sábado, 24 de abril de 2010

ENCUENTRO


La generosidad de los organizadores me llevó a participar en el Encuentro Nacional de Poetas, en homenaje a Raúl Garduño, que se efectuó en el Museo de la Ciudad, en Tuxtla Gutiérrez. Comparto con ustedes el textillo que leí:

Buenas tardes:
Leeré cuatro textos de un librincillo que se llama: “De los modos de abrir un pétalo de agua”.
Si me permiten contaré que soy hijo único. Ustedes entenderán porqué, entonces, mis papás vigilaban que cuando llovía yo no saliera al patio y permaneciera a resguardo. Siempre que llovía yo miraba la lluvia desde el cristal de la ventana.
El primer texto se llama: RECONOZCO LA PIEDRA.

Reconozco la piedra. No se parece a algo de este mundo. Hay diferencia entre una flor y la piedra, debe ser la dureza lo que las hace materia ajena.
¿Por qué de piedra y no de esponja los cimientos de mi casa? ¿Será por eso el chirriar del techo y de la puerta?
Reconozco la piedra, es como un sapo que respira con dificultad.
La piedra no es de la tierra, es sustancia estelar, sus deseos son los deseos del meteorito, del cometa.
Me reconozco en su corazón de polvo, de arena.
Me gustaría ver una piedra mojada en la azotea, como un trapo secándose al viento; me gustaría ver una piedra que fuera como un ave alargándose en su vuelo; una piedra que fuera un lama y levitara en su sueño.
No hay algo que se le parezca; si acaso, a veces, en un alud se cree agua, se extiende y cae en cascada.


Decía que siempre vi llover desde la ventana. No sé bien a bien en qué momento un pensamiento raro apareció en mi mente. Cada vez que miraba caer el agua pensaba que ese acto se parecía mucho a cuando mi mamá regaba las plantas. Me pregunté, entonces, si el agua también llovía sobre el agua; es decir, si el agua no sólo servía para regar las banquetas de piedra laja o para regar el patio de tierra o para regar las plantas. Parecía que el agua también servía para regar el agua. Cuando menos, cuando llovía tal prodigio era cosa común y corriente.
El segundo texto se llama: UNO NUNCA ELIGE, y dice así:

Uno nunca elige lo importante. Son las sobras del azar lo que nos toca. A mí me gustaría elegir la hora de inaugurar la madrugada. Elegir, por ejemplo, que no tuviera luz sino hojas secas el día. Una ciudad sin calles, donde fuera preciso pasar por los patios vecinos para llegar al mío.
Nos tocó por herencia el rescoldo del libre albedrío.
Lo importante ya está dado. No puedo ser luz, ni chispa de fuego. Debo conformarme con ser charco, yo quisiera ser río.


Así, entonces, pasé muchas tardes con mi cara repegada al cristal, viendo la lluvia y preguntándome: ¿Qué tipo de semilla alimenta el agua del agua? ¿Qué tipo de árbol crece en medio del patio mojado? ¿Qué árboles de agua crecen en medio de las lagunas o del mar?
Acá está el tercer texto: ¿QUÉ DEBO VER?

¿Qué debo ver en la fogata? ¿El tronco, el humo o la flama? Tal vez el oxígeno sea la sustancia no advertida, la importante.
No sé qué debo ver los domingos en el parque: ¿el globo? ¿El tedio? ¿La campana?
Hay una herencia que me obliga a fragmentar las cosas. No es el reloj lo que me mueve, es la manecilla, el riel en que se desplazan las horas. Dios no inventó el universo en un solo soplo. Todo acto de creación se hace grano por grano, hoja por hoja.
¿Qué debo ver en el hueco? ¿La línea que lo circunda o el vacío que lo llena?


Buscaba con denuedo algún pétalo de agua que me demostrara la idea de que la lluvia llovía sobre sí misma y alimentaba su semilla de humedad. A veces, cuando el Sol llegaba algo como un hilo de vapor ascendía a mitad del patio y yo pensaba que tal vez por ahí asomaría el prodigio. Pero justo, en ese instante, mi mamá me llamaba para ir al oratorio y yo abandonaba el cristal de la ventana. Por esto nunca logré descubrir si mi idea tenía algún sustento real o no. Y ya se sabe que los misterios que no logramos descubrir cuando somos niños ya no logramos descubrirlos nunca.
Gracias por la atención que pusieron a mis palabras, que también están hechas de agua.
El cuarto texto se llama: A VECES.

A veces se me ocurre cambiar. Busco a mi alrededor un modelo. Una silla basta para convertirme en objeto de cuatro patas; basta una lámpara para ser camino de luz, inasible raya.
Cambio lo que cambia una nube en el cielo, no más que lo que cambia una piedra en la pared o en la vitrina de un museo.
A veces se me ocurre cambiar: ser una rendija, ser un cabello.
Cambiar es una encomienda fácil. Basta tomar un modelo. A veces soy el universo, a veces la línea de gis que dibuja un maestro.


Muchas gracias.