miércoles, 16 de septiembre de 2009

DE PIEDRA HA DE SER LA CAMA


Antes era común hallar cercos de piedra. En el Centro de la ciudad no existían. Pero, en los barrios de la periferia abundaban, como testimonio de una herencia. Los antepasados construían sus templos con piedras. Así, los comitecos de principios y mediados del siglo pasado cercaban sus terrenos con piedras.
No eran estructuras tan perfectas como las de Perú, por ejemplo(cuentan que en Machu Pichu es imposible meter una hoja de afeitar entre piedra y piedra). Pero, los amontonamientos comitecos eran bellos y utilitarios.
Las casas del centro del pueblo eran de cuatro corredores, con un patio en medio, y sus paredes exteriores se llamaban "paredes maestras" porque tenían un grosor de más de sesenta centímetros. Las casas más modestas, de barrios como la Cruz Grande, no tenían bardas, los cercos de piedra limitaban la calle.
Los propietarios de esos terrenos eran hombres y mujeres generosos. Lo eran porque los caminantes podíamos mirar lo que sucedía en el interior. El corredor del frente de la casa, la olla donde se guardaba el agua, los tendederos, el jardín, los juegos de los niños, el sitio lleno de árboles de anona, chulul y durazno.
Tal vez por eso los comitecos de esos tiempos tenían un corazón más generoso. Al estilo de sus casas, su espíritu no tenía bardas, apenas un murete de nubes que permitía ver el interior.
Ahora (signo de los tiempos), las casas tienen bardas enormes con alambre de púas en la parte superior. Los caminantes no vemos nada del interior de esas casas y, lo más lamentable, los moradores de esas casas tampoco ven lo que pasa en la calle. El Muro de Berlín debió ser semejante.
Los cercos de piedra eran generosos, permitían que los vientos de La Ciénega jugaran libremente.