viernes, 4 de septiembre de 2009

CON AROMA DE FELLINI



A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que son como plaza de toros, y mujeres que son como pista de circo.
La mujer pista de circo levanta su carpa en cualquier terreno. La noche menos pensada ella llega hasta el territorio de su amado y, como si fuese lluvia de estrellas, comienza a desperdigar su manto de palcos, jirafas, trapecios, mujeres barbadas, monos amaestrados y maestros de ceremonia con trajes oscuros y sombrero de copa.
Con ella se puede hacer todo menos el acto de meter la cabeza adentro de la boca del león.
Ella renueva en los hombres el prodigio de ser niños. Vuelve a injertarles el sabor del algodón de París y la emoción del instante en que el payaso avienta un cubetazo de agua convertida en confeti.
Es bueno alejarse tantito para mirarla desde lejos, para ver el letrero luminoso donde anuncia su espectáculo y ver, al fondo, el cielo lleno de estrellas. Conviene cerrar los ojos para escuchar la banda con tambores, cornetas y músicos uniformados con trajes rojos y borlas doradas.
El hombre que ama a una mujer pista de circo debe ser un hombre de mundo acostumbrado a ver serpientes que danzan al influjo de una flauta; no debe ser un hombre delicado pues su amada huele un poco a león, un poco a llama, un poco a estiércol de elefante expuesto a los cuatro vientos.
Por lo regular no se puede contar con la mujer pista de circo durante las mañanas porque ese tiempo lo dedica a practicar el paso de la muerte sobre el trapecio. En compensación ella se entrega por completo durante todas las noches. Siempre está dispuesta a brindar sus mejores actos de contorsionista y de feliz acróbata. Ella sigue al pie de la letra aquella máxima de “El show debe continuar” sin importar las condiciones meteorológicas del espíritu; es decir, es diferente a todas las mujeres porque nunca se queja de dolor de cabeza.
En Comitán, me tocó la bendición de conocer a una mujer pista de circo. Por las noches ella iniciaba el acto con el de la perrita amaestrada que brinca el aro; luego ponía en medio de la cama un banco de madera pintado con estrellas y franjas azules y ejecutaba el acto del elefante que coge con su trompa la cola del otro; en seguida -para solaz y esparcimiento del respetable- salía de payaso y me hacía la rutina del globito destripado. Ella terminaba la función con el acto donde un oso panda se recuesta sobre una nube y dibuja algo que es como hilo de bambú. El final final era un magno desfile de todos los participantes sobre la pista de polvo de oro, aventando serpentinas, globos y dulces tradicionales. Todo ello con el fondo musical de la marimba de Nandayapa.
La única desventaja de la mujer pista de circo es que es trashumante. El día menos pensado deshace su carpa y emprende la retirada. Sabe que otro territorio la espera. A veces levanta su circo a la orilla de un río o en medio de un desierto.
Es mujer inolvidable. Cuando ella abandona a su amado, éste se siente un poco como esos terrenos sucios y abandonados que existen en medio de grandes rascacielos de Manhattan.
No hay peor cosa en el mundo que el abandono de una mujer pista de circo. El hombre se siente miserable. ¡Cómo no! De pronto vuelve a quedar convertido en hombre. La mujer vuelve a dejarlo sin su niñez.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en mujeres que son como alfombras voladoras, y mujeres que son como hamacas con lazos podridos.