lunes, 28 de septiembre de 2009

NUBES



Hay hombres que viven en la realidad, y otros hombres que viven en la ficción. Soy de estos últimos. Quienes viven en la realidad no tienen impedimento para descifrar el mundo; si por casualidad se topan con la ficción reconocen que es un simple invento. Por el contrario, los “ficcionantes” confundimos la realidad, creemos que ella es parte del mundo mágico que vivimos, por ello incorporamos a los hombres reales a nuestro mundo (a cada rato los vemos como gnomos o como hombres de galleta y les ponemos rostros de ratones o de elefantes o de dinosaurios o de algún animal producto de nuestro imaginación. ¡Nos damos una divertida que para qué les cuento!). El problema es que a “los otros” les cuesta mucho trabajo aceptarnos en su mundo. Nos llaman “lunáticos” o “deschavetados” y siempre abusan de nuestra inocencia.
¿Cómo puede un ficcionante vivir en un territorio donde todo mundo quiere abusar de su prójimo? En el mundo de la ficción -como en el mundo real- hay buenos y malos (requetemalos), pero nos basta realizar un conjuro para vencer a los maldosos; por lo regular, eso de las posesiones materiales nos tiene sin cuidado. ¿Para qué poseer una residencia regular en Comitán o en Tuxtla o en Tapachula o París si nosotros, a través de un simple pase mágico, estamos habituados a vivir en castillos de cien habitaciones con cuadros originales de Picasso y con jardines llenos de fuentes y esculturas monumentales?
Cuentan (los ficcionantes, ¿quiénes más?) que, un día, Dios hizo a Adán y luego, como el pobre hombre se aburría como tzizim en época de secas, creó a Eva. Cuando Eva tentó a Adán, Dios los expulsó del Paraíso y este territorio quedó vacío. Dios entonces creó a Ulame, pero para no repetir el error de crear a otra mujer real dotó a Ulame del poder enorme de la imaginación. Así, cuando la gana de Ulame fue mucha inventó una, dos y más mujeres ficcionantes y pueblos y animales fabulosos, incluso galaxias enteras pobladas por mesas que jugaban a ser sillas o arlitus capaces de robar los arpitores del turmenetp. Dios sonrió complacido cuando vio que Ulame no caía en la tentación de probar el fruto del árbol del bien y del mal.
Pero Dios olvidó que la principal virtud de Dios es la capacidad de inventar, así que Ulame, entre juego y juego, no hacía más que acercarse a ser un Dios. Por esto, un día jugó a crear el universo y con el universo llegaron Adán y Eva. Así, nuestros primeros padres regresaron al Paraíso y, como eran muy juguetones, lo repoblaron con seres reales. Por esto, lo que era territorio especial para los ficcionantes se convirtió también en el territorio de los hombres “reales”.
Esto que llamamos tierra no es otra cosa que El Paraíso venido a menos por la rapacidad de los hombres comunes y corrientes. Los hombres que viven en la realidad están acostumbrados a creer sólo en lo que ven, en lo que tocan. Ese materialismo táctil y visual los ha convertido en adoradores de lo tangible, de las mesas de oro, de los pisos de mármol, de las sillas de ébano, de las mujeres de cabellos de trigo. Las mujeres invisibles no existen para ellos, los ángeles son inventos del Medioevo, las truchas doradas que forman el arco iris son un mito y los dinosaurios no son más que animales prehistóricos ya desaparecidos. Por esto, cuando un mortal común lee: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba ahí”, lo cataloga como un cuento y el libro lo hallamos en la sección de Ficción y no en la de Biografía, que es su lugar correcto.
¿Tengo que decir que nosotros no tenemos la sección de Ficción en nuestra biblioteca? Para nosotros la ficción es lo real, lo único cierto.
La mayoría de personas normales vive un mundo que considera real. Por esto son pocos los tocados por la gracia del destino. Soy de estos últimos.