viernes, 9 de abril de 2010

PARA DESPUÉS DE MEDIODÍA




Don Rodomiro estuvo una vez en Pujiltic. En la zona hay enormes plantíos de caña de azúcar. Al mediodía don Rodo miró que el cielo se nubló y una molesta lluvia de hollín se precipitó. “No te preocupés, Rodo -dijo doña Mariana- es que están quemando la caña de azúcar”.
Al día siguiente, cuando salió de Pujiltic, el cielo estaba claro. El olor a azúcar quemada impregnaba el aire.
Cinco años después don Rodo, en Comitán, miró que el cielo se nubló y cayó ceniza. “No te preocupés, Rodo -dijo doña Mariana- es ceniza del volcán Chichonal”. Dos días después el cielo estaba claro. Toda la gente limpiaba los patios y los tejados de las casas.
En las dos ocasiones, don Rodo le hizo caso a su mujer: ¡no se preocupó! De igual manera le hizo caso cuando, por tercera ocasión, un fenómeno especial ocurrió. Don Rodo estaba sentado en una mecedora, tomaba una limonada con hielo, miraba el jardín desde el corredor de su casa, la tarde crecía como una flor sencilla, cuando el cielo “se blanqueó” y una lluvia de hojas de escarcha comenzó a caer. El sol se ocultó y un frío como de congelador apareció. Doña Mariana salió al patio, se limpió las manos con el mandil que llevaba y dijo: “No te preocupés, Rodo, son las flores del tenocté que están cayendo”. Pero Rodo se rascó la cabeza porque ellos no tenían árbol de tenocté, ni los vecinos tampoco. Además era el mes de noviembre y se sabe que el tenocté florea en primavera. El patio se llenó de esa ligera escarcha blanca que, puntual, seguía cayendo. Doña Mariana volvió a salir, ahora se quedó en el corredor, vio la capa blanca que ya cubría todas las cosas y que en el patio alcanzaba una altura de treinta centímetros. “No te preocupés, Rodo, es nieve del Popocatépetl que está cayendo”. Pero el Popo estaba a miles de kilómetros de ahí y en San Cristóbal no sucedía nada, es más, el fenómeno no se daba en ninguna casa vecina, porque ya todos los del barrio estaban concentrados frente al patio de la casa de don Rodo, murmuraban y señalaban el inusual fenómeno. Don Rodo se levantó y se unió al grupo de vecinos. Desde la banqueta de enfrente de su casa ésta se miraba como si estuviera adentro de un tubo de cristal y estuviera lleno de nieve. Porque era nieve lo que estaba cayendo en el patio y en los techos de su casa. Sólo en su casa. Don Rodo no supo si agradecer a Dios por ser el único beneficiado de ese fenómeno o reclamarle y decir que por qué a él si él era un hombre bueno. Cinco minutos más tarde se le unió doña Mariana, continuaba secándose las manos con el mandil. Ella levantó los ojos y recorrió la columna de nieve que ahora ya tenía una altura de más de un metro sobre el nivel del suelo. Vio a su esposo y le dijo: “No te preocupés, Rodo, es Dios que ya se volvió nevero y agarró a la casa como su bote para prepararla”. Don Rodo, entonces, sonrió y volvió a hacerle caso a su mujer. Cerró los ojos y pensó que sería bueno que Dios hiciera nieve de limón, su preferida.