martes, 20 de diciembre de 2022

CARTA A MARIANA, DONDE SE HABLA DE LOS NIÑOS DE LA GUERRA

Querida Mariana: nunca estuve en la guerra. No sé lo que es el temor de los bombardeos, del agobio por hallar un refugio antiaéreo. Por eso, a veces me doy vergüenza, porque de niño jugué a la guerra. Tenía muñecos de plástico que eran integrantes de ejércitos, un bando era de color verde y el otro de color gris. No tenían nacionalidad, pero los colores decían que eran contrarios. Nunca se supo el porqué de la rivalidad de ambos ejércitos, ¿por qué los verdes odiaban a los grises? Porque existía un odio, tan cruento, que se mataban. Tampoco se supo nunca qué ganaban o perdían después de cada batalla. A la hora que Sara llegaba al sitio y me decía que ya estaba servida la cena, tomaba los muñecos y los metía, a puños, en la caja de cartón. Como nunca estuve en la guerra, nunca entendí que los ejércitos contrarios jamás están en la misma caja. ¡No! Años después, ya en secundaria, en una clase, el maestro explicó el suceso del ataque intempestivo del ejército japonés contra el ejército norteamericano, en Pearl Harbor. Esta base gringa fue atacada por los japoneses, quienes después del ataque regresaron a sus bases. Los gringos dormían con los gringos y los japoneses con los japoneses. Casi casi como se da ahora en las concentraciones de las selecciones de fútbol, los mexicanos duermen con los mexicanos y los franceses con sus compatriotas. Nunca estuve en la guerra, pero jugué a que dos ejércitos contrarios trataban de eliminarse. Cualquiera diría que era sólo un juego, un juego de niños, pero, si lo veo a distancia, digo que el juego era dramático, porque cuando un grupo de soldados verdes acribillaba a soldados grises abría un hueco en el universo. Siempre los jugué en bola, jamás pensé que cada uno de esos soldaditos tenía un nombre, que tenían una vida en el país abandonado temporalmente. En casa de cada uno de ellos había personas que los amaban, que esperaban su regreso, con vida. Jugaba a la guerra, tal vez porque como nunca estuve en una guerra no sabía el horror que ella conlleva. Las guerras deberían estar proscritas, para que los niños no jugaran eso. Sé que la guerra es parte de la vida, pero es una parte que privilegia la muerte. Los que guerrean tienen el objetivo de matar al enemigo. Los que están en la guerra participan en uno de los actos más estúpidos del mundo. Un día, su gobierno los convoca a enlistarse, con el pretexto de que la patria los reclama, van a países lejanos, bajan de un avión, con un fusil en la mano, y, sin mayor justificación comienzan a matar grises, si son verdes, o verdes si son grises. Los grises reconocen, en el fondo, que los verdes son seres humanos iguales que ellos, que tienen familias que los esperan en casa. Los verdes saben que los grises que matan nada les han hecho para provocar tal odio. Tal vez, porque la vida es así, si un verde se topara con un gris en una plaza se saludarían y se convertirían en grandes amigos porque hallarían semejanzas; y sin embargo, en el campo de batalla le disparan y lo matan. Hoy no veo películas de guerra, aborrezco las películas violentas. Sin embargo, de niño, cuando iba a la Ciudad de México, en periodo de vacaciones prendía el televisor en blanco y negro y veía una serie que estaba de moda: “Combate”, con escenas ficticias de la segunda guerra mundial. La guerra es parte de la vida, pero es la parte oscura de la vida. Jugaba con la parte oscura, la que privilegia la muerte, la violencia. ¿Por qué? No lo sé. Los juegos infantiles eran violentos. Cuando los vecinos llegaban a mi casa jugábamos a policías y ladrones. Tampoco era un juego inocente. Sabíamos que algún verde era un delincuente y un gris debía sancionarlo. Hoy, entiendo, el juego es más perverso, porque el gris, en muchas ocasiones, es más delincuente que el verde. No sé a qué juegan los niños de estos tiempos. Ya no hay sitios en las casas, ahora los chavos juegan videojuegos, pero he visto en plazas pantallas donde aparecen personajes fuertemente armados que van en pasillos disparando a otros seres, como en repetición infernal de verdes contra grises. Posdata: nunca estuve en la guerra. He visto películas y leído novelas y cuentos con el tema, pero nunca (gracias a Dios) he sentido en carne propia lo que sí han sentido millones de niños en lugares de guerra. No soy capaz de imaginar el horror de escuchar la sirena que indica el avance de aviones cargados de bombas, que sueltan en forma inclemente y abren huecos en la tierra sembrada, destrozan casas, matan personas, matan niños, abuelos, que nada hicieron para merecer tal castigo, la única culpa fue haber nacido grises, por ello son exterminados por los que son verdes. Qué pendejada tan grande es el nacionalismo mal entendido. ¡Tzatz Comitán!