sábado, 21 de diciembre de 2024
CARTA A MARIANA, CON UN LIBRO
Querida Mariana: el maestro Alfredo Álvarez Figueroa tiene 85 años de edad. Él vive en Teotihuacan, Estado de México. Vive cerca del lugar “donde los hombres se convierten en dioses”.
Desde aquel lugar me envió su libro de poesía más reciente: “Flores de la tarde”. Le llamé por teléfono para agradecer su gentileza. Quien me respondió me dijo que me comunicaría con el maestro, que esperara tantito. Después de una breve espera, escuché la voz luminosa del maestro, le dije que me daba mucho gusto saludarlo y le pregunté cómo estaba, me dijo que con movilidad lenta, para caminar se auxilia de una andadera. Fue cuando pregunté su edad y él me dijo que tiene ochenta y cinco años.
El maestro tiene cierta molestia para caminar, pero lo sigue haciendo, sigue leyendo, investigando, pintando y escribiendo. Es un hombre activo a sus ochenta y cinco años.
Él dio clases en la primaria del Colegio Mariano N. Ruiz, en los años sesenta, si yo hubiese estudiado mi primaria ahí lo habría tenido de maestro, como lo tuvieron mis amigos de la palomilla: Quique, Miguel, Javier, Jorge, Pedro; pero yo estudié en la Escuela Primaria Fray Matías de Córdova.
Ya leí el libro “Flores de la tarde”, como se advierte en su título son textos que reflexionan acerca del final de la vida. Digo que el maestro Alfredo, gracias a Dios, aún está lleno de vida, pero su pensamiento se detiene ante la ventana y observa cómo el cielo comienza a llenarse de tonos que anteceden la noche; las nubes son como barcos sobre un mar infinito; cientos de pájaros buscan el resguardo para el fin del día. Las palabras del maestro tienen un tono ambarino, un reflejo de sol tierno. Su jardín se llena de flores de la tarde, con tonos que invitan a pensar en la vida y en los instantes más luminosos. Para que te des una idea del contenido copio algunos títulos: “Hasta el final”, “Luces postreras”, “Adiós, guardián”, “Súplica”. En medio de estos textos de luz general hay un poema que concentra su foco en un espacio especial: Comitán de Las Flores.
El maestro lleva no sé cuántos años viviendo fuera de su lugar de origen, pero, estoy seguro, no ha existido un solo día en que no haya sentido una nostalgia por su Comitán, por eso, una tarde se sentó frente a su escritorio, al lado de la ventana y escribió unas líneas que reflejan ese sentimiento de afecto por lo vivido en su infancia. Sin su permiso, querida mía, te paso copia del poema que le dedicó a nuestro pueblo para que lo untés en tu espíritu, para que mirés lo que él vivió, lo que él sintió, para que vivás lo que él ve desde su ventana, la ventana de su corazón. Va copia:
Comitán de Las Flores
Desde el alto mirador de mis años,
el corazón y mis ojos
te ven diferente y a veces el mismo.
Tu extenso valle, bajo un espléndido cielo,
sigue imperturbable,
pintado de vivos colores, en el terso
lienzo callado de todos mis silencios.
Tu gente en armonía,
recorren tu cuerpo y suben y bajan
por tu imprevisible relieve rocoso,
junto con los recuerdos de mis años,
empujados por el viento que
llega desde la selva.
El vacío que llevo de tu rostro,
lo heredé por mi ausencia y ahora
todo se encuentra cubierto
con un fino polvillo de añoranza
profunda, depositado desde la infancia
y los locos años mozos.
Cómo laten presentes los recuerdos que
a la sombra de la mítica ceiba
y la voz cristalina de La Pila, llegaba el tambor y
pito y el rezo tojolabal
que, junto con los acordes de la marimba,
se unían en coro, para festejar
a Tata Lampo, venerado abogado del pueblo.
La fiesta de febrero la más concurrida de todas:
puestos de comida, puestos de las
“zacatecas” con juguetes de madera, cajetas y
confites, juegos mecánicos, eventos sociales,
flores y velas para el santo, fuegos artificiales,
rompimientos al amanecer y,
por las noches, globos…
Aquel Comitán de alegres bailables, desfiles y
de rica gastronomía regional, de copas
y brindis con los amigos y familiares, todo
sigue en llamaradas ardiendo en el recuerdo,
aún en los pálidos reflejos de luces mortecinas,
de mis noches en vela…
Los viejos amigos, los antiguos compañeros,
narran su vida, aventuras, éxitos y logros,
con el sabroso lenguaje que usamos y
que nos identifica, por único y exclusivo…
con destellos de humor y fina ironía.
Pero todo se empaña de luto al recordar que
los padres, los hermanos y vecinos ya están
descansando felices el sueño de los justos,
brindando con añejo olvido, en vez de trago,
en copas de silencio, a sabiendas que están
en torno de la mesa de la otra dimensión.
Ahora que estoy en soledad,
con tu recuerdo al hombro,
no sé qué yo diera, por regresar y vivir
nuevamente en la casa paterna,
y gozar otra vez de tu rostro luminoso
de finos e imborrables recuerdos esmaltados
que, junto a las aventuras locas de la juventud,
son un tesoro invaluable de mi intimidad.
Mis padres y mis abuelos, raíz profunda,
savia rica y fecunda vaciaron a mis venas,
y así, toda la vida seguirán tus flores,
viajando al corazón e iluminando mis ojos,
bella ciudad de ensueño, ¡Comitán de Las Flores!
Posdata: hasta acá, estas líneas del maestro Álvarez Figueroa, dictadas por el cariño hacia el pueblo, líneas sencillas, abrigadas con un “fino polvillo de añoranza”.
¡Tzatz Comitán!