domingo, 18 de abril de 2010

LA TERCERA LLUVIA


Golpearon la puerta y luego entraron al laboratorio del doctor Arriaga. Él doctor alzó la cara y los vio por encima de sus lentes. "¿Otra vez?", dijo el doctor y caminó hacia la ventana, donde estaban sus alumnos. Vio al patio de la escuela y constató que las gotas de agua eran cuadradas.
Era la segunda vez. La primera ocasión ocurrió en la primera lluvia del año (en abril). Estaba en su laboratorio cuando los mismos muchachos, con una cara de espanto, lo agarraron del brazo y lo obligaron a ir a la ventana. Caía un aguacero y el patio de la escuela estaba lleno de cubos de agua que no se deshacían. "¿Es granizo, verdad?", preguntó Alicia, mientras frotaba entre sus manos la medalla que colgaba de su cuello. Cuando el maestro tuvo un cubo entre sus manos vio que no era granizo porque no estaba helado, al contrario, estaba tibio. De lo que no cabía duda era que estaba formado de agua, de agua tibia que no se deshacía. El doctor trató de aplastar el cubo entre sus manos, pero estaba rígido, como si estuviese hecho de metal. Sin embargo, al tacto era sutil, como si lo cubriera una tela de agua. El doctor lo colocó sobre su brazo y, como si fuese una esponja, lo desplazó una y otra vez. Su brazo quedó húmedo y tibio, poco a poco se fue secando. Al cubo de agua no le pasó nada.
Cuando dejó de llover todos los alumnos bajaron al patio lleno de cubos de agua, unos encima de otros. Era imposible caminar entre tanto cubo. Sin entender muy bien lo que había sucedido, el director de la escuela mandó a los conserjes y al servicio de limpia a que, con palas, "amontonaran" los cubos y abrieran un camino hacia la calle. Los vecinos y el Ayuntamiento hacían lo mismo. Después de dos horas, la ciudad estaba llena de promontorios de cubos de agua.
La gente que estaba al descubierto ese día del aguacero dijo que la sensación de la caída de los cubos fue la misma que en un día "normal" de lluvia. Terminaron empapados, no sintieron un golpe fuerte cuando un cubo les "mojó" la cabeza. La única diferencia, dijeron, fue que el agua estaba tibia, como si, en lugar de estar en San Cristóbal de Las Casas, estuvieran en Arriaga, por ejemplo.
Todo el día estuvieron los cubos arrumbados. A las seis de la tarde la novedad había cesado y ya nadie les hacía caso. Pero, justo a las siete con veinte de la noche, el pueblo vio que los cubos, como si fueran globos, comenzaron a subir, flotaron y ¡desaparecieron! El doctor Arriaga corrió a su laboratorio y no halló los dos cubos que había conservado para experimentación. A las siete con veintitrés todo estaba igual. Dos o tres dijeron que cuando pasaban por donde había estado un promontorio de cubos tenían una sensación térmica, pero, fuera de eso, nadie dijo algo más.
En esta segunda ocasión, el doctor sacó una cubeta al patio y dejó que se llenara con los cubos de agua que caían. Era un aguacero moderado. A los quince o veinte minutos la lluvia cesó. El doctor cubrió la cubeta con una tapa y le colocó dos ladrillos encima. Sacó una silla plegable y se sentó a observar el comportamiento de los cubos. A las cinco con treinta y dos minutos, los cubos, con un ligero rumor de hojas secas, se elevaron y desaparecieron. El maestro había esperado que la cubeta tuviera un ligero movimiento o, en sorprendente caso, se elevara, pero no sucedió nada; se inclinó sobre la silla y, con cuidado, quitó los dos ladrillos. ¡No pasó algo! Desplazó la tapa, poco a poco y vio que la cubeta estaba vacía, completamente seca. El grupo de sus alumnos lo rodeaba y sus caras exigían un comentario. "¿Qué quieren que les diga?", preguntó, sólo por decir algo.
El grupo se retiró y el maestro pensó que el misterio se iría despejando a medida que lloviera más y los sabios del mundo estudiaran el fenómeno. Había que planificar el método para cuando apareciera la tercera lluvia.