viernes, 23 de diciembre de 2022

CARTA A MARIANA, CON PILARES DE LA CATEDRAL

Querida Mariana: Leí el libro “El hacedor de canastos. Cuento escrito en San Cristóbal de Las Casas”, de Miguel Zepeda. Miguel es mi primo, hijo de mi tío Fernando Zepeda y de mi tía Zoilita Bermúdez, mujer cariñosísima. Miguel nació en San Cristóbal de Las Casas, todo mundo de allá lo conoce como arquitecto. Ahora, todo mundo lo conocerá como narrador. Este libro ya va en su segunda edición, tiene un tiraje de mil ejemplares y fue publicado por Editorial Chiapaneros. Javier Molina fue el corrector de estilo. Dejá que te cuente una cinta maravillosa. En los años ochenta, Paco Zepeda Bermúdez (hermano de Miguel) era parte esencial del periódico coleto “Avante”, cuyo fundador fue don José Antonio Gutiérrez. Paco me invitó a colaborar en ese periódico y ahí conocí al escritor Miguel Ángel Godínez, quien luego fue coordinador del Centro Chiapaneco de Escritores cuando fui becario. Recuerdo, con mi memoria pichancha, un texto que Miguel Ángel escribió, donde hablaba de la catedral de la literatura chiapaneca, ahí comentaba, palabras más, palabras menos, que la narrativa de esta tierra estaba constituida con los grandes nombres y los más modestos, todos los narradores conformaban el gran edificio cultural de Chiapas. Y ahora resulta que en este maravilloso edificio aparece, con méritos propios, el nombre de Miguel Zepeda, porque el texto es de gran solvencia narrativa. Lo disfruté mucho, haciendo a un lado el parentesco. Siempre que leo lo hago con profunda objetividad, no me impresionan los grandes nombres ni los lazos afectivos. Tengo, lo sabés, autores favoritos, pero, en varias ocasiones, encuentro textos de ellos que no corresponden a la grandeza de otros y lo manifiesto. En el caso de este cuento largo de Miguel encontré el maravilloso ideario de Roald Dahl: seducir y no aburrir al lector. Miguel abre una ventana imaginativa, crea un espacio inédito de ficción. Acá están los dos personajes que han sido centro fundamental de la convivencia coleta: el mestizo y el indígena. Rosario Castellanos percibió esta dualidad y la presentó con un realismo crudo, acá, Miguel crea un relato que advierte nuevos tiempos. Acá ya no está el indígena que se baja de la banqueta para que camine el caxhlán, acá, el “hacedor de canastos” es un hacedor de milagros, alguien que es admirado por la sociedad que antes lo rechazó. La trama está nserta en un maravilloso realismo mágico, Miguel, igual que Gabriel García Márquez, hace que vuele la esposa del hacedor de canastos, y ella vuela con gran verosimilitud, porque el lector lo encuentra como el acto más sencillo del mundo, como si volar fuera tan común como caminar. Miguel, con gran astucia literaria, coloca los ladrillos necesarios para que el texto sea creíble, su ficción produce felicidad, por un momento el lector entra a una burbuja maravillosa, se deja guiar en este vuelo portentoso, amable y feliz. En la portada del libro queda perfectamente definido: “El hacedor de canastos” es un cuento escrito en San Cristóbal de Las Casas. Miguel nos presenta un canasto coleto que, a semejanza de su personaje, está lleno de “todo y nada”. El inicio del cuento es el siguiente: ―¿Qué traés en tu canasto, marchante? ―Traigo todo y nada ― respondió don Gregorio. Este diálogo es la puerta para entrar a un mundo atractivo. El canasto del hacedor está lleno de todo y de nada. El encanto aparece. Este hacedor de canastos canta y, predicador inédito, habla. Su mensaje inicia con la frase “lo primero es la luz”. Miguel nos presenta un texto lleno de luz, de torceduras simpáticas. Existe la idea de una relación difícil, casi imposible; sin embargo, la trama se desarrolla en una senda donde todo es posible, porque el autor ha puesto los andamios para seguir construyendo la catedral de la ficción chiapaneca, donde los personajes reflejan la miseria de nuestra sociedad, pero también la esperanza, el arco iris. Posdata: mi papá me llevaba a San Cristóbal cuando yo era niño. Siempre pasábamos a casa de tío Fernando, donde ahora está el Restaurante Tierra y Cielo, de la genial chef Marta Zepeda, y el Hotel Docecuartos, propiedad de la enormísima poeta Mónica Zepeda. Mientras mi papá y mi tío Fernando tomaban unos tragos, yo jugaba con Miguel y con Juan José. Jugábamos. Miguel y yo seguimos jugando con las palabras. Celebro el genio narrativo de Miguel, lo celebro. Nos ha entregado a Goyo, un genial hacedor de canastos, que contienen ¡todo y nada! ¡Tzatz Comitán!