lunes, 27 de febrero de 2023

CARTA A MARIANA, CON CARENCIAS

Querida Mariana: resulta que nadie está completo. Todos los seres humanos tenemos carencias y fortalezas. Ahí andamos, tropezando a ratos y sintiéndonos bien en otros instantes. Ayer llevé a mi Paty a una clase y mientras esperaba que ella saliera fui al parque central. Me senté en una banca e hice un recuento de las personas que pasaban por ahí y supe (pucha, ¡el descubrimiento del hilo negro!) que cada una de ellas era semejante a mí, con carencias y fortalezas. Pero, en ese momento, cuando menos, todos parecían tan semejantes. Una vez conocí, en Coyoacán, a un muchacho que se ocultaba detrás de un árbol. Su mamá, quien se sentaba en una banca para estar pendiente de él, me contó que a Rafa le encantaba ir al parque, pero que tenía serios problemas para estar cerca de la gente, por eso iba y se “escondía”, le encantaba mirar, pero no deseaba que alguien se acercara a él. Ahora, que la ciencia ha avanzado tanto, los expertos deben saber qué tipo de padecimiento tenía Rafa, quien en ese tiempo (te estoy hablando de 1977 o 1978) tenía veintitantos años de edad. ¿Por qué te platico esto? Porque el tal Rafa tenía un gran conocimiento en cine. Su mamá me contó que él sabía mucho de películas, directores, actrices y actores. Cuando el papá regresaba del trabajo, Rafa le contaba qué película había visto en la televisión y le daba antecedentes de los actores y actrices que habían actuado, hacía asociaciones brillantes. Era una enciclopedia cinematográfica. En mi novelita breve: “El día que Julio Cortázar llegó a Chiapas” el protagonista principal es una persona que sabe mucho de cine y que nunca ha salido de casa. No sé si la vida de Rafa me sirvió de inspiración, porque el personaje de mi novelita, igual que Rafa, nunca fue a la escuela. Cuando los papás de Rafa se dieron cuenta de la enfermedad que padecía, porque siempre lloraba cuando lo sacaban de casa y estaba en medio de gente, decidieron que ellos le enseñarían a leer y escribir. La mamá me contó que el gran descubrimiento para Rafa fue el cine que pasaban por televisión. El papá (tal vez sabio) dijo que estaba bien que su hijo se entretuviera en ello y permitió que viera todas las películas que exhibían. Imagino que años después, el papá le compró la primera videocasetera y películas para que siguiera incrementando su conocimiento. ¿Por qué Rafa tenía ese comportamiento extremo con respecto a la sociedad? Su mamá me dijo que el hijo era feliz con ella y con su papá, no tenía mayor problema de comunicación, se comportaba con tranquilidad. Su problema comenzaba cuando alguien se acercaba a él. Sin ser experto digo que era un comportamiento extraño, porque él no aborrecía a la sociedad, al contrario, por eso iba al parque todos los días, en la mañana. Le encantaba mirar el mundo y lo que hacía la gente, le fascinaba la gente, pero algo en su mente le impedía estar en contacto con las personas. Digo que era un caso de timidez extrema. Digo esto, porque toda mi vida he sido tímido, como Rafa me encanta ver cómo se da el movimiento de ese mar absoluto y rotundo que es la vida, pero a cierta distancia. No soy como Rafa, gracias a Dios, pero cuando salgo casi casi me pongo detrás del árbol para ver a la gente. Esa mañana, gracias a Dios, no hubo algún conocido que se acercara, así que disfruté el paso de la gente. A dos bancas de donde estaba vi (argüendero, eso sí) a una pareja de muchachos tomados de la mano, ella, con ojos claros y blusa ombliguera, era chaparrita, delgada, y él, con playera negra, musculoso, cabello negro, era alto, los imaginé parados y supe que ella le llegaba al hombro. Eran una pareja contrastante en físico, pero, sin duda, hacían gran encuache espiritual, porque mientras estuve al lado de ellos los vi felices, platicando y ella recostándose por ratos en el pecho fuerte de él. Pedí que la bendición del universo siempre los mantenga así, unidos, alegres, compartiendo la vida en forma sencilla y animada. Pensé en que una de mis carencias es la memoria. Si alguien me dice su nombre, lo repito dos o tres veces y diez minutos después dudo y, qué pena, en muchas ocasiones le cambio el nombre. A veces la persona se compadece de mí, como diciendo: no te preocupés, viejo; pero a veces noto que se molesta. No puedo evitarlo. Mi memoria, desde siempre, ha sido una muchacha que se esconde detrás de un árbol, me cuesta tanto trabajo hallarla; es tan hábil que sabe dónde esconderse para que no la encuentre. Y, sin embargo, sé que, como Rafa, mi memoria debe poseer una habilidad especial donde almacena cientos de datos. Aún no descubro cuál es esa fortaleza. Tal vez algún día, mientras tanto ahí voy en la vida, tentaleando, yendo al parque de Comitán, disfrutándolo. Posdata: nadie posee todo, algunos tienen muchas fortalezas y pocas carencias; otros carecemos de mucho, por eso estimamos nuestras fortalezas, las apapachamos, porque sabemos que ellas nos dan la esencia de nuestro ser. ¡Tzatz Comitán!