viernes, 25 de septiembre de 2009
CABLES COAXIALES CONTAMINADOS
Medio mundo le sigue llamando Juanito, como si aún fuera niño. Tiene ¿treinta y dos o treinta y tres años de edad? Lo conozco desde hace dos años. Es ciego y trabaja de bolero (él bromea que de bolero ranchero, porque le gusta cantar las de Javier Solís). Jamás se me ocurrió preguntarle la causa de su ceguera, pero ayer, mientras lustraba mis zapatos, me contó lo siguiente:
Su mamá gritó desde la cocina: “Ya, niño, apaga la televisión”. Juanito, como siempre, había estado frente a la tele toda la tarde. No hizo caso a la orden y siguió viendo la serie de televisión. La mamá terminó de lavar los trastos, se limpió las manos con una franela roja y fue a la sala. Al ver el destello de la pantalla, levantó el brazo y le aplicó un manotazo a su hijo, en el cerebelo: “Muchachito cabrón, obedece, obedece”, y lo levantó de la oreja.
Muchos años después, Juanito platicaría la trama del programa de esa tarde: “De la nada, como si alguien o algo apagara la luz del cielo, toda la gente de ese pueblo quedó ciega. Un titipuchal de periodistas y científicos de todo el mundo llegó para investigar. Unos dijeron que había sido el agua contaminada, otros le echaron la culpa al Sol y, los más aventados, aseguraron que fue un ataque de los Estados Unidos, porque un avión dio dos vueltas por el poblado, la mañana del día de la desgracia. ¿Un gas cegador había sido lanzado desde el avión? ¿Con qué fin?”.
¿Imaginan ciegos a todos los habitantes de un pueblo por una causa desconocida? Juanito nunca supo en qué acabó el programa porque su mamá lo arrastró hasta el cuarto.
Pero lo que parecía simple ficción, en la humanidad de Juanito se convirtió realidad. A la mañana siguiente, el niño oyó el despertador y abrió los ojos, como siempre, para levantarse, desayunar e ir a la escuela. Pero se sorprendió porque, a pesar de tener conciencia de que sus ojos estaban abiertos, ¡no veía nada! Se sentó sobre la cama y se frotó los ojos. Pensó que aún no despertaba del todo. A veces sucede que la resaca de los sueños tarda en desaparecer. Estiró su mano y prendió la lámpara del buró. Escuchó el clic del interruptor y supo que la luz se había prendido. Gritó: ¡Mamá, no veo, mamá, estoy ciego!
“Me hicieron muchos estudios médicos. Todos dijeron que mi ceguera era para siempre y nadie pudo decirme porqué me quedé así”.
Su mamá siempre se echó la culpa: “Con la guajolotera que le metí le chispé los ojos”; pero don Eusebio, un tío que trabajó en los Estados Unidos, le echó la culpa a la televisión. Hasta el día que murió sostuvo que los gringos diseñan en laboratorios una pantalla mortal. Juanito fue víctima de uno de tantos ensayos.
El tío Eusebio decía que el televisor es el intruso a quien, sin ninguna desconfianza, le permitimos entrar hasta la cocina. Cuando los gringos se quieran apoderar realmente del mundo pondrán en acción un mecanismo que, a través de imágenes subliminales, cancelará la voluntad de los televidentes del mundo entero y todas las personas serán como autómatas a su servicio.
Por esto, en homenaje a la teoría de su tío, Juanito imagina que el programa de esa noche tuvo el siguiente final: “El avión sobrevoló el pueblo. No aventó ningún gas cegador, simplemente alteró la señal televisiva. Al otro día todo mundo de ese pueblo despertó ciego, no sólo de los ojos sino también del intelecto”.