miércoles, 15 de febrero de 2023

CARTA A MARIANA, CON LIBRETITAS

Querida Mariana: Romeo bromea conmigo, cuando nos vemos, de inmediato me dice: “¿Vos sos el quema libretas, querido Nerón?”. Lo de Nerón lo dice porque cuentan que él quemó Roma, no porque piense que soy chucho; y lo de quema libretas es porque una mañana de hace ya varios años quemé las libretas que conservaba y que eran un archivo simpático de fotos, programas, recados, diplomas (cuando alguna institución amablemente me otorgaba un diploma lo doblaba en cuatro y lo pegaba en mi libreta). Tomé la serie de treinta y tantas libretas, preparé una pira en un tambo enorme que había en casa y ahí, en menos de una hora, se agotó la colección que tardé como cinco o seis años en reunir. Sí, soy el quema libretas. Lo que no te he contado es que esas libretitas tenían un plus: la portada pintada. Cada una de ellas era una pieza única y original porque pintaba las portadas al óleo. Ahora, ya te conté, llevo papelitos en la bolsa trasera del pantalón, ahí apunto alguna idea o un inicio de textito, al llegar a casa lo transcribo y desecho los papelitos. A mí no me va a decir el Romeo: “guarda papelitos”. ¿Libretas? No, nunca más. En mi casa anterior tenía una sala enorme, generosa, con libreros igual de generosos. ¿Hoy? Nada. Mi casa actual demanda que el mínimo papelito se deseche, así que ya no conservo libretas, pero he vuelto a dibujar y colorear libretas. Un día hallé a mi querida maestra Fanny iluminando una libreta que regalaría (regaló) a su mamá. Llamó mi atención, le pregunté su proceso creativo y me dijo que había pintado la portada con pintura blanca, dibujado el diseño y ya lo coloreaba. Y mi emoción niña llegó como un ventarrón. Cuando era niño me encantaba que mi mamá me llevara a la Línea (la frontera con Guatemala), porque ahí vendían estuches de plumones que eran productos inexistentes en Comitán. No sé cómo se daba la ruta comercial, pero en Guatemala llegaban muchos productos de Oriente, así que los plumines eran japoneses, ¡una chulada! Regresaba feliz a casa con mi estuche de plumones. Muchos amigos se ilusionaban cuando miraban los estantes llenos de carros con lucecitas y sonidos de ambulancia. Por mí que se quedaran con todos los carros, camiones, pistolas y rifles que tenían efectos especiales, siempre y cuando me dejaran con un estuche de plumines, con punta gruesa o delgada. En Comitán me sentaba ante la mesa de comedor y mientras preparaban la comida yo dibujaba y luego le ponía colorcitos. Lo que Fanny hacía esa mañana en el laboratorio era la misma operación maravillosa. Como niño pregunté dónde había conseguido ese increíble estuche de plumines. “Decime, decime”. No te preocupés, abuelo, me dijo ella, te lo regalaré. Ya no sosegué, cómo sosiega un niño ante la promesa de que recibirá un regalo. Una mañana luminosa Fanny entró a la oficina y me dio el obsequio. Pucha. Genial. “Para que pintés mucho”, escribió en una etiqueta. Sí, para que pintara mucho. Ya comencé. Fui a la Proveedora Cultural y como hice muchos años atrás compré libretas Scribe, de pasta dura, forma francesa. La forma francesa es paradita (sin albur, niña querida), y la forma italiana es acostadita (sin sugerencias). Vos sabés lo que significa eso para mí: me encanta Francia y tengo una relación especial con Italia, así que nada es casual. En casa hice lo que Fanny me dijo, pinté la portada con pintura blanca acrílica, cuando secó hice el boceto y luego, ah, la maravillosa actividad infantil, el acto de iluminar. Esto es mucho más sencillo. Iluminar con plumoncitos es labor menos tardada. Cuando vine a ver ya estaba lista la primera libreta. No son para mí. Las haré y si alguien quiere una la venderé. ¡Bara, bara, bara! Al final le aplico una capa de laca, para que se proteja. Todo bien. Actividad que pueden hacer todos los niños del mundo, siempre y cuando tengan una mamá generosa, como la maestra Fanny, que les compre un estuche de plumines de colores maravillosos. Posdata: no las quemaré, las venderé. No faltará alguien que desee tener una libretita especial y única en el universo, una libreta iluminada por Molinari. Si ya después la compradora la quema ¡no será culpa mía! ¡Tzatz Comitán!