sábado, 3 de diciembre de 2022

CARTA A MARIANA, CON TIKTOKADAS

Querida Mariana: vivimos en un mundo TikTok. En mi infancia jugábamos al Toc toc y al Tic tac. Eran juegos sencillos, pero propiciaban el contacto con los amigos y primos. El patio de una casa se convertía en el gran espacio. El TikTok de este siglo no llama mi atención, pero como vivimos interconectados he visto esos videos cortos que se graban en todo el mundo. A veces, algún amigo me envía un TikTok en el celular y caigo en la tentación. Por lo regular, al segundo número tres veo por dónde va la vaina y si veo que puede dar luz lo veo, si son boberas lo elimino y agradezco a mi amigo el envío. Tiene años que no acudo a confesarme. Sigo siendo un pecador (ya sé que estás pensando: árbol que crece torcido jamás se endereza), pero ya no comparto mi historia personal con un semejante, prefiero platicar directamente con Dios y no con otro pecador igual que yo, porque conocemos tantas historias oscuras que mejor me voy por la orilla. Digo esto, porque con la revolución tecnológica las listas de pecados se han ampliado. Ya imagino la escena donde la muchacha bonita se hinca en el confesionario y dice: “acúsome, padre, que le mandé el pack a mi novio”, y ya estoy viendo al padre, como el que sale en el programa cómico donde está la pecadora Chabelita, sobándose las manos sobre la sotana, diciendo: “y qué más”. Hoy existe algo que se llama sexo virtual. ¡Pucha! Las parejas que están en lugares distantes se cachondean de lejitos y a través de una pantalla. ¿En qué categoría de pecados entrará esta modalidad? No lo sé. ¿Yo qué voy a saber? ¿Es de pensamiento, palabra, obra u omisión? Pensamiento ¡sí! ¿Obra?, pues, aunque sea en pantallita, parece que sí obran. ¿Palabra? Ah, pero por supuesto, vos sabés que la palabra es uno de los principales afrodisiacos. Se da por descontado. ¿Omisión? Pues sí, porque los machos machos deberán quejarse por no tener la tortita a la mano. En fin. Ahora hay pecados novedosos. Lejos están los tiempos donde los niños confesábamos que habíamos robado una moneda de un peso, habíamos respondido mal a nuestra mamá y mentido, porque en lugar de ir a la escuela en la tarde a clase especial nos habíamos ido de pinta. Tal vez las penitencias ya no son simples Aves Marías; ahora deben ser como castigos de primaria: “Hija, rezarás diez padres nuestros y eliminarás de tu celular el número de tu amante”. Y es que, es de todos sabido, el número del Sancho está registrado como “Tintorería”. Una tarde cualquiera aparece el siguiente mensaje en el celular de ella: “Buenas tardes, señora. ¿Quiere que le planchemos el blazer azul? A las cuatro la planchadora estará a la máxima temperatura. Estamos a sus apreciables órdenes”. A las tres, la mujer se despide del esposo y dice que irá a comprar pan y pasará por el blazer azul a la tintorería. Vivimos en un mundo TikTok. El otro día fui a casa de tía Azucena y la encontré bailando perreo al lado de sus nietas, acuclillada movía su cadera como gallina clueca. “Acá andamos, tiktokeando”, me dijo. En eso entró el tío Armando, me saludó y dijo que su esposa era una imprudente, repitió lo que dicen muchos: “No es lo mismo los tres mosqueteros que veinte años después”, y cerró: “Tiktokeando, ¡chocheando estás!” La tía tiene setenta y siete años de edad. Gracias a Dios tiene una salud envidiable y un humor que le permite jugar TikTok con sus nietas. Jugábamos al Toc toc. Tocábamos en el aire y en voz alta decíamos ¡toc toc! ¿Quién toca? Un viajero. ¿De dónde viene? De China. ¿Qué vende? Entonces, con acento chino castellanizado, nombrábamos frutos del huerto: dulaznos, nalanjas y mandalinas. ¿A cómo los vende? A tles pol un peso. Las niñas pedían auxilio: ¡auxilio, nos piden un beso! Los niños, como si fueran caballeros de un reino sobre caballos corrían tras el chino perverso. Cuando era atrapado recibía un castigo, una de las niñas se acercaba y le decía que había perdido su nacionalidad, exigía el pasaporte y le decía: “a partir de hoy sos un cochino”, y todos gritábamos ¡cochino, cochino! Era un juego sencillo, pero nos divertíamos. Así se nos iba la tarde, los pájaros llegaban a la inmensa ceiba, el sol buscaba su nido detrás de las montañas y la entrada de la noche era el recordatorio para que las mamás nos llamaran a cenar. A cenar, de igual manera, cosas sencillas: café con una tostada con crema. Jugábamos al Tic tac. La primera vez que lo jugué fue en casa de Arturito, en el barrio de San Sebastián. Dos niños se paraban en el centro del patio, uno era el Segundero y el otro el Minutero. El Segundero daba cinco pasos y comenzaba a caminar en círculo, alrededor del Minutero, quien tenía cerrados los ojos con un pañuelo. El objetivo del juego era que el Minutero lograra atrapar al Segundero en el lapso de un minuto. El Minutero ponía atención a los pasos del Segundero, pero no era labor sencilla, porque los demás jugadores gritábamos a cada paso del Segundero: ¡Tic tac, tic tac, tic tac! En un momento determinado todos apurábamos el grito y era como un hervidero: ¡tic tac, tic tac, tic tac!, y sin aviso previo nos callábamos, era la señal para que el Minutero fuera en busca del Segundero, quien no podía moverse. El Minutero, si era listo, daba cinco pasos al frente y comenzaba a caminar en círculo, pero vos sabés que una persona se descontrola cuando tiene los ojos cerrados. A veces, el Minutero terminaba chocando con la pared de la cocina. Lo bueno es que siempre iba con los brazos extendidos, así que detectaba que estaba mal. Cuando el Minutero tenía la suerte de atrapar al Segundero le iba bien, porque cada uno de los jugadores debía dar un peso. Por eso, todos hacíamos silencio y respirábamos pausado, pidiendo a Dios que no atraparan al Segundero. Este juego tenía la enseñanza que aprendimos cuando crecimos: el tiempo es oro. Si el Minutero atrapaba al Segundero, aquél ganaba paguita. Así se nos iba la tarde, jugando al Tic Tac. Juego casi bobo, pero que nos encantaba, nadie peleaba, al contrario, siempre estábamos de buen humor, con la sonrisa a punto del vuelo. Hoy, el mundo gasta su tiempo jugando al TikTok. También son juegos bobos y simples. Igual que nosotros, veo que los disfrutan. Mi Paty se acerca y me enseña un video de TikTok, ella prefiere los de animalitos; a veces son videos chistosos. Me conocés, como reconozco la diferencia entre humor y payasada, apenas sonrío, porque, la verdad, el TikTok está plagado de payasadas y tiene ausencia de humor. Todo está concentrado en el celular. Compartimos los juegos, pero falta esa cuerda que se comparte a la hora de saltarla, a la hora que dos la sostienen por sus extremos y le dan vueltas para que otros, en fila, pasen y salten, en medio de risas y gritos alegres. Los juegos sencillos que jugamos los niños comitecos de los años sesenta ya están en peligro de extinción. Fui niño cuidado, no jugué juegos extremos, me encantaba jugar el Toc toc y el Tic tac, juegos que no exigían un esfuerzo físico supremo o cualidades propias de Chanoc o de Kalimán. Como no existía el TikTok, los niños de entonces jugaban al Chepe Loco al Esconde Cincho o a subirse al carretón (abuelo de la avalancha) y se descolgaban desde lo alto de la bajada. José Luis cuenta que iban a Tinajab y alquilaban canoas para navegar en la Ciénega. ¿Podés creerlo? Ah, qué entretenimiento tan genial. Y cuando no tenían tiempo para ir a Tinajab alquilaban una bicicleta en “La casa del ciclista” y daban vueltas por las calles del pueblo. Nada de esto hice. A mí me gustaba jugar cosas sencillas. No tenía valor para lo demás. Debo confesar que soy un viejo con la bufanda de la nostalgia. ¡Sí! Extraño los simples juegos del Toc toc y del Tic Tac. Se me fue el tiempo en un tris tras. El mundo, con el rostro de lobo que siempre ha tenido pero que de niño no advertí, como en el cuento de la Caperucita Roja, me ofrece un mundo TikTok, lo hace con su malicia, con su hipócrita cara inocente. Procuro evitar la tentación, no cierro los ojos, pero sí camino lejos de su influjo. Sé que este mundo TikTok es el clásico canto de las sirenas. No me gusta este canto, es imposible atarse al poste, como lo hizo Odiseo, es imposible ponerse tapones en los oídos. La mercadotecnia es un pulpo incontenible. Por eso, la recomendación es caminar por la orillita, siguiendo el avance del mundo tecnológico, pero sin ser parte del flujo incontenible. Posdata: muchos amigos me dicen que esto sólo es el principio, que la revolución tecnológica reserva todavía muchas vías. Los poderosos seguirán extendiendo sus tentáculos hasta asfixiar al mundo. Por el momento nos dicen que debemos respirar al ritmo del TikTok, no sé cuál será el ritmo del futuro. ¡Tzatz Comitán!