sábado, 18 de febrero de 2023

CARTA A MARIANA, CON UN ABRAZO PARA PADRES BUENOS

Querida Mariana: tal vez alguna vez la has escuchado, es una canción ya viejita, de los años sesenta. A ver si la identificás: “Es un buen tipo mi viejo / que anda solo y esperando. / Tiene la tristeza larga / de tanto venir andando…” Es una canción de Piero. Cuando estudiábamos en la Ciudad de México, en la segunda mitad de los años setenta, a veces, con la palomilla, echábamos trago, poníamos discos de marimba y casetes con la música de aquellos tiempos, alguien de nosotros declamaba “Chiapas es en el Cosmos lo que una flor al viento…” y llorábamos, llorábamos más (éramos unos batzes) cuando oíamos la canción “Comitán, Comitán de las flores, donde están…” Era pretexto para que alguien dijera: “Nos metamos otra” y nos metíamos otra. Algo como el broche de oro era poner la canción del tal Piero. Recordábamos a los viejos que habíamos dejado en el pueblo, los que, puntualmente, nos mandaban la mensualidad, para pagar el hospedaje, el transporte, la comida, los libros, el cine y el trago que bebíamos. A mí siempre me gustó la imagen que dice: “tiene la tristeza larga / de tanto venir andando…”, porque sí reconocía que mi papá había andado mucho, como los demás papás. Recordé esto el otro día que revisé el número más reciente de Arenilla Revista, que ya está en distribución. En este número viene un homenaje a un hombre bueno, mi querido amigo Memo Del Castillo Rojas (el maravilloso Papia Pitz), quien, por desgracia, falleció el 27 de diciembre del año pasado. Ay, qué pena, como lo dice el titular: fue un hombre bueno. En el artículo aparece el mensaje que su hijo Andrés escribió para su papá. No es una canción, no es un poema, pero sí es un texto que brotó de lo más profundo del espíritu del hijo. Piero hizo lo mismo que Andrés, escribió unas líneas para el padre, para su viejo, y nosotros, ya medio bolencones, con la nostalgia enredada en nuestro espíritu, añorábamos nuestro pueblo y a nuestros viejos y llorábamos. También llorábamos por las muchachas bonitas que seguían en Comitán, mis amigos por las novias y yo por la chica que era mi amor platónico. Cuando un texto brota de lo más hondo del ser nos toca a los lectores. El texto que Andrés escribió puede ser leído por cualquier persona y aplicado a su ser. Si su papá ya falleció puede sentirse reflejado en su propia pena; y si el papá vive puede servir como reflexión para valorarlo, porque (lo sabemos) en muchos casos (¡qué desgracia!) se aplica la frase común de que “nunca se valora hasta que se ve perdido”. Quienes son bendecidos por tener padres buenos deben aprovecharlos. En una ocasión, el escritor Óscar Bonifaz me contaba de sus papás y cuando me dijo que su madre había muerto él, categórico, con la voz como cristal quebrado, me dijo: “ese día me quedé solo, para siempre”, luego matizó, dijo que tenía a sus hijos, pero que la vida ya jamás volvería a ser igual. Lo mismo me dijo mi amigo Paco Gamboa (que en paz descanse), me recomendó cuidar y valorar la presencia de mi mamá, porque cuando se murió la suya ya nada fue igual. Se murió mi amigo Memo, con quien tuve gran relación y muchas experiencias vitales llenas de luz. Su hijo Andrés le escribió unas líneas. ¿Sabés cómo empieza su texto? Con una sola palabra, una sola, que sintetiza la grandeza de esa relación humana. Los que tienen hombres buenos como padres también la aplican. El texto de Andrés inicia con la siguiente palabra: “Papito”. No sé qué trato le das vos a tu papá, pero este diminutivo es como una cinta de luz que acerca el corazón del hombre a lo más íntimo de su relación. Sí, me encanta escuchar cuando alguien le dice así a su papá, por lo regular, quienes lo dicen son los niños pequeños. Con el tiempo la palabra se transforma. En la canción de Piero la palabra papito se convirtió en viejo, mi querido viejo. Sí, Piero supo que en su canción debía poner la palabra viejo, pero en toda la letra de la canción está presente el mismo cariño y afecto que Andrés reveló por su padre. En Comitán he escuchado que algunos hijos mayores le dicen viejazo a su papá. No lo escucho mal. Todas las palabras que estén dictadas por el afecto y por el reconocimiento son válidas. A mí me encantó que Andrés le haya dicho papito a su papá. Te conté que en una ocasión se bajó una llanta de mi tsurito y fui a una talachería. Ahí, el maestro quitó la llanta y comenzó a arreglarla, como era antes de las nueve de la mañana, de la casa salió un niño con una mochila. El niño se acercó y dijo: “tu beso, papito”. Ay, señor, ya me conocés, mis ojos se llenaron de agua. El señor dejó de hacer lo que hacía, se agachó y recibió el beso del niño. Lo que Andrés hizo con el escrito fue eso, se acercó a su papá y le dijo: ¡tu beso, papito! Casi veo a mi amigo Memo agacharse para recibir el último beso que, con palabras, le dio su hijo. Qué bendición. Muchos criticaron que el famosísimo Alejandro Fernández se acercara a su papá y lo besara. A mí esa muestra de cariño me encantaba. Sobre todo, porque botaba un elemento machista de nuestro país. Pucha, imposible imaginar a Pedro Infante o a Jorge Negrete saludar de beso a otro hombre. Esto es como ese dicho que brota en cualquier pantano: “los hombres no lloran”. ¡Qué frases tan bobas, tan deshumanizadas! Andrés lloró la muerte de su papá, lo besó y le dijo papito, lo dirá siempre. Que Dios permita que su mami, Julia Alicia, viva muchos años, lo mismo deseo para su abuelo, el querido maestro Guillermo, quien no la ha tenido fácil en la vida, pero que es un hombre con una reciedumbre maravillosa. El maestro Memo, iniciador del negocio Grúas Castillo, pilar de la familia, perdió a su esposa, luego a una nieta y ahora a su amado hijo: Guillermo. Quienes aún tienen la bendición de tener papá bueno y mamá buena, deben agradecer la luz del universo, porque, lo sabemos, la vida es un instante y se diluye en menos que canta Piero, así lo testifica Andrés en la primera línea de su texto: “el día llegó, ese día que desde que era niño tanto miedo tenía llegara…” Andrés traslada a palabras lo que está presente en todo ser humano, sobre todo cuando es niño. En películas, cuentos y novelas he hallado a personajes niños que se acercan a los papás y preguntan: “¿te vas a morir?”. Lo hacen, sobre todo, cuando la presencia de la muerte está frente a ellos, bien puede ser un perrito o una persona. El niño recibe la bofetada fría de la muerte y se pregunta si también su papito morirá. Las respuestas son múltiples, a veces, los papás abrazan a sus hijos y les dicen que no se preocupen, que siempre estarán con ellos. Los lectores y espectadores sabemos que no es cierto, sabemos que están adobando la respuesta, porque la respuesta brutal, demoledora, es lo que Andrés escribió: “el día llegó”. El día llega, nunca sabemos cuándo llegará, pero se da. Los niños preguntan eso, porque algo en su espíritu les indica que los papás no son inmortales. Todos moriremos, a todos nos llegará el día que Andrés tanto temió. Por eso, nos dicen los expertos en vida (perdón por ser insistente, mi niña), quienes tengan la bendición de estar al lado de sus padres buenos, venérenlos. Digo esto, porque la vida está llena de matices. Hay personas que no fueron bendecidas desde el principio y les tocó malos padres, quienes se fueron de casa y los abandonaron. Esos padres son ramas que se secaron en el tronco afectuoso de los hijos. Esos son padres que se extinguieron por terremotos personales. Los hijos no deben juzgar, porque nadie sabe qué piedras carga cada ser humano. La rama desvencijada jamás servirá para que el hijo cuelgue un buen columpio. Pero los padres buenos deben ser venerados. Pucha, ya miraste, parece que ahora ando dando un sermón como si fuera experto en el tema. No, la verdad, es que quiero profundamente a mi amigo Memo, agradezco haber tenido su afecto, y ahora que leí lo que escribió su hijo Andrés me conmovió, porque así lo honra, lo venera. En el siguiente párrafo, Andrés le dice a su papá: “Gracias por estar siempre pendiente de mí”. Eso es grandioso, porque habla de una reciprocidad genial, el papá que está pendiente del hijo y el reconocimiento de éste por ese tiempo sembrado en territorio de luz. Andrés me contó que a pesar de que a mi compa Memo no le gustaba el fútbol soccer, cuando Andrés jugaba ahí estaba el papá, siempre pendiente, aunque estuviera lloviendo. Ah, viejo, mi querido viejo. Posdata: ¿querés leer completo el texto que Andrés le dedicó a su papá? Basta que consigás tu ejemplar de Arenilla-Revista, número 33. Ya sabés que es de distribución gratuita, llega a manos de nuestros miles de lectores, gracias a la generosidad de nuestros patrocinadores. ¡Tzatz Comitán!