domingo, 19 de febrero de 2023

CARTA A MARIANA, CON IMÁGENES COTIDIANAS

Querida Mariana: no poseo la verdad. No existe un ser humano que posea la verdad. Lo que te cuento en estas cartas son aproximaciones. Sé que así lo tomás. No tengo certezas, todo es acercamiento a esa cuerda invisible que jala el mundo. Digo que el futuro no está en las grandes ciudades. Llama mi atención que quienes habitan la Ciudad de México, en cuanto tienen un periodo vacacional viajan a Acapulco, Cancún, Cuernavaca (que la malosa de Edith decía: Cuervanaca, porque ella vivía ahí). Cientos, miles de citadinos acuden a los aeropuertos (incluido el AIFA) y las terminales de autobuses y de trenes. A veces digo que si alguien sale de casa es porque no le gusta su casa, porque veo promocionales de sitios turísticos en la Ciudad de México y advierto que hay cientos de hermosísimos espacios recreacionales. Pero no, la gente desea abandonar el cemento apabullante, los altísimos y horrendos pasos a desnivel (ahora parece que en Tuxtla quieren construir un monstruo de esos, qué destino tan nefasto). ¿Qué buscan los de la Ciudad de México cuando salen? Dejar por un rato el ajetreo imparable de una ciudad caótica; buscan aire puro, sol y contacto directo con la naturaleza, quitarse los zapatos y caminar por la arena tibia de una playa, subir por senderos y escuchar el canto de los pájaros. Hace años vino un primo con su hijo, se hospedó en el Hotel Delfín (frente al parque central) y fuimos a desayunar quesadillas de flor de calabaza en los merenderos de Los Lagos de Montebello. El niño se acercó a una gallina que picoteaba y, con toda la seriedad del científico que descubre un misterio universal, dijo: Mira, papá, una gallina de verdad. El futuro no está en las grandes ciudades. No poseo la verdad, ni soy visionario, menos futurista, pero sé que el futuro está más cerca de nosotros que de los habitantes de las grandes ciudades. Las megalópolis tienen una gran capacidad de resistencia, pero a veces, desde la esquina de nuestro pueblo, las veo a punto de fracturarse. ¿Cómo sobrevive una ciudad que alberga a más de quince millones de habitantes? ¡quince millones! A veces imagino a la Ciudad de México como un vagón del Metro, veo que en ese vagón la gente se arracima, se molesta, se golpea con tal de obtener un lugar en el viaje. No puedo imaginar a una persona tranquila viviendo de esa manera, impulsado por una corriente irrefrenable que choca contra los arrecifes y sigue su curso imparable. La oferta cultural de la Ciudad de México es incalculable y generosa. Pero, miles, millones de habitantes, dejan la ciudad en época vacacional y viajan a la playa, a Veracruz, a Baja California, a Campeche, a ¡Chiapas! ¿Por qué? Porque el futuro está en estos sitios. Ah, pero si eso fuese cierto, la gente no regresaría. ¿Por qué los habitantes de la Ciudad de México regresan a su lugar? Porque el presente de ellos está sembrado ahí, ahí sus trabajos, las escuelas de sus hijos, ahí la inmensa oferta cultural. ¿Y el futuro, ‘apá? No poseo la verdad, pero pienso con todo mi sentimiento y con toda mi capacidad de reflexión: el futuro está más cerca de nosotros que de ellos. Un día, las grandes ciudades colapsarán y todo mundo saldrá a buscar las ciudades menos ostentosas, las más modestas. Pero resulta que tampoco nosotros tenemos conciencia de ello; quienes vivimos el presente donde será el futuro no lo sabemos y lo estamos descuidando. ¿Has visto cómo estamos abandonando nuestra ciudad y poco a poco se va haciendo una mala copia, chafa, de una ciudad con ínfulas fifí? El futuro está acá. Las sociedades más sanas de la segunda mitad del siglo XXI serán las que retornen a lo sencillo, a lo natural; las que vivan de acuerdo con las leyes de la física inmutable, de los valores perennes. Posdata: siempre que veo un amanecer como el que ahora se ve en la foto que tomó la editora ejecutiva de Arenilla, en su pueblo Cajcam, pienso que algún día un niño de gran ciudad podrá preguntarle a su padre: “¿Es el sol, papá, es el sol verdadero?” ¡Tzatz Comitán!