viernes, 18 de septiembre de 2009

CON AROMA DE GAVIOTAS

¿A qué huele el mar? Los comitecos y gente que vive por ese rumbo no saben bien a bien. Sólo cuando viajan a destinos de playa tienen oportunidad de oler ese viento salado que se enreda en la arena y conchas de mar.
El otro día fui a La Trinitaria (un pueblo a dieciséis kilómetros de Comitán). La tarde era sencilla. Los pájaros jugaban sobre las ramas de los árboles. A lo lejos, en medio de las montañas, volaba un papalote. Imaginé la sonrisa del niño al correr y mover las manos para darle más cuerda, más, más, a ese papel alado. Mientras ese niño jugaba yo caminaba por las calles de ese poblado silencioso.
¿A qué huele el mar? Debe oler un poco a lo que huele una de las calles de La Trinitaria, la calle donde está ubicada la Biblioteca Pública. Por lo regular, los aromas dominantes del pueblo provienen de las flores de los jardines, y de la carne de cerdo y de res expuesta en los locales señalados con una bandera roja; los aromas de La Trinitaria provienen de las breves estancias donde las mujeres hacen los caramelos de miel. ¿Por qué, entonces, de la Biblioteca asoma un aroma como de faro, de puerto y de gaviota si en el pueblo sólo hay golondrinas y murciélagos que salen por las tardes de la Cueva de los Murciélagos?
Casi casi emulando a Rodrigo de Triana grité: “Mar, mar, mar” y entré a la Biblioteca, ahí me topé con una sala de lectura que lleva el nombre de “Almirante Eduardo Solís Guillén”. En un cuarto de tres por tres, en medio de la penumbra y del polvo, sobre estantes sucios, está la biblioteca particular que donó el Almirante. Y digo que huele a mar porque muchos libros tienen que ver con la profesión de don Eduardo.
Dolores Elizabeth, la encargada de la Biblioteca, me dijo que esa Sala es poco visitada. Los estudiantes revisan el acervo que está en la Sala General. Dolores dice que los encargados de un pequeño Museo que existe en La Trinitaria han solicitado el traslado de ese acervo, al considerar que en este espacio sería más conocido.
La historia de cómo llegó ese acervo de dos mil y pico de libros es sencilla. El Almirante nació en 1903 en Zapaluta (nombre anterior de La Trinitaria), luego, siendo niño, se trasladó a Guatemala y ya joven viajó a la Ciudad de México, en donde ingresó a la Armada, hasta alcanzar el grado de Almirante. Ya viejo pensó donar su biblioteca y soñó en que los jóvenes paisanos aprovecharan ese legado. Una carta da testimonio de ello. A continuación transcribo parte de esa carta: “…Cuando vi salir de mi casa –Prado Sur 561, Lomas de Chapultepec, D.F.- el camión cargado con mis libros que regalé a la Biblioteca de mi pueblo se me llenaron los ojos de lágrimas; pero al momento desaparecieron porque me hice la ilusión de que yo era el que regresaba a mi querido Zapaluta”.
Y así sucedió. Un vaso con agua está en esa mesa de manera permanente para quien tiene sed; es como una isla de mar rodeada de tierra. Por desgracia lejos está de representar el sueño del Almirante, porque su sueño anda arrumbado en un espacio húmedo, donde el polvo y el deterioro tienen su reino.
Cuando salí a la calle pensé en que tal vez los miembros del Patronato del Museo tengan razón y sea más correcto trasladar ese acervo a un lugar con más luz, con más viento; un territorio donde el deseo del Almirante pueda navegar a sus anchas; un lugar donde los jóvenes leven anclas para formular sus propios sueños y sepan a qué huele el mar; un lugar donde puedan volar sus papalotes.
Tal vez sea bueno que el Contador Manuel Pulido, Presidente Municipal de La Trinitaria, considere esta posibilidad.