lunes, 26 de diciembre de 2022

CARTA A MARIANA, CON HOJAS DE MOMÓN

Querida Mariana: mi amiga Paty insiste que esto es hoja santa. No soy hombre de campo, no reconozco las plantas y árboles. Tal vez por esto me encantan los jardines botánicos donde cada ejemplar tiene su nombre, el nombre científico y el común. Busqué en el Internet el nombre de la hoja santa: “Piper auritum”, ah, pucha, sólo los científicos la nombran así. Ya estoy viendo a la tía Romelia diciendo: “Comé un tu tamalito de frijol tierno envuelto en piper auritum”, pucha, sonaría como platillo en restaurante mamila de cinco estrellas. No, en el pueblo lo llamamos hoja santa o momón. Este último nombre es más exclusivo. En todo el mundo se llama piper auritum, en regiones de América, hoja santa, y en el pueblo: momón. Me asombré cuando Paty, editora ejecutiva de Arenilla, dijo que era hoja santa. He visto plantas de momón, pequeñas, nunca con esta altura. ¿Era momón esta planta enormísima? ¿Por qué dudar si, insisto, soy un citadino que no salgo de casa, que no distingo entre una y otra hierba? Después del asombro inicial pensé en la bendición de esta tierra (Tzimol), porque, así lo decía el maestro Beto, en buena tierra se da la grandeza (bueno, debo decir que él había nacido en un lugar llamado La Grandeza y él fue un árbol majestuoso, un buen hombre). ¿Ya miraste la generosidad de esta mata? Dudo si llamarlo mata o árbol. ¿Qué palabra es la que puede hacer justicia a este enormísimo hato de hojas benditas? ¿Ramo divino? ¿Cogollo sensacional? ¿Puñado excelso? El nombre está muy bien puesto: hoja santa, hierba santa. Por ahí debe existir su contrario: la hoja del diablo, pero, al menos en nuestras tierras no se da. Acá todo parece una bendición. Y la bendición es total, sin regateos, porque esta hierba no sólo bendice los tamales que prepara la tía Romelia, sino que fue un abanico verde que refrescó mi mirada, cuando pasamos frente a este enormísimo ramo de vida. Pensé que la propietaria de la casa, con techo de lámina y ventanita coqueta, sembró un gajo de piper auritum y nunca imaginó que su mano sería también bendita, porque ¡qué buena mano tuvo!, porque no basta la buena tierra. Los sembradores saben que no basta, que es necesario que el acto de sembrar sea hecho por una persona con el suficiente conocimiento. ¿Recordás que en fútbol mexicano hubo un jugador que le llamaron “pata bendita”? Él tenía una patada prodigiosa (no sé si era la pata chenca la buena, parece que sí). Bueno, la propietaria de esta casa tiene “la mano bendita”. Hay muchas mujeres en nuestros pueblos que tienen manos benditas, que siembran matitas de momón y crecen como esta maravilla, que curan a sus pichitos cuando tienen empacho, que acarician a sus hombres con tal pericia que los hombres sienten un escozor sabroso en el espíritu. La piper auritum no sólo aporta un sabor exquisito a los tamales y a otros platillos, ¡no!, también es buena para tés sanadores. No soy hombre de campo, pero sí sé que cuando una persona tiene una dolencia del pecho un té alivia; no soy experto en vainas corporales femeninas, pero sé que cuando una niña tiene dolores menstruales puede amortiguarlos con un buen tecito. Es absurdo preguntar quién bautizó a esta hoja con tal nombre, lo trajo envuelto en su abrazo verde, desde antes de la Creación, el universo supo que esta planta se llamaría Hoja Santa, antes incluso que aparecieran los santos y santas humanos, mucho antes que el río y el mar recibieran la bendición del agua, mucho antes de todo, la piper auritum ya regaba sus dones en la tierra. Los expertos señalan que la hoja de momón tiene forma de corazón, de corazón con savia verde, con caricia húmeda de jade. Hay tierras pródigas, tierras que no escatiman sus dones; asimismo hay plantas generosas, que riegan esperanza, que son como dientes de león que esparcen sus bendiciones al mínimo soplo del aire. Posdata: no soy hombre de campo, soy gato casero. Cualquiera diría que me hace falta ver más “bax”, que me hace falta vivir con intensidad. No sé los nombres de las plantas, no reconozco las hojas. Qué bueno que no soy chef, en lugar de envolver los tamalitos con hoja santa terminaría envolviéndolos en hoja de ortiga. Fuimos a Tzimol a repartir ejemplares del más reciente número de Arenilla y nos topamos con este maravilloso árbol de nubes verdes. ¡Tzatz Comitán!