martes, 24 de diciembre de 2024

CARTA A MARIANA, CON EL "ENDIEBLE"

Querida Mariana: Romeo me dijo que caminaba por el pasillo de carpas que ponen en la calle frente a la Casa de la cultura, con venta de artesanías, cuando alguien lo abrazó y le dijo: soy Santiago, “El Cuchu”, “El Cuchufletas”, le dijo que estaba de vacaciones, le mostró una bolsa con gaznates, chimbos y turuletes, la levantó y le dijo: “vengo al pueblo por esto y por la familia, salvo esto, ya no queda nada de nuestro Comitán”, abrió la bolsa y le ofreció un dulce a Romeo, Romeo tomó un gaznate. Se quedaron viendo y Santiago rompió el cristal del silencio: “¿Te acordás del “Endieble”? Se acaba de morir, allá en Acapulco”. Romeo buscó en el archivo de su memoria y no se acordó del Endieble. ¿Endieble? Sí, dijo Santiago, fue parte de la palomilla, vivía en Yalchivol, su papá era ladrillero, vivían en una casita bien jodida, pero con un sitio lleno de árboles frutales, ahí íbamos a cortar jocotes, duraznos y limas, ¿te acordás? No, Romeo tampoco recordó esto. Entonces Santiago le contó la anécdota del Endieble. Sucede que una mañana se fueron de pinta de la escuela y pasaron por una tabla que a manera de puente unía dos orillas de un pequeño arroyo. Cuando se sentaron a comer unos paquitos de frijol, comentaron los sucesos y el Endieble dijo: “qué pues, estaba bien endieble la tabla”, pendejo, dijo Santiago, caso se dice endieble, es endeble, y todos rieron. De ahí le quedó el apodo. Pero el Endieble (Romeo me dijo que Santiago nunca le dijo el nombre verdadero del amigo) parecía que no se equivocaba con la pronunciación de las palabras, sino que las acomodaba. Lo de endieble, fue porque pasar por esa tabla fue una proeza endiablada. Otro día, los amigos fumaban en el terreno del papá de un amigo, sentados en círculo en el piso fumaban un cigarro tras otro, porque debían terminar la cajetilla. Al final, subieron a un árbol de lima, cortaron varias y las comieron, remataron restregando las cáscaras de lima en sus labios, para esconder el olor del tabaco. Cuando caminaron con rumbo al parque, el Endieble dijo: “qué joda ir a patines” y le dijo a uno de la palomilla: “Oí, vos, compremos un wagen”. Otra vez causó sonrisas y carcajadas, uno del grupo le dio un zape y otro lo empujó. Pero Rubén, que era nieto de quien le decían Señor Günther, comentó que su abuelo le había dicho que en Alemania la palabra wagen podía traducirse como coche. Sus dislates comenzaron a hacerse famosos, y en lugar de ser centro de burla se volvieron motivo de admiración, como cuando al poeta famoso le dijo que era un “versonaje”, o cuando una chica se puso colorada por un detalle que le dio y él dijo que ella, en lugar de sonrisa, tenía sonrosa. Por más datos que le dio Santiago, mi amigo Romeo no recordó al famoso Endieble. Se despidieron. Santiago regresó al puesto de dulces y compró más gaznates. Dijo que los dulces tradicionales eran lo único que valía la pena en el pueblo, comentó que ese pasaje comercial debía ser de venta exclusiva para dulces: "¿quién es el que compra suvenires que sólo son estorbo en las casas? ¿Quién regala una tabla de madera con una foto del templo de Santo Domingo? ¿En dónde colocan ese objeto?” ¿En dónde vive Santiago?, pregunté. Romeo dijo que él le comentó que es ingeniero civil, trabaja y vive en Acapulco; dijo que tal vez se seguían viendo con el Endieble, por eso supo de su muerte. ¿Y, de verdad, no recordaste al famoso Endieble? Romeo dijo que no, toda la tarde, después de despedirse, repasó la historia que Santiago le había contado, pero nada halló en su memoria, fue como si tuvieran recuerdos de vidas diferentes. Cuando Romeo me dio la mano para despedirnos, él me vio con mirada de trapo sucio y dijo: ¿sabés qué es lo peor? Tampoco recuerdo que yo haya sido amigo de Santiago, el Cuchu, el Cuchufletas. Posdata: esto que te cuento, querida Mariana, tiene rato que sucedió. Lo recordé hoy en la mañana, porque ayer caminaba por el mismo pasillo y encontré a mi amigo Toño. Toño y yo fuimos compañeros de salón, en la Matías. Toño y yo nos saludamos. ¿Cuándo nos tomamos un café?, me dijo. Cuando querás, le dije. No le dije que no tomo café. ¿Por qué todos los amigos invitan a tomar café? Bueno, hay algunos que invitan a tomar una cerveza. Y yo, qué pinche, ni tomo café ni cerveza. ¡Tzatz Comitán!