domingo, 18 de diciembre de 2022

CARTA A MARIANA, CON MEMORIAS SORPRENDENTES

Querida Mariana: cada persona tiene dones especiales. Vos sos memoriosa. Eso es un prodigio. Conozco a muchas personas que tienen memorias sorprendentes. En una carta anterior comenté acerca de la capacidad del lenguaje, donde una palabra designa varias cosas. La palabra memoria también posee esa capacidad. La empleamos para nombrar el don de recordar con precisión, asimismo, al agregarle una ese final resulta el compendio de vida y obra de personajes ilustres. Por ahí andan las memorias de Gabriel García Márquez, quien decía que la vida no es la que uno vivió sino la que recuerda y cómo la recuerda. Coincido con eso. Me he topado con amigos que me cuentan recuerdos comunes, pero resulta que ellos cuentan el recuerdo en forma diferente a como yo lo recuerdo. Ahí se cumple lo que Gabo dijo: la vida no es la que uno vivió sino cómo la recuerda. En ese recuerdo compartido encuentro la coincidencia de tiempos, pero vividos en forma diferente. Los expertos indican que las personas poseemos diversos tipos de memoria, hay algunos compas que tienen una memoria visual sorprendente, otros poseen memorias auditivas. Yo, lo sabés, tengo una memoria pichancha, todo se me resbala. He leído cientos de libros, pero recuerdo muy pocas tramas. No obstante, sé que algo queda en el fondo, como el shish o el musú del pozol. De los cercanos admiro la memoria de doña Lolita Albores, la del maestro Jorge Gordillo Mandujano, la privilegiada memoria del licenciado David Esponda, la de mi compa Rogerio Román (cuando vivíamos en el departamento de la Avenida Cuauhtémoc, en la Ciudad de México, me impresionaba su memoria y le decía que es un pequeño Larousse), la de mi querido maestro Temo Alcázar, la del maestro Ricardo Aguilar Gómez (quien ahora, sin duda, debe andar pepenando todos los nombres de los jugadores participantes en el Mundial 2022, de Qatar). Ahora me entero que Jaime Sabines, el poeta enormísimo, alardeaba de tener buena memoria, no sólo buena, sino prodigiosa. Siendo muchachito se dio cuenta que tenía el don de declamar, cómo no, tenía una voz muy agradable (ya voz aguardentosa cuando estaba viejo, pero seguía siendo una voz estupenda) y buena memoria. Jaime le contó a Pilar Jiménez que, cuando estudiaba el primer grado de secundaria, en la ciudad de Tapachula, como su casa estaba cerca de la escuela iba a tomar un refresco y aprovechaba a estudiar siete u ocho páginas de tarea. Mirá cómo se lo contó: “…y en esa hora aprendía de memoria las páginas que íbamos a ver, ¿cómo era posible? (…) Mi método era leerme las dos primeras líneas, las repetía de memoria, luego las otras dos siguientes, las unía y a repetir de memoria las cuatro…” y así Jaimito Sabines llegaba a la escuela y se soltaba diciendo la clase. Dice que recitaba la clase como una grabadora. Sí, Sabines tuvo memoria ¡prodigiosa! ¿Cuál es el colofón de este método de estudio? Jaime se lo confesó a Pilar: “después me di cuenta de que no sabía nada de geografía ni de física ni de nada, porque todo me lo había aprendido de memoria…” La memorización del conocimiento tiene su desventaja, pero la gente que posee una buena memoria es privilegiada. Esta capacidad sirve para los actores de teatro, quienes, sin apuntador, se aprenden de memoria los parlamentos; es herramienta fundamental para cronistas, investigadores e historiadores. ¿Qué pasa con los escritores? Quienes redactan novelas históricas deben ser memoriosos para hacer asociaciones de actos relevantes, no basta con la imaginación; pero quienes redactan textos fantásticos les basta la imaginación. Los escritores que tenemos memoria pichancha acudimos más al proceso de invención, somos un mucho de lo que dice García Márquez: la vida es lo que uno cuenta. Cada escritor tiene su modo de contar la vida y eso es ¡lo que cuenta! Hay personas que les basta ver un rostro para recordar el nombre. Ah, me encanta ser testigo de esa bendición. No me gusta jugar el juego que se llama Memoria, pero me fascina ver que lo jueguen. Hay personas que tienen una gran capacidad para levantar una baraja y retener la imagen. Las primeras barajas son al tanteo, pero en cuanto comienzan a levantar las demás sus memorias fotográficas actúan al ciento por ciento. Cuando les toca turno levantan las cartas con una gran decisión. Posdata: me encanta leer los libros que son memorias de personajes, mucho más que las biografías. Los textos autobiográficos son potencialmente recuerdos personales. Estos recuerdos, en muchas ocasiones, saltan la barda de la realidad, a veces son caballos desbocados. Hay momentos en que los lectores asistimos a una vida deseada, casi como si el autor dijera: no la viví así, pero quiero que esto se recuerde de mí. La memoria y la imaginación son dos importantes columnas del edificio espiritual. Admiro ambas cintas. Me gustan los escritores que, con gran capacidad, narran instantes de sus vidas o de otros; asimismo disfruto los escritores que formulan mundos que no son, pero que, idealmente, podrían ser. Soy de memoria escasa. Me cuesta mucho trabajo recordar nombres, rostros, textos leídos, momentos vividos, pero, en compensación, tengo el poder de imaginar escenas y vidas. La mía es una vida imaginada, tal vez no vivida. ¡Tzatz Comitán!