sábado, 31 de diciembre de 2022

CARTA A MARIANA, CON CHISMES Y OTRAS VAINAS

Querida Mariana: dejaríamos de ser pueblo. Los comitecos tenemos fama de ser chismositos. Ah, faltaba más. Todos los pueblos del mundo lo son. Ahora sí, que arroje el primer rumor quien esté libre de culpa. Todos somos pecadores, unos más, otros menos, pero todos hemos caído en la tentación. “¿Ya supiste que fulanita hizo tal cosa?” Ah, es el demonio que se apodera del espíritu de quien cuenta la historia. Los escuchas no podemos evitar el morbo, abrimos los oídos como si fueran huecos de albañal y escuchamos. Y digo que en todos los pueblos del mundo hay chismosos, porque las herramientas tecnológicas actuales prevén eso. Vos tenés cuentas en Facebook, Instagram y twitter. Estas plataformas, entiendo, constituyen las llamadas redes sociales; es decir, los espacios públicos donde se ventila información personal o de puntos intermedios. A mí me sorprende cómo el WhatsApp está diseñado para que caigamos en la tentación del chisme. El WhatsApp jura y perjura que los chats tienen candados y nadie más que los actores tendrán acceso a la conversación. ¡Mentira! Bueno, eso es cierto. Pero, al final, la conversación privada puede convertirse en pública. ¿Por qué? Ah, porque uno de los participantes en el diálogo cae en la tentación proverbial de compartirlo y esto cae en el territorio infinito del chisme. Somos chismosos. Ahora, el chisme está corregido y aumentado. Te pregunto: ¿vos has caído en la tentación de compartir un mensaje que te envió un amigo? ¿Verdad que sí? Todo mundo lo ha hecho. ¡Dios mío! Nunca se había dado el fenómeno con tal alevosía. Escribo algo en una conversación contigo y esa línea puede ser copiada. La plataforma dice que hay candados suficientes para que nadie pueda ver las conversaciones privadas. ¡Ah, gracias a Dios! Mentira. Pucha. Hay delincuentes cibernéticos, expertos en robar información. Pucha, ¿qué se puede esperar cuando nos enteramos que roban los documentos ultra secretos de instituciones del gobierno? Nosotros, que somos pobres venaditos de la serranía, somos vulnerables. Los papás recomiendan a los hijos que tengan cuidado con lo que dicen en conversaciones telefónicas, porque pueden estar intervenidas. ¿De verdad? Entiendo que intervengan las conversaciones de los grandes personajes, porque esa información es valiosa en actos de chantaje, pero ¿a quién le puede importar lo que dice el Molinari? Pues resulta que sí. Y, bueno, todo mundo tiene sus secretitos y éstos se comparten sólo con los íntimos. Pues, los papás recomiendan a sus hijos que no publiquen cosas que sirvan para que otros hagan mal uso de ello. Nada de andar divulgando información confidencial. Dios mío, qué difícil. Los comitecos de mediados del siglo XX chismeaban. Las sirvientas iban al mercado muy temprano, ahí era un centro de información maravilloso, ahí estaban los chismes bien calientitos, como si fueran tamales de bola. La sirvienta llegaba con la bolsa del mandado y la señora, mientras se ponía crema en la cara y se peinaba, oía el chisme del día que era transmitido por el que vendía la carne o la que vendía la flor de calabaza. A doña fulana le había pasado tal cosa, don fulano había hecho tal acción. Cuando llegó el teléfono, este aparatito sirvió para que se transmitieran los rumores con mayor comodidad y velocidad. El teléfono, en Comitán, fue uno de los principales conductores del chisme. Hubo personas que terminaron con la oreja colorada de tanto estar pegada al auricular. ¿Y ahora? Ah, qué bendición. Los celulares son el vehículo ideal de información. El teléfono permite que cuando escribís un mensaje lo podás borrar, esto se hace cuando, por ejemplo, escribís algo muy íntimo, esperás que el destinatario lo lea (aparecen las dos palomitas en color azul) y luego pinchás donde dice: “eliminar para todos”. Ah, en ese momento se siente una gran tranquilidad, porque (se supone, se supone) a partir de ese instante nadie más podrá enterarse de lo que dijiste. No sé, no sé, dudo mucho. A la hora que mandás algo al basurero cibernético, ¿de verdad desaparece lo que escribiste, lo que mandaste? No tengo la certeza. Por eso, lo mejor es hacer caso a los papás, quienes recomiendan tener mucho cuidado a la hora de enviar mensajes y de publicar fotos. ¿Fotos íntimas? ¡Nunca! Ni se te ocurra. Por ahí los novios piden el “pack” a sus novias, jurando ante dios Huitzilopochtli, que eso sólo será para ellos. ¡Mentira! Lo conservan en los archivos y luego, cuando la relación truena, no falta el indigno que pasa el “pack” a los amigos y uno de ellos lo comparte en redes. Los chismosos de los años cincuenta del siglo XX nunca imaginaron que sus métodos serían superados. Los chunches tecnológicos han permitido que los chismes lleguen a todas partes en forma inmediata. Las redes sociales sirven para estar comunicados con amigos cercanos y distantes. Porque, en el Facebook nuestro círculo de amigos se ha ampliado. Tengo (quién lo diría) “amigos del Face”; es decir gente que lee mis textos y que en el diario interactuar nos hemos conocido. El Face sirve para lo que fue creado: ser un libro de rostros, ser un álbum de fotografías abierto a todos los amigos virtuales (algunos conocidos y otros desconocidos). Es imposible que alguien que tiene cinco mil amigos en el Facebook pueda determinar a ciencia cierta en dónde están los amigos que pueden visualizar su muro. Las redes sociales nos acercan el mundo, nos ayuda a estar comunicados, pero (¡faltaba más!), también permite que el rumor crezca. Ahora está de moda lo que se llama “Fake news”; es decir, noticias falsas. Ah, esto no es más que la profesionalización del chisme. A mí me sorprende la capacidad que tienen algunas personas que se especializan en hacer los llamados “memes”, que son etiquetas jodonas, enloda honras. El chisme antiguo enlodó muchas historias personales. Conocí a un compa comiteco que fue a vivir a otra ciudad y una vez que lo encontré en la ciudad donde radicaba (yo había ido a un congreso de literatura), él me dijo que extrañaba al pueblo, a algunos amigos y familiares, asimismo extrañaba mucho la comida comiteca, pero nunca terminaría de dar gracias a Dios por haberse alejado de un pueblo tan chismoso, tan jodón. ¡Uf!, ¿qué decir a eso? Nada, ya el mundo ha dicho desde siempre: pueblo chico, infierno grande. Esto no se inventó por Comitán, ¡no! El mundo es mundo desde el principio. Los que saben dicen que el chisme apareció desde el principio, que alguien (jodón primigenio), fue con el chisme con Dios: “Fijate, gran poderoso, que la tal Eva contradijo tu mandato y, la muy golosa, cortó fruto del árbol prohibido, del árbol del bien y del mal”. ¡Andá a saber, pero no va lejos! El Facebook ha sido una gran ventana para ventilar trapitos, limpios y sucios. Los papás sugieren cautela, pero hay muchos que no hacen caso y ahí están subiendo fotos de todo para todo. Los desconocidos sabemos sus gustos, sus preferencias, sus amigos, sus familias, sus casas, sus ranchos, sus autos, sus bebidas, sus novios, sus caballos, sus debilidades, sus fortalezas. El Face es una genial invención, una invención del genio del hombre, una invención hija de los grandes chismosos antiguos, de los que conocen bien nuestras debilidades. Mis amigos del Face suben fotografías, tengo amigos profesionales que suben verdaderas obras de arte, otros suben las fotos casuales, las que toman a la hora que comen un pan compuesto (no importa que salgan manchados de salsa, no importa que muestren sus comisuras enharinadas). Otros amigos comparten fotos arregladas con Photoshop, se ven tan lindos, tan actores de Hollywood; otros más son felices subiendo fotos con sus hijos, con sus amigos, con sus parejas (hasta el momento no hay muchos que suban fotos con sus kikurikus, pero hay). Muchos nos cuentan qué desayunaron, a qué hora se levantaron, cuántas veces orinaron de seis de la mañana a dos de la tarde; otros preguntan dónde hallar un plomero que no cobre caro; muchos más (que sueñan con el éxito) comparten poemas, estilo Octavio Paz revuelto con Paquita la del barrio; una gran cantidad de amigos suben sus fotos en aeropuertos o de cielos a la hora que vuelan o con sus mascotas en los aviones; selfies en plazas, en restaurantes, en auditorios, cantinas, templos (pocos son los que suben de lupanares, pero hay). Suben los reconocimientos que han recibido, desde premios literarios hasta diplomas por cumplir cincuenta años de servicio. Suben fotos de diversas celebraciones sociales: nacimientos de hijos o nietos, bautizos del sobrino consentido, quince años de la hija pequeña, matrimonio de los hijos de amigos favoritos (pocos son los que suben fotos de hijos fuera del matrimonio, pero hay); y mi querido amigo el maestro Temo Alcázar sube fotos de sus amigas en el gym. Posdata: somos chismosos por naturaleza. En nuestro carácter existe un morbo natural por lo desconocido de los conocidos. No podemos evitar el pecado de la intromisión. Es algo feo andar metiéndose en vidas ajenas, sobre todo sin tener la certeza de lo que otros cuentan. A veces derrapamos y replicamos la historia sin conocer el entorno y las motivaciones. Ah, el chisme ahora anda en mil y una pantallas y no hay genio que lo impida. ¡Tzatz Comitán!