domingo, 11 de diciembre de 2022

CARTA A MARIANA, CON UNA ESPIGA DE LUZ

Querida Mariana: Carlos Escobar Rodas (Carlos Barró) expone en Comitán, su tierra. Él radica en otra ciudad desde hace mucho tiempo, pero su mushuc quedó enterrado acá. Sus mayores enterraron su ombligo en esta tierra, por eso, a pesar de que radica en otra parcela, su mushuc ha crecido acá, ya es un enormísimo árbol, con ramas que cobijan nidos y pájaros, su árbol canta, es un cenzontle de mil colores. Su obra está expuesta en la sala de exposiciones temporales “Rufino Tamayo”, del Museo de Arte Hermila Domínguez de Castellanos. Es una exposición que Carlos dedica al ingeniero Armando Alfonzo Alfonzo. Ah, cuántos nombres unidos en esta cinta: Hermila Domínguez de Castellanos (hija del héroe Belisario Domínguez), Rufino Tamayo (genial pintor oaxaqueño), Armando Alfonzo Alfonzo (dibujante, pintor y escritor de libros que preservan la identidad comiteca). Carlos vino desde la tierra que hoy habita a honrar su nombre, a rescatar el Carlos que jugó en los sitios de Comitán, que caminó las calles de su pueblo en la adolescencia. Vino a beber el aire que da vida. Su presencia física y su presencia artística son muestra palpable del cariño que profesa a Comitán. Vino a cumplir con un compromiso moral, a decir que su pincel y su espíritu siguen caminando las sendas de este pueblo. Todo mundo de acá debe visitar su exposición. Él llegó con un bonche de cuadros donde la luz de Comitán está presente. La mirada de Carlos es una mirada única. Él, desde lejos, sigue bebiendo la luminosidad de este pueblo, la pasa por el cristal del arte y la entrega con generosidad. Quien visite la muestra pictórica, persona mayor o joven, encontrará el espíritu de la región; se encontrará, como si se viera en un espejo. Los de casa, de inmediato reconocerán las edificaciones ahí presentadas. “Mirá, mirá, es el templo de San Caralampio”. Sí, Carlos, en el panel central de la exposición, hizo un trabajo de curaduría donde colocó un retrato de Armando Alfonzo en el centro. Los más jóvenes preguntarán ¿quién es ese señor?, al estilo de Cricrí podemos responder: el comiteco mayor; porque Carlos (ah, qué generosidad) vuelve a recordarnos a los comitecos que somos hijos de la tradición, la tradición nos señala el camino. Carlos reconoce que su pincel viene de los trazos de los mayores. Con su exposición honra y preserva la identidad de Comitán. Vino de lejos a decirnos que esto somos, no debemos buscar en otra parte, nuestro tesoro está en lo que hicieron los comitecos que nos precedieron. El talento de Carlos ha sido abonado con las imágenes de su pueblo natal: ¡Comitán! Carlos nombró a su exposición: “Lo que el tiempo se llevó”. Muchas de las imágenes que presenta ya no tienen ese rostro, el tiempo las ha transformado. Sin embargo, Carlos es un demiurgo, ha recuperado la esencia de lo que el tiempo quiso borrar de la memoria, lo ha traído lleno de luz a este siglo XXI y lo presenta novedoso, lleno de vida. Carlos, comiteco excepcional, cumple con su vocación de ciudadano ejemplar, con su genio artístico que entrega a manos llenas. Vino porque un día así lo decidió. “Iré a mi pueblo a presentar mi obra”, pensó y, como Odiseo, regresó a Ítaca, donde Penélope siempre espera. “Impresiones del Ch’ujlel”, improntas del alma. Carlos, en su estudio, ha pintado a Comitán lejos de Comitán. Qué maravillosa labor creativa. Carlos tiene la capacidad de insertar una burbuja cositía en la burbuja donde radica. En esa burbuja toda la esencia comiteca difunde su aroma, su sabor, su voz y, sobre todo, su color. Carlos nos comparte una serie de pinturas donde el alma comiteca se sintetiza a través del trazo y del color. Cada espectador tendrá sus pinturas favoritas al final del recorrido. A mí me encantó el cuadro del templo de San Sebastián, el cielo del fondo es un mar en movimiento y la fachada del templo está a punto de volar, de hacerse paloma y fundirse en las nubes. El templo parece tener alas y se inclina dispuesto a dar el salto que lo hará levitar. Los cielos comitecos que pinta Carlos sólo se encuentran en su obra, son cielos juguetones, espectrales, parientes de los maravillosos cielos que pintó Van Gogh, cielos únicos. Posdata: reverencio la generosidad de Carlos, el comiteco excepcional. Vino de lejos a entregarnos su mirada artística, a decirnos (de nuevo) que la esencia de Comitán no se la ha llevado el tiempo, que pasarán los siglos y ahí permanecerá, gracias al talento de hijos preclaros como Carlos. Mientras los comitecos honremos y preservemos el legado de nuestros mayores, la gloria de nuestro pueblo permanecerá eterna. Carlos vino a decirnos que la esencia de nuestro pueblo está en nosotros, debemos ver hacia nuestro interior, ahí está la gloria suprema. Carlos vino a llenarse, a llevar el aire de su pueblo; pero vino, sobre todo, como una de esas canasteras, a entregar los frutos de su talento, de su mirada. En esa misma sala, una noche de hace muchas noches, el comiteco Luis Aguilar también trajo esculturas. ¿Qué decir ante el acto generoso de estos artistas comitecos que están lejos pero no olvidan su tierra? ¡Gracias! ¡Tzatz Comitán!