viernes, 11 de septiembre de 2009

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO EL RUIDO ES LA ANTESALA DEL SILENCIO



Querida Mariana, una cosa es cierta: si no hubiera ruido no apreciaríamos el silencio. ¿Imaginás a una mariposa que al volar hiciera el ruido de una ambulancia? O al contrario, ¿qué pensarías de un perro que no ladrara? Don Chema chifla en su taller mecánico porque así se acostumbró desde niño, cuando su papá le pedía a chiflidos una llave inglesa o una de media. No obstante, cada vez que don Chema chifla para pedirle a su chalán alguna llave, su mujer, doña Elisa, se asoma desde la ventana y, a gritos, le pide que no chifle tan fuerte porque los niños se van a despertar (los niños despiertan, no por los chiflidos, sino por los gritos de la vieja llena de tubos en la cabeza).
Me gusta el silencio de las mariposas cuando vuelan y se posan sobre los rosales que tiene mi mamá en el patio de la casa; aprecio el silencio de los gusanos que caminan orgullosos sobre las ramas; asimismo disfruto el silencio de los templos a las tres de la tarde. Pero, ¿sabés qué?, también disfruto el insoportable griterío de doña Elisa. Desde la casa oigo su chachalaquerío y pienso que es como un cenzontle con enfisema. ¿Te gustan los cenzontles?
A veces, en la madrugada, despierto de improviso. Algunos carros pasan a toda velocidad, chirriando llantas, por el bulevar. Mi corazón late como un fuelle. En cuanto sosiego, me siento en la cama y trato de “oír” el silencio. No es posible. No existe el silencio total. Éste se dará cuando el universo deje de existir. Por esto, Mariana, por esto, es que el ruido me da gusto, de vez en vez. Ese ajetreo de voces, de trastos metálicos golpeando sobre el piso; esa danza de maullidos y susurros a media noche, es la mejor señal de vida.
En la biblioteca pública hay letreros que solicitan Silencio, asimismo en los hospitales hay letreros que exigen cerrar el escape de los autos. Se entiende el pedido, los lectores necesitan concentración y los enfermos requieren calma y tranquilidad. Pero, a veces, pienso en algún travieso que, sólo por travesura, rechina las llantas de su auto frente al hospital e imagino la escena. El enfermo abre los ojos con espanto y se llena de temor, la enfermera le limpia la frente y le susurra: “Tranquilo, ya pasó, no es nada”. Y pienso que el enfermo, en medio de esa niebla asfixiante, sabe que el ruido fue como una bendición pues le recordó que sigue vivo.
En el panteón de Comitán hay una capilla que tiene encendido, noche y día, uno de esos aparatos electrónicos que simulan cantos de pajaritos. Como has de imaginar las opiniones están divididas entre quienes dicen que al pobre muerto ni muerto lo dejan descansar, y entre quienes sostienen que esa música alegra “el corazón” del difuntito. La mera verdad es que el difuntito es el único que no tiene vela en este entierro. Ese aparatito encendido todo el tiempo sólo es un recordatorio para los vivos, es una señal que dice: “Prohibido hacer silencio en vida. Prohibido hacer ruido en muerte”.
Cuando Estefanía medita, se sienta a mitad de la sala, une sus manos y dobla sus piernas con la agilidad de una contorsionista. Medio mundo de la casa camina en puntillas y ella lo debe agradecer. Pero detrás de esa cortina aparente, Estefanía sabe que el ruido del mundo sigue su curso. Nunca cesa el ruido del motociclista que reparte las tortillas, ni el del altoparlante del camión repartidor de agua; ni el de los aros metálicos contra el asfalto de los carros que reparten el gas; ni el ruido apabullante de su corazón.
No me molesta el vecino que, a las doce de la noche, clava en su pared; no me molesta el chavo que conduce su auto con la música de Kpaz de la Sierra, a todo volumen; no me molestan los gemidos de la muchacha bonita que, en la madrugada, juega con su pareja en el cuarto de a lado cuando llego a un hotel.
Un día el gato de la casa -el misha- tiró un tibor (que si bien no era de la dinastía Ming, tenía un cierto valor estimativo), mi mamá estuvo a punto de enojarse, pero luego entendió que si no tuviéramos el gato el tibor seguiría intacto, pero ¿no acaso el gato travieso nos da más vida que un simple bibelot? Me gusta el ruido, de vez en vez.
P.d. El vecino mentó madres, pero ¿vos qué sentiste cuando tu amado te llevó serenata el sábado 14 de febrero, a las dos de la madrugada?