domingo, 2 de mayo de 2010
LAS MOSCAS
Un día se dio cuenta. Las moscas aparecieron por todos lados de la casa. Los demás habitantes ignoraron el hecho. La abuela agarró el matamoscas y comenzó a azotarlo sobre la mesa llena de platillos con aroma a mole, a chocolate y a maíz. La abuela lo hizo como si fuese la cosa más común. Pero Alfonso supo que algo raro había sucedido. La casa estuvo varios meses sin la presencia molesta de las moscas. Alfonso se levantó a las seis con cuarenta, abrió la ventana del cuarto, la que da al corredor y oyó el zumbido de la mosca, luego la vio posarse sobre el dorso de su mano. Supo entonces que la llegada de las moscas era un acto irrenunciable. A partir de ahí, todos los días, las moscas invadirían todas las estancias del pueblo. ¡Y así fue! Las moscas comenzaron a inundar las plazas; los mesabancos de los colegios; los manteles de las fondas; las letrinas de las cárceles; los puestos de fritangas en las calles; los cementerios y los jardines de las casas. Alfonso se dio cuenta que eran moscas nómadas, pasaban sin ninguna dificultad del brazo del niño al serote defecado por el perro, al pastel que come la abuela.
Un día se dio cuenta. Los hombres no pueden ser como las moscas. Los hombres no vuelan, pero si así lo hicieran tampoco harían lo mismo que ellas. Alfonso no logró imaginar a la abuela volando del brazo de su nieta a la mierda que deja por la madrugada debajo de su cama. ¡Ella tan pulcra!
Un día se dio cuenta. Las moscas, como si fuesen un ejército cumpliendo una orden estricta, se desplazaron primero hacia todos los sanitarios del pueblo, se regodearon en los detritus y luego se dirigieron hacia todas las mesas del pueblo. En sus patas llevaban la huella de la mierda y la depositaron sobre las tortillas, sobre los pedazos de pastel o sobre el tomate de la ensalada.
La abuela, en caso de ser una mosca, nunca habría cumplido tal orden. ¡Ella tan pulcra! Come ahora una tortilla que ya fue "besada" por la mosca. Ella no lo sabe. Sólo Alfonso sabe lo que sucede. Las moscas comienzan a cumplir el plan perverso de dominar el mundo de los hombres. Por esto, ahora se desplazan en grupos hacia el panteón, ahí se regodearán sobre el detritus de los cuerpos en descomposición y luego irán a posarse sobre las hostias que el padre Román bendecirá y dará a las beatas de la misa de doce.
Nadie se dio cuenta del inicio del plan, con excepción de Alfonso.