tanto gusto ver la banca donde estuve sentado, donde compartí momentos con amigos, desde donde vi a la muchacha bonita que me gustaba, desde donde escuché los discos que ponían en “La casa del ciclista”, que era el negocio donde comprábamos los discos de moda: los de José José, los de Roberto Jordán, los de la Revolución de Emiliano Zapata y el del actor Jorge Lavat que interpretaba el poema Desiderata. Ay, señor, todo mundo de aquel tiempo se sabía dos o tres versos de Desiderata, que era algo así como un textito motivacional: “Camina plácido entre el ruido y la prisa, y piensa en la paz que se puede encontrar en el silencio…” Y eso fue lo que hallé esa mañana al toparme con la vieja banca. Está en un parquecito de una colonia alejada del centro de Comitán, por el lado poniente, ya cercana a las faldas de los cerros. Si ves con atención sólo se ve una persona que camina por este espacio. Algunos pajaritos jugueteaban por ahí, no más. Como si escuchara la voz de Lavat: “…sentí (más que pensar) la paz que se encuentra en el silencio”. Sí, una mano armoniosa acarició mi espíritu y me sentí pleno. Uf. Hacía tanto tiempo que no la veía. Te conté en otra carta que una vez también hallé una banca de éstas en el atrio del templo de Quijá. Pero en aquel instante no recibí el impacto feliz de esta ocasión. Posdata: Vos sabés, venimos de una época de encierro, de mucha incertidumbre, de fallecimientos de amigos generacionales, de amigos que se sentaron en esta banca, que formularon sus sueños y desaparecieron por contagio de “la cosa”. Sí, algo se atoró en mi garganta cuando vi la banca. Quise decirle: también soy un sobreviviente, somos hermanos de tiempo. Vos estuviste en el lugar que fue como mi patio de juegos en mi infancia y lugar de deseo en mi adolescencia, porque en aquel parquecito sentí que me caía un balde de agua cálida cada vez que veía a mi muchacha bonita a distancia, chica a la que nunca me atreví a decirle que la amaba. ¡Tzatz Comitán!