lunes, 24 de mayo de 2010

ANTES DEL AMANECER



Salimos de la casa con el sol en alto. Salimos en busca de la noche.
Pronto dejamos las calles asfaltadas y caminamos por veredas. Por la temporada de estío la vegetación tenía un color de moneda de cobre. La camisa se nos pegaba como babosa. De vez en vez nos deteníamos en una sombrita y tomábamos agua.
Don Salomón nos había advertido que debíamos salir con luz porque no existe ningún hombre que haya encontrado la noche si sale de noche.
Llevábamos bastimento, consistente en taquitos de tortilla suave con chorizo con huevo, frijoles molidos con queso y chile de Simojovel, huevos duros, salero y cantimploras con agua pura.
Nosotros pensamos que los del pueblo se sorprenderían cuando se enteraran que realizaríamos un viaje en busca de la noche, pero nadie mostró ningún atisbo de estupor. Don Salomón nos advirtió que todo mundo realizaba, cuando menos una vez en su vida, un viaje cuyo objetivo era encontrar la noche.
Luego nos explicó que la dificultad no consistía en hallarla sino en despojarse de ella una vez encontrada. Es como una mujer, nos explicó don Sal, por esto la noche tiene género femenino. Cuando Mario le dijo que también la mañana y la madrugada eran femeninas, el viejo rió y dijo que la luz no oculta algo. La noche, recalcó, es como mujer traidora, es mujer de ojos y cabellos negros que pierde a los hombres en laberintos.
A las seis de la tarde nos sentamos debajo de una pochota, al lado de una encrucijada. Jorge dijo que convenía caminar por la vereda de la izquierda, Mario votó por ir en el camino de la derecha, el que conducía al río. Alfredo, abrió el libro y dijo, con voz impostada: “Se hace camino al andar” y sugirió camináramos por el montarral para abrir brecha e inaugurar un nuevo sendero. Mario ganó porque pensamos que sería buena idea encontrar a la noche bañándose en el río. La idea de Alfredo era una estupidez, ¿quién es el tonto que camina a través de espinales cuando ya otros hicieron el trabajo de desbrozar?
Justo en el instante en que el Sol se ocultó, Mario nos hizo la seña de que nos agacháramos. Por en medio de los bejucos vimos a la noche aparecer. Se desplazaba con la majestuosidad de una pantera, sin hacer el mínimo ruido, se podía decir que levitaba. Se detuvo un instante, como si presintiera la presencia humana, nosotros nos pusimos la mano en el corazón para sosegar sus latidos. Mario estaba emocionado, se limpió el sudor de la frente y dijo en voz baja: “¡Ya la hallamos! Es como una diosa”. Y la diosa se hizo una con la tierra, con la hierba, con el río y con el cielo. Y nosotros sentimos cómo ella nos abrazaba, nos llamaba como si fuésemos sus hijos. Nos acostamos en el suelo, antes que las estrellas aparecieran, antes que el venado bajara a beber agua, antes que la culebra dibujara sobre la arena de la orilla del río.
Al día siguiente, antes de amanecer nos despertamos y subimos al pueblo. Ahora sí todo mundo se sorprendió al vernos. Mario dijo que tal vez pensaron que no lograríamos encontrar la noche. “La hallamos -dijo-, le dimos la mano, la tuvimos así de cerquita”. Don Salomón salió a encontrarnos y nos dijo que todo el pueblo sabía que habíamos encontrado a la noche. El problema es que aún no nos habíamos deshecho de ella.
Y acá seguimos, a mitad del parque, sin saber cómo despojarnos de la noche.