domingo, 4 de abril de 2010

EL ÁRBOL DE LA VIDA


Vivimos con imágenes. Están las diarias más las que hemos ido acumulando a través del tiempo. Yo, por ejemplo, guardo imágenes de la casa donde viví de niño. Una casa enorme que no era de mi papá, se la daban alquilada. El cuarto donde estaba la maquinaria con la cual mi papá “fabricaba” refrescos. ¡Qué atrevimiento! Mi papá siempre fue un hombre que quiso hacer cosas grandes ¡y las hizo!, dentro de un mundo pequeño. La máquina con la cual se colocaban las corcholatas sobre los refrescos ya llenos. También tengo imágenes del fogón, de la cama donde dormía la sirvienta; de un horno y de una rotonda alrededor de un árbol.
Una noche jugábamos lotería, tranquilos en la sala de la casa, todos estábamos sentados sobre el parquet, cuando de pronto entró Sara abruptamente, abriendo de par en par las puertas y con el llanto casi en los ojos dijo que en el árbol estaban espantando. Dijo que el árbol se mecía de un lado hacia otro con una furia de huracán. Fuimos a ver el árbol y cuando llegamos estaba sin despeinarse. La sirvienta juraba que la fronda del árbol casi llegaba al piso de tan fuerte que se movía. ¡Imposible, pues el árbol era enorme! Sara abrió la mano y mostró dos monedas que, juró, habían caído del árbol. Muchos años después parte del pueblo comentó que el nuevo dueño de la casa había desenterrado un tesoro. La imaginación popular ubicó el sitio exacto del tesoro y estaba a veinte pasos del árbol.
Las imágenes nos definen. No nos damos cuenta, pero estamos hechos de ellas. Nuestra mente es como un álbum de fotografías. Quien sabe leer los ojos, los actos, y los movimientos de la gente sabe reconocer qué imágenes nos han diseñado. Es como si cada gesto reprodujera una imagen antigua.
Tal vez las imágenes que más nos marcan son las que vimos en la infancia: un conejo adentro de una jaula con malla; un corredor de ladrillos recién regado; mi papá oyendo un disco de música en acordeón; un árbol de durazno a mitad del patio; la abuela rezando en el oratorio; un Cristo; la mujer que renguea y llega todas las mañanas a pedir una tortilla para el desayuno; mi mamá tejiendo, sentada en una silla de madera. Estamos hechos de lo que hemos visto o de lo que nos han contado. Por esto, quienes leen tienen más imágenes. Los lectores enriquecen el acervo con imágenes de otros lugares, de otros mundos, de otros universos.